El color de la vida – día 180

  Todo tiene el color de la manzana.
 ¿De dónde vienen tantas intemperies?
 No será nunca para mí la bella
       que desmiente el martirio de los días,
 la hermosa de caminos nacidos para el sueño.
 El amanecer es una promesa pascual y ecuménica.
 El rapto oscuro ejerce la venganza.
 Hay silencio, suaves arrullos, verdes ramas.
 Todo tiene el color de la manzana.
  
 Miro el color del limón en la ventana.
 El comienzo siempre es una promesa del verano.
 Nada caduca en el agua de la noche callada.
 El rumor del alba pulsa las campanas de la paz.
 ¿Quién no oye la reparación del amor 
       en el primer café de la mañana?
 Todo tiene el color del limón en la ventana.
  
 Los soles cuadrados del cristal te llaman.
 Incendian el color reposado de la madera.
 La calidez interior es consecuencia de una hoguera
       de leños que tú repones con tu fiera determinación
 de ser el pulso armónico que te lleva más allá de la traición.
 Y aunque nada sea del color de tu preferencia,
       todos sus matices revelan una riqueza inagotable,
 una ensenada de caminos que se abren al destino
 que tú eliges, con toda la fortuna de la suerte que te aguarda.
 Todo tiene el color del sol en la ventana. 
        

Autopista – día 179

  El día es de católica majestad
 en la autopista que borra
 las huellas de la caravana,
  
 tiene sorpresas de bullicios ordinarios,
 de hábitos perfectamente ejecutados,
 de cuarteados registros meticulosos
       en su pérgola de viento soleado,
  
 el mar intermitente te regala un velero,
 el túnel se calla como un río 
       herido por la ceguera,
 hay camellos que corren más que tú
       en esta procesión de murciélagos insomnes,
  
 no hay pérdida, no hay emoción, no hay vida,
 hay servidumbre, hay eficacia, hay coste,
  
 cuando lleguemos a la capital del mundo
 lo celebraremos comprando un traje nuevo
 para nuestro propio entierro,
  
 pagaremos el tributo del práctico y meticuloso
       gusano que nos orienta la vida, 
 hombres de muérdagos mudos.
        

Noche de boxeo – día 178

   
 No dirás nada que compunja
       al dios del mediodía,
 ni amortigüe el metal de la morgue
 que amonesta la servidumbre de la nube.
  
 Tu eres de la madera consumida 
       y elevada a la ceniza, así que,
 ¿Qué puedes decir en tu defensa 
       de solo flotabilidad,
 sin tigre, sin cascada, sin mundo,
 con solo una madre en tu doméstica lana
 que dice tu nombre de muérdago mudo,
 y busca protegerte del cuchillo etílico
       de la manada?
  
 El día se cierra en el estilismo pugilístico
 de la mansión caída en desuso, 
 propicia a tener todas las de perder 
 ante un directo de crochet y desperdicio.
      

Las acrobacias del sándalo – día 177

   El beso perdido en la encrucijada,
 el perfil cerrado de la crisálida,
  
 los números que voltean en el sorteo
 dictando la resolución de tu reflejo,
  
 escenarios de prensa matutina
 vertiendo su esclavitud de estaminas,
  
 arrebato del pájaro en la sombra
 cantando su perfil de paradoja,
  
 el cielo contra tus ansias viajeras
 rodando con los muertos que te llevan,
  
 toma mis defensas en brazos de tus deseos
 que ayer comían el pan ácimo de los reos,
  
 la dimensión exacta de tu infortunio,
 la rosa cumpliendo con el mes de junio,
  
 la verdad predicando sus deberes
 contra la voluntad de las cien veces,
  
 las perezas, molicies, perreas, galvanas…
 por no hacer no haces ni lo que te da la gana.
  
   

    

Son de plomo – día 176

   
 Son de plomo
 algunos días
 fundidos en la pereza.
 Estos acordes dispersos
 no construyen una canción.
 Tampoco consiguen
 pasar página.
  
 Estoy más nublado
 que el mismo cielo.
 Yo lluevo, él no.
 El gato ha intuido algo,
 hace sus cosas
       con una doble parsimonia.
  
 Llama por teléfono
 la solidaridad gremial
 de la música.
 “Mañana, claro, cómo no”.
 Solo entrando en la música
 puedo salir en cualquier sitio
 donde no haya clemencia
 para esta tapicería de cobalto.
    

Reyerta – día 175

  
 Dudo sobrevivir en medio de una reyerta.
 No me gustaría morir a manos de un cretino
 por una improvisada pelea de necedades, 
 por una borrachera de confusiones,
 por una resaca de mal sueño 
       en las barricadas de la suciedad,
  
 pero veo que no sería lo suficientemente rápido,
 que no sabría defenderme con la suficiente celeridad.
 No sería contundente. 
 El pensamiento moral me retraería. 
 Ralentizaría el tiempo de reacción.
 Querría dar una oportunidad al malevo. 
 Que se lo pensara.
 Quizás pudiera convencerlo. 
 Pausar y ver
 que es absurdo llegar hasta las últimas consecuencias,
 que es estúpido morir por una imbecilidad.
  
 Pero ese segundo de razón sería inútil
 ante quien, en plena vorágine de adrenalina, 
 lanzaría la puñalada mortal, el cuchillo asesino.
  
 Un segundo de razón inútil.
 Un segundo para morir y perder la razón.
 Un segundo para que la razón se vea, otra vez,
       pisoteada por la reacción posesiva,
 por la ciega necesidad de sobrevivir a toda costa.
  
 La muerte es demasiado perentoria
       en medio de una reyerta,
 demasiado definitiva para mi gusto. 
   

La palabra verdadera – día 174

 La palabra verdadera, 
       viene como un consuelo.
 Es un pájaro que se posa un segundo
       en la ventana, respira y se va.
 Los seres alados siempre son perseguidos.
  
 Todas las palabras son verdaderas. 
 El consuelo lo mueve el espíritu
       que trae la verdad a la ventana de tu alma.
 Un consuelo que no dura, 
       un mínimo fulgor de belleza,
 un milagro que no acaba nunca
       de entregar su riqueza.
 Un consuelo que siempre huye,
       como el pájaro que respira en tu ventana
 y se va.
   

La ofensa – día 173

 Los que se ofenden
       con quíteme Ud. estas pajas
 ¡qué rémoras!
  
 Los que se la cogen
       con papel de fumar
 ¡qué sensiblados!
  
 La vida está llena 
       de polvo, agua y barro
 y vivir ensucia las manos propias
       y salpica a las ajenas.
 Corresponde lavarse todos los días,
       regenerarse  todos los días,
 volver a empezar estrenando
       los viejos pantalones de siempre.
  
 Pero los hay que prefieren
       mantener la mancha 
 en el traje del alma
       para decirle al mundo
 que fue motivo de una ofensa.
       El supuesto ofensor, ni se acuerda.
 Pero ellos prefieren dejar podrir el alma.
  
 Y se creen dignos, los ofendidos
       siempre se creen dignos, es decir,
 los otros son indignos.
       Qué superfluos. No saben
 que la primera ley de la dignidad
       es borrar la ofensa, revertirla
 hacia la luz de la inteligencia,
       hacia el consuelo del corazón.
  
 Ni lo saben ni lo quieren saber. 
 
 
   

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies