Romancillo de andar por el bosque

ndando por el bosque
 sin fin ni mandamiento
 me encuentro con la sombra
 que vive en el silencio
 apariencias  sutiles
 deslumbres de misterio
 saltos que de las aguas
 hacen sus pensamientos
 líquidos y fugaces
 rumor de palimpsestos
 palabras que se oyen
 escrituras del viento
 rubores, certidumbres,
 luz del conocimiento
 naturaleza viva
 cantando en cautiverio.
  
 El círculo cerrado
 que vuelve con los ecos
 retorna a mi memoria
 el ciclo de los buenos
 propósitos del alma
 que clama por los muertos
 y recibe, inesperado,
 su asombro tan discreto,
 sutil por las ausencias,
 gentil por lo sincero, 
 que todo precedente
 es presente en su celo,
 en su santo susurro,
 en su verdad sin miedo,
 en su dolor callado,
 en su cristal de sueño.
  
 Son las siempre íntimas
 materias del acierto,
 golondrinas que orientan
 las rutas del reflejo
 -confusión, laberinto-
 de la invisible y prístina
 presencia de lo inquieto,
 lo que apenas se dice,
 el torpe balbuceo
 de un mar de claridades
 viviendo en tu cerebro.
 Son los signos que nacen
 de los pulsos del tiempo,
 los fantasmas reales
 que limpian los deseos
 para ser infinitos,
 para ser sin infiernos
 libres de las mentiras
 que propagan los vientos
 malignos de los hombres
 esclavos de sus egos.         

He bajado a la calle 16- día 324

 He pisado la calle 
 esperando que ocurriera un milagro.
 Milagros de esos que no ocurren:
 que, de pronto, dejaran de dolerme
 todos los huesos del alma
 y que todas las angustias del cuerpo
 salieran de mí como golondrinas
 en busca de una rama de olivo
 para dar la buena nueva
 de que irradio felicidad
 para todos los machacados del mundo.
  
 Parece ser que pienso 
 que sólo se puede ser feliz
 si los otros también son felices.
 Que la felicidad es una ligereza compartida.
 No se puede comer 
       delante de gente que pasa hambre.
 También el alimento
       debe ser un maná compartido.
 Como el dinero, que sí da la felicidad.
 Como la riqueza, que debe ser compartida.
 El hombre aislado no existe.
 Nelson Mandela estuvo en prisión 27 años
 y no se puede decir que fuera un hombre aislado.
 Solo el muerto es un hombre aislado.
 Perfectamente aislado.
 ¿Se puede ser feliz entre infelices?
 La menta existe entre las malas hierbas.
 Tal vez las malas hierbas no sean malas hierbas.
 Hay que tener cuidado con la elección del adjetivo.
 Un mal adjetivo crea infelicidad.
 Y hasta puede matar.  

He bajado a la calle 15- día 323

 Lo primero que me llamó la atención
        cuando bajé a la calle,
 fue la veleta del palacio episcopal girando
 por un viento extraño
 que no repercutía ni en las hojas de los árboles,
 ni en las lánguidas banderas,
 ni en la sumisa ropa tendida de los balcones.
  
 La veleta es sicaria del viento.
 Se movía allí arriba como si tuviera
       un aire privado que la invitaba a danzar,
 unas ráfagas huracanadas que solo ella percibía,
 un movimiento autónomo girando
       a una velocidad inaudita.
  
 La expectación de la gente
 se ramificaba en diversas teorías explicativas:
 que si era efecto de un avión a reacción,
 que si se prepara una buena tormenta,
 que si es síntoma de un tsunami…
  
 hasta que el niño del vecino dijo
 “hay una guerra de ángeles ahí arriba”.
  
 Yo me volví para casa, por si acaso. 

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