Romance de la Invocación

ente, primavera y dime
 dónde redimes tus sombras,
 por qué caminos te acercas
 trayendo luz a las hojas.
  
 Tú que tienes el secreto
 placentero de las bocas
 que cantan tan sin desmayo
 por los abriles que mojan,
 el agua de las corrientes,
 la santidad de las obras,
 el perfil de los que pierden
 las hebillas y las botas.
  
 Dime, idea perenne,
 tu secreto que retorna
 como asombro de los días,
 como el brillo de las joyas,
 por dónde van tus fulgores
 por dónde van tus estrofas,
 destrezas que nos despiertan
 los pulsos que nos arroban,
 el cuerpo de la verdad,
 y el alma de la memoria,
 los ríos que van preñados
 y el corazón que te nombra.
  
 Dime, que quiero tumbarme
 en el sueño en que reposas,
 junto al paso de tu estirpe
 y tu sangre que me acosa.
  
 Allí diré mi palabra
 heredera de tus obras,
 cantando con tu silencio
 el silencio de las sombras.
    

Poemas Carcelarios 6 – día 239

  Lo que yo creo
  
  
 Yo nunca aprendí a obedecer a mi madre.
 Yo nunca aprendí a querer a mi padre.
 Yo nunca aprendí la lección de la paciencia.
 Yo nunca he querido tener una familia.
  
 Yo no creo en dios ni en la madre que lo trajo.
 Yo no creo en los ángeles custodios del amor.
 Si alguien quiere explicarme qué es el amor,
       yo podría explicarle qué es el deseo.
  
 A dios no lo he visto en mi vida.
 Creo más en el diablo 
       porque lo encuentro casi todos los días.
 Estoy harto de recibir órdenes y órdenes y órdenes.
 Solo quiero que me dejen en paz y que no me jodan.
  
 No quiero buscar otra manera de decirlo.
 Soy mejor que muchos de los que están fuera.
 No me cambiaría por ninguno de ellos.
 Hay fuerzas más fuertes que el fuego del infierno.
  
 No necesito cálidas palabras.
 Siento el impulso de hacer lo contrario
       de lo que me mandan.
 Es un llamado de la sangre 
       al que no quiero renunciar.
 Todo me constriñe. Necesito desfogarme
       en completa libertad.
  
 El mundo es una melaza que me empasta el sabor.
 Hasta aquí llega mi poema o lo que sea y adiós
 
 
        

Poemas Policíacos 5 – día 238

 La Delincuencia
  
 Alguna vez lo he pensado:
 Los delincuentes, esa masa, la delincuencia,
 son como un estrato de la sociedad, 
 un pueblo con sus códigos culturales, 
 sus fórmulas de comportamiento, 
 su lengua específica, su identidad al margen,
 sus maneras de relacionarse,
 una dimensión compacta, con más entidad
 que una nacionalidad cualquiera,
 con más patria que una patria cualquiera,
 solo le falta el himno y la bandera
 y un territorio propio, aunque lo tiene
 dentro de propio territorio de un país cualquiera.
  
 Ellos están allí, entre medio del poder y la gente.
 El poder los usa para dar miedo a la gente.
 El capital los usa para vender cámaras, verjas,
 guardias de los almacenes, policías verdes,
 policías azules, de todos los colores, 
 planes de pensiones, seguros de hogar,
 perros guardianes, perros asesinos,
 lugares para huir.
  
 ¿Me puedo imaginar un país sin delincuencia?
 Si, me lo puedo imaginar, un país sin delincuencia.
 Con algún ladrón, con algún asesino y poco más.
 Un país en que esos pocos individuos no formaran
 esa masa compacta y abrumadora llamada delincuencia.
  
 Claro que para eso, el poder no debería estar
 en manos de los mayores delincuentes,
 esos que propician la delincuencia como barrera.
 
        

Poemas Carcelarios 5 – día 237

  El Perfume
  
  
 El crimen perfecto de la nostalgia.
 Hay dolor y muerte. Hay pasado.
 El cadáver es la desaparición 
       que perdura en el tiempo
 con un aura dorada 
       que envuelve las imágenes
 que se conservan en el sueño.
  
 Una presencia indefinida 
       que gravita en la mente.
 Un recuerdo perfumado
       por una colonia evaporada.
  
 Volveremos una y otra vez
       a encender el fuego del hogar.
 A sentir el calor de aquel invierno
       quemándonos la piel en compañía.
  
 La muerte no desaparece nunca. 

Poemas Policíacos 4 – día 236

  El Rescate
  
 Conozco el miedo de la oscuridad,
 es el miedo de lo indeterminado, 
 de lo imprevisto, del gato y sus tijeras.
 Sin ojos que avizoren, nunca sabes
 por dónde te atacan las garras,
 por dónde puede venir la dentellada.
 Hasta el más leve roce del ala de un murciélago
 bastaba para entrar en la asfixia
       agónica de la muerte inminente.
  
 Estuve en una mazmorra ciega.
 Cualquier ruido se agranda 
       y te llena de espanto.
 Oía el metal oxidado de los cerrojos, un eco
 de laberintos con celdas de prisioneros.
 Oía el gemir de un moribundo.
 Oía el caminar seco del escarabajo.
 Oía la voz de  mi madre diciéndome despacio
       “sal de ahí, sal de ahí”
 Oía a las águilas que movían el aire de las cumbres.
 Oía la respiración del mar y el rumor de las olas.
 Oía la risa de mi infancia junto al río
       y el coro de los juncos y los tamarindos.
 Y al fin, oí la voz de Dios que me dijo: 
       "somos la séptima"
       “prepárate para el rescate”
       

Poemas Carcelarios 4 – día 235

 Romance
  
  
 Le pegué dos puñaladas
 con pleno merecimiento,
 ni siquiera con diez vasos
 debe faltarme al respeto,
  
 aunque yo pueda ser pobre
 soy un hombre muy entero,
 la priva no es una excusa
 para faltarme al respeto,
  
 dijo lo que no debía
 yo no le debo dinero,
 sus palabras son ofensas
 por los diez años de encierro;
  
 mi mujer es una santa
 tengo dignidad y tengo
 fe en sus manos, en sus ojos,
 y amor seguro y del bueno,
  
 no necesito que nadie
 me venga con ningún cuento,
 mi mujer es una santa
 aunque tenga un hijo negro,
  
 diez años son muchos años
 para vivir un encierro,
 ella vivía por mí 
 cuando yo ya estaba muerto.
       

Poemas Policíacos 3 – día 234

  
 No quieras saber la verdad
  
 No tardé ni una semana en ser uno más
 de los mendigos desahuciados
 en el sucio callejón sin salida.
 No me costó, tenía cierta inclinación 
 al abandono de toda esperanza.
 El jefe lo intuía, por eso me nombró
 para esa misión:
 “infíltrate y averigua quién los mata”
  
 Fue un descenso a un submundo,
 la cara oculta de la gran ciudad
 que miramos con asco a la luz del día,
 la frontera donde el hombre y la rata 
       compiten por los mismo deshechos,
 donde la miseria 
       es un hoyo en medio de la noche
 en el que se cae como la hoja inexorable
       del otoño.
  
 Por el súbito resplandor comprobé
 que la muerte salía del coche patrulla;
 que el disparo era el juego macabro
 de un policía psicópata, que tiraba al azar,
 con esa mezcla de aburrimiento y desprecio
 que se tiene por los mendigos degradados
 de un callejón sin salida. 
 Esa era la solución.
  
 Y hubo otra, más definitiva para mí:
 el abandono de la que había sido mi profesión
       desde que la soñé en mi infancia.
 Había llegado a un límite. Una frontera líquida
 en la que los buenos 
       -o los que trabajan para los buenos-
 pueden ser malos, y los malos,
 siguen siendo malos sin remisión.
 Saber la verdad, te cambia, aunque no quieras.
  
 Ahora soy libre para elegir mis propias misiones
 y cuando disparo, 
       disparo convencido de la muerte
 que voy a convocar.
         

Poemas Carcelarios 3 – día 233

 Una mujer
  
 Tengo ya diez hombres
 perdidos en el ocaso de su locura.
 A mi virginal entrega
 no le importaba ni el delito
 ni la cantidad.
 Imperceptibles, borrados,
 de paso en las hojas de mi conciencia,
 verlos caídos no me conforta.
 Todavía no sé de qué venganza
 se nutre este juego de eros que erosiona
 la solidez del hombre.
 Cuando pierda la belleza
 se acabará esta agónica espiral
 que gira hacia el vacío interior.
 Por ahora son diez, pero seguro
 que caerá algún pájaro furtivo
 con el rostro de los siglos oscuros
 y su obscenidad queriendo lamer
 mis labios de fervor y sangre entregada.
 Solo soy una mujer, pero no he venido 
 a complacer a ninguna santidad,
       a ningún diablo. 
 
   

Poemas Policíacos 2 – día 232

 El eterno retorno
  
 La ciencia vive de la repetición.
 La medicina sabe qué es un hígado
 porque todos los hígados son iguales.
 Sus diferencias no importan. 
 Una silla es una silla aunque se vista 
       de mil diseños diferentes.
 Esto me recuerda a Platón.
  
 Los asesinos en serie 
       son como los pescadores serios:
 vuelven a sus caladeros rentables.
 Improvisan lo justo para seguir 
        llenando sus redes con buenas capturas,
 víctimas nuevas, nuevos cadáveres.
  
 A Sebastián lo cogimos en un acto 
 de crimen reiterado. Ningún diario
 publicó ninguna noticia. Carmela
 disfrazada se paseaba a contra luz
 por la casa. Al verla, Sebastián 
 pensó que tal vez no la había matado.
 Volvió al lugar del crimen y allí
 nos encontró preparados para arrestarlo.
  
 No es un tópico. Es verdad, los asesinos 
 siempre vuelven al lugar del crimen.
 Tienen una vida cíclica, como las estaciones,
 como las cosechas y su eterno retorno.
 Vuelven para caer. Tal vez lo deseen.
  
   

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