Los rostros del mundo (168) Oración XXXIII

ORACIÓN XXXIII

Señor, 
sufro de una terrible tentación al desprecio
y a la maldición:

veo a un político que promete 
entregar su vida al servicio del pueblo
y en automático 
      me nace una repulsión moral irresistible,

veo a un sacerdote de tu iglesia 
predicar el amor y la bondad
y luego dedicarse a seducir niños 
      o acumular riquezas de la rapiña de la muerte
y en automático
      me nace una repulsión moral irresistible,

y así, a este o al otro o al de más allá
que viven en la indolencia o la mentira
o el atraco o el aprovechamiento
o el abuso, y no puedo reprimir
la tentación del desprecio y la maldición,
lleno de una pureza moral tan exigente
que bien podría haber sido un profeta
encendido de ira con una espada de fuego
entre las manos. 
Un profeta con ganas 
de enviar al infierno a todo aquel que se desvíe
de tu pauta moral digna, exigente.

Pero…gracias debo darte, Señor, 
por no haberme elegido como tu profeta, 
porque el comportamiento que exijo para mí,
no quiero ir por la vida exigiéndoselo a los otros,

bastante tengo con mi rabia y mi sufrimiento
como para descargarlo en los demás.
Los dos sabemos
que sería peor el remedio que la enfermedad.
Así que, mejor dedicarme a la depuración
de mis emociones y dejar que el prójimo
se drapee contra el viento de la vida.

Los rostros del mundo (167) Oración XXXII

ORACIÓN XXXII 

Señor, siempre te he sido fiel,
fiel como esas velas que parpadean
      en tus iglesias,
suspiros que están
      a punto de apagarse,
que titubean en su fe
      pero resisten
en su voluntad de dar
      testimonio de luz,
en su cumplida promesa
      de alumbrar un logro,
una petición íntima y secreta,
      susurrada o anunciada en silencio.

Señor, como esas velas
      que navegan en la penumbra
de los deseos apaciguados,
que zozobran y están a punto 
      de apagarse,
pero reviven y vuelven a la luz
para seguir dando testimonio
de que nuestra paciencia
(aunque esclava y agónica
      del esfuerzo y el tiempo),
puede ser amorosa como la tuya,
pero sin la eternidad.

Como esas velas, Señor,
hasta su apagamiento final.

Los rostros del mundo (166) Oración XV

ORACIÓN XV

Ayer señor,
paseando por la playa
me encontré una moneda de oro
que me enviaba un reflejo de luz
para que me acercara.
Escarbé a su alrededor
y encontré muchas más.
Conforme avanzaba,
se me iba acumulando
un tesoro entre las manos.

Mi mujer me preguntó
que qué hacía removiendo la arena.
Me extrañó que no se diera cuenta.
Exclamé ¡estoy encontrando monedas de oro!
Y ella me dijo: ¡pero no ves que son las chapas 
de las cervezas que te has bebido!

¡Oh señor, qué broma macabra!
¡Cómo juegas conmigo!
¿Por qué me tratas tan miserablemente?
Tú y yo sabemos que era oro auténtico.
¿Por qué me diste el cambiazo?
¿Acaso solo quieres que sea rico en tu presencia
y siga siendo pobre en el mundo? 

Los rostros del mundo (165) Oración XXX I

ORACIÓN XXXI

¡Dios!

Los sermones televisados
Los sermones dominicales
Alimento regurgitado
Alimentan alimañas

¡Dios!

Hay anuncios, no anunciación
Hay enunciados, no elevación
Hay pesadez, no gloria
Insistencia, barroquismo, yeso, cal,
      escenografía, disfraz, mentira

Dios, ¿es posible que nos eches una mano
      para cambiar esta inercia demencial?

Los rostros del mundo (164) Oración XXX

ORACIÓN XXX

Señor, permíteme cumplir con las promesas
de mis buenos propósitos:

No cargar de avispas la habitación del Roncador.

Aprovechar los huesos del pollo 
      para sembrar berenjenas.

No salir corriendo detrás de las liebres libertinas.

No maldecir al maldiciente, ni robar al ladrón, 
ni burlarme del burlador, ni ser jefe de nadie,
ni hacer del árbol caído, leña ajena.

No hacer del camino una fiesta para inválidos.

No pasar frío en verano ni calor en invierno.

No perderme por los bosques de la eternidad.

Amar a las piedras y al fuego como a uno mismo.

No matar el tiempo hasta que el tiempo me mate.

Los rostros del mundo (163) Oración XXIX

ORACIÓN XXIX 

Tú sabes, Señor, que eres una ficción mía
como yo, tal vez, sea una ficción tuya.
Un empate que la muerte resolverá a tu favor:
Tú seguirás cautivando las mentes de los hombres
y yo acabaré en un licencioso olvido sin rescate.
Tú seguirás aquí bregando con el ser humano
y yo me olvidaré de los enredos y las oraciones.
A lo mejor es un destino más favorable
de lo que pueda parecer. 
Tal vez, no debería lamentarlo.
Ser eterno debe ser duro.

Los rostros del mundo (162) Oración XXVIII

ORACIÓN XXVIII 

He abierto una cuenta en Facebook
y sin saber cómo ni de qué manera
me llueve una catarata de gente
      solicitando mi amistad.
Ya sé que son amigos fantasmales,
      producto de la promiscuidad de las redes.

Personas de todas las procedencias,
con sus propias necesidades,
con sus variadas intenciones.

Gentes que se ofrecen para compartir, negociar, 
sexualizar, dar y recibir palabras, poemas, amor
y un largo etcétera de sentidos y sentimientos
que se me escapan.

Por eso te pido, oh Señor, que te dediques a ellos
y les des todo el amor que piden, 
toda la comprensión que necesitan.
Yo solo quiero regalar un dibujo y un poema
al que pase por allí y lo vea,
y el que no lo vea, que no lo vea,
y el que lo vea y no le interese, que no le interese.

Nada más. De lo otro, sea lo que sea,
encárgate tú, Señor, que sabes del ser humano
y sus cosas, sean las que sean.

Los rostros del mundo (161) Oración XXII

ORACIÓN XXII

Confieso, Señor, mi falta de pericia
para interpretar
el significado de tus designios.

A veces, 
entiendo una cosa 
      y su contraria a la vez.

No sé si los presagios
eran inventados por la fantasía de mi deseo
o indicios de una suerte
      que no acababa nunca de sucederme.

No sé si el búho que sobrevoló mi cabeza
estando apostado en el balcón
era una señal del espíritu
o el vuelo azaroso de la naturaleza
al caer la noche
sobre mi casa en el campo.

Siempre espero un crecimiento
      de mi suerte o de mi sabiduría,
pero pasa el tiempo 
      y no noto esa mejora, esa gracia.

Como no acabo de enterarme, Señor,
¿Podrías ser más explícito, Señor,
más claro?

Los rostros del mundo (160) Oración XXVII

ORACIÓN XXVII 

Dentro del haz de luz proyectada
por la lámpara del escritorio,
apareció un mosquito
de los tantos que pululan 
      por la noche de mi casa
en este verano en que el diablo
encendió sus calderas
para preparar la cena
de los muchos que van a bajar
a vivir con él.

Este mosquito indicado
insistía tanto en su misión
de mortificarme,
que pensé, por un segundo,
si me lo habías enviado Tú
como una forma de expiación,
de sufrimiento merecido.

Los mosquitos han hecho
tantos estragos a la humanidad,
tantas enfermedades, tantas muertes,
que se entiende que sean misioneros
de los grandes poderes de la Tierra,
en el que, claro, te encuentras Tú.

Pero, enseguida pensé que Tú eres amor,
amor, amor, amor, así que el mosquito
solo lo podía enviar uno de dos poderes restantes,
o el diablo o la muerte.

Así que ahora te imploro 
que acabes con este mosquito.
Combate en mí
a tus enemigos.

Los rostros del mundo (159) Oración XXVI

ORACIÓN XXVI

Señor, perdona mis pecados hasta hoy.
Por favor, hagamos borrón y cuenta nueva.
Son tantos los años y los pecados acumulados 
      que no hay manera de poner orden en mi cabeza.
Todos se me confunden. 
Los viejos, los nuevos pecados,
los expiados, los perdonados, los olvidados,
los que me siguen quemando la conciencia,
los que aguardan para asaltarme 
      en las noches de insomnio…

Tal es la confusión y la angustia en la que vivo
que necesito un alto en el camino
para saber por dónde va el camino.
Sumar pecados indistintos de intensidad y tiempo
      no genera más que insolvencia existencial.
Ya no sé cuál es cual. Se me caen
encima como un torrente de ollas. 

En este desorden, un pecador no puede ser
      un verdadero pecador. 
¡Dios!
Hagamos una puesta a punto.
Volvamos a empezar con el contador a cero.
Limpiemos el patio y construyamos un nuevo
arrepentimiento sincero y limpio.

Pecados no me van a faltar, desde luego,
para empezar de nuevo.

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