Los rostros del mundo (353) Sonetos de la Intemperie 4

SONETOS DE LA INTEMPERIE 4

Son tus anhelos óxido y veneno, 
un musgo de ceniza en el ropero,
una flor que recibe en el sombrero
la noticia del prado más obsceno.

Buscan lo que no existe por el cieno,
cegados por la luz de lo sincero,
con olvido del cándido te quiero,
con dolor de lo propio y de lo ajeno.

Este perfil de tango te persigue
con sus huestes de harapos mendicantes
por las esquinas torpes del deseo.

Convendrá que la cuerda se desligue
y la barca navegue en incesantes
olas de luz en ruedas sin mareo.

Los rostros del mundo (352) Sonetos de la Intemperie 3

SONETOS DE LA INTEMPERIE 3

Perros de tristezas y marfil caliente
vecinos del formol rubio de las horas
ladran por el abandono que tu ignoras
y tienen, como tú, corazón ingente.

No soportan el ladrido de la gente,
su pútrida reverencia a las esporas,
ni esas resacas que tienen a deshoras
de ser la voz injuriosa del demente.

Serán humillación de ojos por la pena,
lobos sin instinto, locos que en la noche
esconden su temor de mirada ajena,

Pero despiertos, al fondo del reproche,
como caimanes de luz entre la arena,
deslumbran los cristales de su derroche.

Los rostros del mundo (351) Sonetos de la Intemperie 2

SONETOS DE LA INTEMPERIE 2

Una oscura raíz que ignora el canto
y el vuelo de la espiga más sentida
hurga en la arcilla de esta anochecida
alma de junco redimida al llanto.

Y cuanto más se escancia de quebranto
el gesto disecado de esta vida
más penetra su ansia decidida
en la cercada tierra del espanto.

Cava, tenaz y ciega hasta el abismo,
persigue tu gentil labor de sombra,
no cejes en tu empeño que desella

el manto más profundo de mí mismo.
Acércate despacio, mira y nombra
la triste realidad de estar sin ella.

Los rostros del mundo (350) Sonetos de la Intemperie 1

SONETOS DE LA INTEMPERIE 1

Mi razón te persigue y yo te hallo,
levísima de azules, pensativa,
jugando con la nube y su deriva,
que perfila la sombra de un caballo.

Dorada por la suave luz de mayo,
como un sueño ojival de dama altiva,
tu imagen me arrebata y me cautiva
en el mar del amparo donde encallo.

Podrá pasar el tiempo y en su furia
llevarse hasta el color de mi semblante
al fondo del espacio y más arriba.

Pero el brillo de inocencia y de lujuria,
de belleza prendida en este instante,
durará eternamente mientras viva.

Los rostros del mundo (349) Epigrama 40

EPIGRAMA 40

Vaya una ruina, la sátira.
Vaya una pérdida de tiempo más patética.
¿Hay algo más idiota que estar pendiente de los idiotas?
¿Hay algo menos gracioso que hacerse el gracioso?
¿De verdad que no hay mejor manera de gastar el ingenio
      que disparar contra los malignos, los inmorales,
      los corruptos, los ladrones, los pérfidos, los abusones…?
Gentes de la basura que dejan la mente ocupada en basuras,
como esas trampas de liga: cogen al pájaro
      pero dejan pringadas las manos del cazador.

¿Acaso redimen de necedades al necio satirizado?
¿Al pervertido lo vuelven pudoroso las sátiras que lo señalan?
¿Mejoran la sociedad tanta diligencia por señalar al indecente?

La sátira es un nido de moralidades, con mierda en los bordes.
El sucio que ensucia.
Andando por el borde de la estupidez
      corres el riesgo de hundirte en ella.
Seguro que vale la pena 
      arrancar las malas hierbas del huerto productivo.
Un trabajo sin fin. Solo que aquí, no arrancas nada.

La sátira está en la literatura,
desde que el hombre comenzó a vivir 
en sociedades urbanas.
Sociedad versus suciedad.
Escribir sátiras es hacer labor de moralista basurero.
Hasta aquí llegó mi trabajo de basurero de inmoralidades.

Los rostros del mundo (348) Epigrama 39

EPIGRAMA 39

¿Cuántas tonterías debe cometer un hombre
      para decir que es tonto?
¿Cuántas boberías para que la definición
      de bobo se pegue a su piel?
¿Cuántas meteduras de pata
      para que lo oficien de torpe?
¿Cuántas fechorías para nombrarlo facineroso?

¿Cómo estamos de contabilidad moral, Juanitus?
Ya sabes que los moralistas acostumbran a estrechar el cerco. 
A veces, te sentencian por lo que no saben y se inventan.
Les basta con verte pasar por allí 
      para endosarte al muerto.
¡Por un gato que maté, me llamaron matagatos!
¡Ten cuidado, Juanitus, al gato ni tocarlo!

Los rostros del mundo (348) Epigrama 38

EPIGRAMA 38

Dime como hablas y te diré cómo eres.

No hay idioma que no contenga 
un estupendo vocabulario de tacos,
desde los más finolis, “cagalindo”
hasta los más bestias, “comevómitos”
pasando por un clásico, “hijodeputa”
o “cabrón” que denotan por dónde
se enfila el desprestigio del insulto.
Aunque, en algunos contextos, 
      con según que tono de voz,
estos insultos se convierten en elogios.

Como bien sabes, Juanitus,  el vocabulario
de los insultos en español, tan rico
en palabras de desprecio, es propio
de una gente soez, tosca y resentida.
Sólo cambiando el carácter de la gente
cambiarían los insultos.
O al revés, ¿cambiando el tono de los insultos
podría cambiar el carácter de la gente?

He aquí una labor social de primera importancia:
Poner tacos en la vida del hablante
      que lo eleven de la ordinariez sin perder
un gramo de personalidad.

Convendría usar otros nuevos
que no sean ni pusilánimes ni degradantes.

¡Vaya un perrigato que estás hecho!
¡Vete a dormir dromedarios!
¡Domina a quien te domina, malpaso!
¡Dónde vas, liante de lianas!
¡Eres más tonto que un adjunto de difunto!

No sé, Juanitus, tal vez sea una tontada.
Era una idea. 
En fín. 
Una idea de bombero.
Una idea de cabeza sin sombrero.

Los rostros del mundo (347) Epigrama 37

EPIGRAMA 37

¡Tantos intentos voluntariosos
que han acabado en fracaso!:

apuntarme a un gimnasio,
aprender inglés,
nadar en mar abierto,
leer el Ulises de Joyce o
En busca del tiempo perdido,
hacer el Camino a Santiago,
montar un grupo de rock y tener una novia
que se llamara Ramona…

denotan
un auténtico afán 
de querer ser
mejor de lo que soy,

constatan
que las buenas intenciones
no son suficientes 
para dejar de ser
el mismo imbécil de siempre.

Los rostros del mundo (346) Epigrama 36

EPIGRAMA 36

Os hemos dado el norte del que carecíais,
la intención y el oráculo,
el despegado camino 
      que tanto nos costó limpiar
      de sucias realidades:
os hemos pintado de azul todos los cielos,
y hemos vuelto a dibujar
todas las estampas de los santos tutelares;
hemos despejado el pasado de brumas
y lavado el hollín y desbrozado las zarzas
      del porvenir;

y ahora vosotros, hijos de la gran chingada,
después de tanto sacrificio,
os dedicáis a dilapidar en fiestas etílicas
      y depravadas,
la herencia recibida del agónico trabajo
de todos vuestros antepasados.

Construimos un paraíso para vosotros,
y puesto que habéis decidido ser unos adanes,
no nos queda otra que expulsaros
a ganaros el pan con el sudor de vuestra frente.
Hasta aquí llegó el sudor de la nuestra.

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