Romance de la fauna casera

 ienes un perro malvado
que te ladra por el alma
y un grajo que de continuo
chirría tu queja amarga;
tienes un loro funesto
con una sola palabra
más propia de los prostíbulos
que del orden de una casa.

En las horas que meditas
con tu sombra descansada
escuchas a una cotorra
que está siempre de parranda,
más tonta que una botella,
más cretina y más borracha.

Tienes también un cilindro
que martiriza a una rata
dando vueltas a una noria
con un sinfín que no para,
y una avidez por los brillos
que se roban las urracas
por parecer que acumulan
la prestancia de las damas.

Y, ¡por dios! no diré nada
de la fama de tu gata
que se mete por el medio
del amante que en tu cama
pretende, sin conseguirlo,
entrar en tierra sagrada
que él defiende, sarraceno,
con el sable de sus garras.

Y qué decir de esa estirpe
de serpiente que resbala
por pasillos desolados
hasta el fondo de la estancia
donde sola se complace
febrilmente y enroscada,
una totémica bicha
displicente y soberana.

Tanta zoología libre
va campando por tu casa
que ya se oyen los tambores
de la selva que te llama.

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