Romance del que no sabe a dónde va (II)

¿  dónde va la gente
que no sabe a dónde va?


Los que afirman las condiciones
¿qué se creen que van a encontrar?
¿reverencias? ¿exaltaciones?
¿el son de la flauta frugal?
¿golondrinas que los orienten?
¿el sagrado pan del maná?
¿o el monstruo que ya estaba allí
al segundo de despertar?
Un fantasma que nos persigue
desde el nacimiento hasta el final
Confundiendo lo que imaginas,
el rostro claro de la cal,
Con los deseos que el misterio
nunca acabará de alumbrar.


¿A dónde va la gente
que no sabe a dónde va?


Tan perdidos por los deslumbres
del imposible celestial,
con los pies en los precipicios,
en los abismos sin piedad,
(que así son los raptos el miedo
erizados como el coral),
paupérrimos de estrellas, torpes
en el arte de navegar,
tan mezclados y confundidos
como las raíces del mal,
¿a dónde seremos llevados?
¿al tiempo de la obscuridad?
¿al prados de los elegidos
o al pasto de la eternidad?


Cantemos, amigos, cantemos
que la discordia elemental
está haciendo bien su trabajo
de entrarnos en la vacuidad
donde seremos los más momios
de la codicia fantasmal
de querer ser lo que nos sueñan
los señores del capital
borregos lustrosos en orden
dispuestos para batallar
las guerras de sus intereses
disfrazadas de dignidad:
la de ellos luciendo en el pecho
y la nuestra en el pedregal.


¿A dónde va la gente
que no sabe a dónde va?


¿Serán arrebatados raudos
al cielo de la claridad,
o caerán en el crudo invierno
de la pura imbecilidad?
¿quién puede controlar las reglas
que hacen del viento un huracán?
¿quién propone que tu destino
sea un producto del azar?
No parece un dilema fácil
que podamos dilucidar.
Si ellos mismos no lo saben
ya los mandarán a votar
que votar es lo que quieren
los perdidos en su desván,
inquilinos de las incurias
de no saber por dónde van,
las turbulencias con sus puentes
las corrientes con su piedad.

Romance del que no sabe a dónde va (I)

¿ dónde va la gente
que no sabe dónde va?


Murciélagos oscurecidos
en las noches del palmeral,
despistados o parapléjicos
por las calles de la ciudad
buscando respuestas en sombras
que cierran las aguas del mar,
las claridades de la sangre
o los misterios de la paz.


¿A dónde va la gente
que no sabe a dónde va?


Cruzando las sendas del crimen
durmiendo en la piel del cristal
los rigores los van llevando
con toda probabilidad
a los martes del soliloquio
a los sueños de la verdad
donde toman las decisiones
los bardos del aire mental
que sufren eternos retornos
de fábulas sin caridad
como el viento de los sagaces
que destruyen la aldea y se van
o como el milagro del santo
que huyendo del cielo a pecar
lo encontró el dios del camino
y lo encerró en la soledad.


¿A dónde va la gente
que no sabe a dónde va?


La sinestesia de las brujas
y la entelequia familiar
en los círculos prepotentes
que viven de la vanidad
de querer ser lo que se quieren
sin que importe la realidad
de lo fatídico y errante,
del suplicio que volverá
a recordarnos que el dinero
es su fuente, su manantial,
la despensa de lo siniestro
sus espesos muros de sal.


Y a la gente la llaman pueblo
arcilla para modelar
los expertos en las mentiras
del arraigo sentimental
un barro triste y maleable
que quiere y se pone a cantar
las canciones del oprimido
que se deprime en el sofá
al ver, agridulce el anhelo,
que el sueño se puede tocar
como se tocan las materias
del hambre en el cuerpo espectral.

Romance de un paciente recién operado

 
ronto no te acordarás
 del nombre de tus amantes,
 poco a poco o de repente
 como un pájaro sin aire
 cayendo en las desoladas  
 metáforas del descarte:
 polvo en el polvo, ceniza
  y olvido, alma de embates
 para los días sin suerte  
 y sus destierros al margen;
 horas y horas vendidas  
 al solitario calambre
 de no recordar ya nunca
 el nombre de tus amantes.
 
 
 Será la prueba eficiente
 de que siempre fuiste nadie,
 de que ganó la miseria  
 la mano echada del naipe
 (ese albur de los destinos
 que arrastra sentencias graves),
 la partida que se juega  
 en laberintos de albares,
 en las brumas del afecto,
 junto al deseo de un hambre
 que recompense tu vida  
 de tan olvidar lo que amaste
 y deje que los desiertos  
 se pueblen de soledades.
 
 
 Y esa desdicha que viene  
 o ha de venir con un martes
 de tiempo que determine  
 una visión entrañable
 de una vida distinguida  
 como un pétalo que cae
 en el agua de una acequia  
 que corre entre palmerales,
 crecida por las sonrisas
 en las huellas de la sangre
 heredada por las ansias  
 de los ojos de mi madre,
 vida abierta a las alondras  
 sin miedo a que les disparen.
 
 
 Esa vida ha de ser vida
 (nada será como el antes)
 sin instancias de la muerte  
 sin sabores que te amarguen
 sin los miedos de las sombras
 sin las sombras aberrantes,
 sustentada por las vigas  
 elevadas por el arte
 elegida o regalada  
 por los dueños de las tardes
 que siembran las delicadas  
 semillas para que salves
 el valor de la verdad  
 la verdad de los desastres,
 leve de acontecimientos  
 limpio, sereno, elegante
 roto en la luz y encontrado  
 en el brillo de los árboles.
 
 

Romance de la imaginación

oy a dejar que los pies
se vayan adelantando.
La cabeza va después
con sueños de contrabando.


La salud es lo primero
y en la mente se alimenta.
No basta el ojo certero,
es el mito quien lo intenta.


Las bajas pasiones tienen
venenos de mundo lento,
derivas que no convienen,
vapores sin pensamiento.


El arco que tensa el cielo
tiene la fuerza de un brazo
que eleva la flor de un velo
en la fijeza de un lazo.


Tensión y temperamento
para subirme a la torre
del aire en el firmamento
que por la imago se corre.


Virtud y desenvoltura
se premian con la fiereza
del viento que por la altura
impulsa la sangre y reza.


Oraciones son palabras
dispuestas para la marcha,
mágicas abracadabras
que abren cristales de escarcha.


Y en el fondo debes hallar
ese tiempo que se eterna
en saber sin mancillar
el cristal de la lucerna.

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