Romancillo del desgraciado

 iempre a punto de ser
un desgraciado.
Dando tumbos y tumbos
por cuesta abajo.
Atado mentalmente
de pies y manos,
en el límite del mal
sin declararlo,
y con la soga al cuello
del condenado.

No me busqué la vida
del desclasado,
fue la santa sociedad
quien me la trajo,
ladré donde nací, 
perro marcado,
me tendieron cadenas
nunca la mano,
cometí mis errores
salí dañado.

Nadie diga mi estigma
que voy de paso,
si las muertes ajenas
son del pasado,
yo nunca estuve allí
no tengo un amo,
me adjudican sus penas
por un si acaso,
que el miedo campa libre
por todos lados.

No pretendo el perdón
no soy un santo.
Si quieres ser el bueno
pregunta al malo.
La suerte es más esquiva
que el leopardo
que se acerca en sigilo
para tu espanto.
No hay prevención posible
para el mal fario.

Vivir donde nací
tiene su estatus.
Mi padre me tenía
acogotado,
mi madre me quería
como a su gato,
niños como gorruños
todos hermanos,
comiendo en la sopera
como los sapos.

Todas las casas guardan
un condenado.
Rodeado del vicio
lo tienes claro:
gallito de pelea
o acorralado.
La necesidad cruda
viene apretando,
todo tiene su truco
y no hay más trato.

Romance de la fauna casera

 ienes un perro malvado
que te ladra por el alma
y un grajo que de continuo
chirría tu queja amarga;
tienes un loro funesto
con una sola palabra
más propia de los prostíbulos
que del orden de una casa.

En las horas que meditas
con tu sombra descansada
escuchas a una cotorra
que está siempre de parranda,
más tonta que una botella,
más cretina y más borracha.

Tienes también un cilindro
que martiriza a una rata
dando vueltas a una noria
con un sinfín que no para,
y una avidez por los brillos
que se roban las urracas
por parecer que acumulan
la prestancia de las damas.

Y, ¡por dios! no diré nada
de la fama de tu gata
que se mete por el medio
del amante que en tu cama
pretende, sin conseguirlo,
entrar en tierra sagrada
que él defiende, sarraceno,
con el sable de sus garras.

Y qué decir de esa estirpe
de serpiente que resbala
por pasillos desolados
hasta el fondo de la estancia
donde sola se complace
febrilmente y enroscada,
una totémica bicha
displicente y soberana.

Tanta zoología libre
va campando por tu casa
que ya se oyen los tambores
de la selva que te llama.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies