EPIGRAMA 22
La basílica de elevados techos
de pulcros suelos pulidos
envolviendo un amplio espacio vacío,
de sublime belleza,
de una amplitud digna de un Dios
en el que los demonios de la digestión,
desvergonzados, le incitaron
a tirarse un pedo sonoro,
libre de ataduras morales
incontrolable en su salvaje decisión,
resonante en la magnífica acústica católica.
Quiso mantenerse
en la asunción digna de lo inadecuado,
pero su mujer no pudo.
La vulgaridad
en el ámbito de lo sublime
le hizo huir,
turbada, por el oprobio y la vergüenza,
de la mirada reprobatoria de los feligreses.
Él salió detrás de ella, pero la perdió
por toda la tarde romana.
En la intimidad hubiera sido motivo de risa;
en público, una ventosidad atronadora,
puede destruir un matrimonio.