He bajado a la calle 14- día 322

 He bajado a la calle y me encuentro
 con la imagen más deprimente de mí.
 De pronto soy un patético personaje que deambula
 hacia la repetición de la pesadilla especular,
 la reiterada costumbre de ser el mismo
 andando por un circuito de calles conocidas,
 yendo a los mismos sitios, a los mismos comercios,
 animal de noria, sumando pasos a los pasos
 para llegar siempre al mismo sitio: una nada
 redonda sin rumores ni cañaverales nuevos.
  
 Yo no sé si soy yo que deliro
 o es verdad que hay un cuervo que va dando saltitos
 sin perderme de vista.
 ¿Un cuervo que me sigue?
 Tampoco sé si es el mismo cuervo
 o hay toda una parentela pasándose la consigna
 de por donde pasea mi sombra.
 ¿Son mis amigos, que están a la espera de asistirme
 porque prevén mi inminente colapso,
 o están amaestrados por la policía?
 Yo nunca hablé con un cuervo.
 Metafóricamente sí. Cuervo real, no.
 Ahí hay otro. Todos son iguales.
  
 He de cambiar de ruta, no puede ser
 que me encuentre con esta paranoia
 cada vez que paseo por esta ciudad
 orgullosa, sucia y levítica. Sin salida. 

He bajado a la calle 13- día 321

 He salido a la calle y me encuentro 
       con mi fantasma;
 mi fantasma es hijo de mi fantasía;
 mi fantasía es un barro que modela
       una mentira funcional;
 la mentira que modela es 
       una apariencia favorable
             para no espantar a la gente;
 la gente que se espanta
       modula el ritmo de la calle;
 la calle está llena de fantasmas
       que modelan, modulan y tiene miedo
             del otro y de sí mismos,
 fantasmas todos del teatro de la vida.
  
 He salido a la calle llena de fantasmas.
 Me he sentido un poco persona
 cuando he ayudado a una señora mayor
       a cruzar la calle. 
 Ayudar a los otros te hace persona,
 te desviste de fantasma,
       te desfantamiza.   
 Una conclusión afantasmada 
       es suficiente para volver a casa.      

He bajado a la calle 12- día 320

Salgo a la calle 
 y me tropiezo con mi sombra,
 elástica y flexible 
 subiéndose por el muro,
 deslizándose sobre todos los obstáculos,
 descarnada o descarada, qué importa,
 una sombra que vive fuera,
 una sombra que necesita del sol.
  
 Tengo otra sombra 
 que me sombrea por dentro,
 se viste con los trapos de mi alma,
 tiene su dominio, su independencia,
 me manda, aunque no lo parezca,
 es dueña y señora de la oscuridad,
 penetrante y afilada y sibilina
 a la hora de dejar sus recados.
  
 Esta ama de llaves, con sus pasos lentos,
 inaudibles, gobierna la casa
 y decide si soy empático o borde.
 Basta con que me guste una chica
 para que me confunda y trabe mis palabras
 y quede como un torpe y retrasado ratón.
 En otras ocasiones propicia que me muestre lírico
 y quede como un gilipollas en medio
 del taller mecánico.
  
 Tengo que hablar en serio con esa sombra.
 He pensado dejar que haga lo que quiera
 con tal de que me permita ser feliz.     

He bajado a la calle 11- día 319

 Hoy toca comida con los colegas.
 Distintos ámbitos, distintas personas.
 Colegas laborales y colegas artistas.
 Entre unos y otros, divisiones y subdivisiones.
 En cada una de ellas, personas admirables.
  
 G. correría una maratón para darte un recado.
 J.  abriría todas las jaulas de pájaros 
     para hacer feliz a su sobrina.
 K. practica el vuelo sin motor para filmar a los gansos
      en pleno vuelo.
 B. recorre en bicicleta todos los caminos 
     que llevan a Santiago y todos los que vuelven a casa.
 P. es experto en Las Montañas de Prades, 
     una especialización de los caminantes de la noche.
 F. es un maestro acuarelista y monje secularizado
     de todos los monasterios del románico catalán.
 E. es un erudito local sin el cual 
       ¡qué sabríamos de nuestro pueblo!  
  
 Hoy tocaba J. y R. que no necesitan ningún trago
 para ser los compadres más felices
 a este lado del Me-Río Ebro.
  
 J. es afilador de cuchillos, bebedor de te 
    -hecho en teteras importadas de China-
    coleccionista de diccionarios y zambombas.
 R. es maestro en retórica 
    por la Universidad Singular de Salamanca,
    experto en gastronomías peninsulares,
    folklorista y especialista en crímenes novelados.
  
 Salir a la calle, ir a un restaurante, 
 comer y hablar, beber y departir, 
 con estos colegas del buen yantar,
 es de tal delicia, que uno no quisiera
 morirse ni desvanecerse, ni amortajarse, 
 aunque, llegada la hora de marchar, uno se marcha,
 que no hay que abusar nunca,
 ni siquiera de lo bueno. 

He bajado a la calle 10- día 318

 He bajado a la calle y veo
 a mucha gente paseando perros.
 No veo pasear peces, pájaros, reptiles,
 halcones, salamandras, culebras…
 No veo pasear gatos. Los gatos no se dejan.
 Ellos pasean por su cuenta.
 Perros de todos los tamaños y colores.
 Una variedad inverosímil si pensamos
 que todos devienen del lobo.
  
 En la prehistoria el lobo fue un competidor
 hasta convertirse en un aliado.
 De aliado ha pasado a mascota,
 en receptor de la sentimentalidad herida
       del hombre sin atributos.
  
 Hay esclavitudes que no admiten la vuelta atrás.
 Ni los perros domesticados ni nosotros 
       podemos vivir en estado salvaje.
 Solo los animales que no pasean con el hombre
       podrían volver a su libertad de animales.
 Pero claro, el hombre ama a los animales,
 por eso les da su cariño o se los come.
  
 Demasiadas contradicciones, para seguir en la calle, 
       así que me vuelvo a casa.
 Otro día sacaré a pasear a mi pez en su pecera

He bajado a la calle 9- día 317

  He bajado a la calle y he comprobado
 que aún hay gente que se ríe.
 Suelen ser jóvenes.
 Grupos que se reúnen en las terrazas
       de las cafeterías.
  
 Si la casualidad me permite
 oír de qué va su felicidad,
 compruebo de que es de una insustancialidad
       impresionante, de una simpleza
 imposible de comprender, de una tontada
       ligera y bochornosa.
  
 La vida del hombre parece compartimentada
 por las etapas de la edad.
 Esos jóvenes sienten devoción 
       por músicas insufribles.
 Insufribles para mí que ya estoy en la etapa 
 de preferir el silencio a la música.
  
 Cuando era joven como ellos, me pasaba lo contrario.
 La música a todo trapo era el viento en la vela
 de los navegantes antiguos que salían al asalto 
 de los tesoros de otras civilizaciones más ancianas.
  
 Ahora yo soy el anciano sin tesoros que guardar.
 Ellos son los jóvenes piratas con derecho al asalto.
 Los motivos de sus risas son la salud de sus aventuras.
 Yo me voy, no los soporto, 
       pero les deseo la mejor de las travesías.
 Me voy reflexionando: el tesoro verdadero son sus risas
 que ellos dilapidan como se dilapidan
       todos los tesoros. Así es la felicidad, un derroche.   

He bajado a la calle 8- día 316

 Voy a la librería a comprar un libro
       y compro tres.
 Paso por el santuario
       y pongo una vela al santo.
 Entro en la panadería
       me llevo un pan y una sonrisa.
 Necesito tinta de impresora,
       marcho caminando por la sombra.
 No me encuentro con nadie conocido
       me gusta deambular por capricho.
 Me encanta pasear con distancia,
       la pandemia nos ha herido el alma
 aunque, hay algo que tiene su gracia.
  
 Maldita la gracia, dice el vecino,
 que ha perdido el empleo y su destino. 

He bajado a la calle 7- día 315

 Bajé a la calle y entré en el oeste.
 Me gusta sentarme en la silla reclinada
       sobre la pared de la cantina.
 Me gusta la calle vacía, 
 el viento removiendo el polvo,
 toda la melancolía de la llanura, 
 viendo, en el declive del sol,
 la temblorosa espiga del jinete solitario
 que se acerca con las fuerzas justas 
       de su esperanza de llegar a alguna parte.
  
 Amo la decisión de un duelo.
 El duelo de dos hombres 
       que no se andan por las ramas,
 ni pierden el tiempo 
       en la vanidad de sus argumentos,
 que apuestan con su vida, 
       el honor de ser dignos de respeto.
  
 A la calle vacía, que sueña con un destino
 de escenario de una tragicomedia,
 hay que añadir:
       la suspensión del aliento,
       la voz callada, las hojas quietas,
 el sonido de la harmónica 
       en la expectativa de una ventana.
  
 El sheriff no entra en estas dilucidaciones.
 Un hombre quedó tendido en el suelo.
 Alguien corrió, pero nadie lloró.
 Unos ganan, otros pierden.
 La muerte de un hombre no debe ocuparnos
       más allá de 24 horas.
 Yo volví a la silla, a taparme los ojos con el sombrero. 
La penumbra es la mejor luz del día.     

He bajado a la calle 6- día 314

 Cuando llegué a la calle
 se inauguraba el año 1970.
 El año anterior Neil Amstrong
 fue el primer hombre en pisar la luna:
 “Un pequeño paso para el hombre,
 un gran paso para la humanidad”;
 en Gibraltar se casaron 
 John Lennon y Yoko Ono
 y se finiquitaron Los Beatles;
 nació Barrio Sésamo
 del que aún soy capaz 
 de tararear alguna canción;
 Led Zeppelin lanzó su primer disco
 que he llegado a tener en Long Play
 y ahora en CD, aunque no lo escucho.
 Muchas efemérides que, pulsando un botón,
 podemos evocar
 en nuestra pantalla del ordenador.
  
 De mi vida personal no recuerdo nada.
 No suelo tener ese tipo de nostalgias.
 Olvido todo, nombres, fechas, rostros…
 Esa podría ser la señal inequívoca 
 de que soy un hombre vulgar,
 que pasa por la vida sin dejar rastro,
 ni siquiera para uno mismo.
  
 Volví para casa 
 a ver si el tiempo había cambiado
 y ya no llovía en la habitación. 

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