He bajado a la calle 9- día 317

  He bajado a la calle y he comprobado
 que aún hay gente que se ríe.
 Suelen ser jóvenes.
 Grupos que se reúnen en las terrazas
       de las cafeterías.
  
 Si la casualidad me permite
 oír de qué va su felicidad,
 compruebo de que es de una insustancialidad
       impresionante, de una simpleza
 imposible de comprender, de una tontada
       ligera y bochornosa.
  
 La vida del hombre parece compartimentada
 por las etapas de la edad.
 Esos jóvenes sienten devoción 
       por músicas insufribles.
 Insufribles para mí que ya estoy en la etapa 
 de preferir el silencio a la música.
  
 Cuando era joven como ellos, me pasaba lo contrario.
 La música a todo trapo era el viento en la vela
 de los navegantes antiguos que salían al asalto 
 de los tesoros de otras civilizaciones más ancianas.
  
 Ahora yo soy el anciano sin tesoros que guardar.
 Ellos son los jóvenes piratas con derecho al asalto.
 Los motivos de sus risas son la salud de sus aventuras.
 Yo me voy, no los soporto, 
       pero les deseo la mejor de las travesías.
 Me voy reflexionando: el tesoro verdadero son sus risas
 que ellos dilapidan como se dilapidan
       todos los tesoros. Así es la felicidad, un derroche.   

Deja un comentario

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies