Los rostros del mundo (168) Oración XXXIII

ORACIÓN XXXIII

Señor, 
sufro de una terrible tentación al desprecio
y a la maldición:

veo a un político que promete 
entregar su vida al servicio del pueblo
y en automático 
      me nace una repulsión moral irresistible,

veo a un sacerdote de tu iglesia 
predicar el amor y la bondad
y luego dedicarse a seducir niños 
      o acumular riquezas de la rapiña de la muerte
y en automático
      me nace una repulsión moral irresistible,

y así, a este o al otro o al de más allá
que viven en la indolencia o la mentira
o el atraco o el aprovechamiento
o el abuso, y no puedo reprimir
la tentación del desprecio y la maldición,
lleno de una pureza moral tan exigente
que bien podría haber sido un profeta
encendido de ira con una espada de fuego
entre las manos. 
Un profeta con ganas 
de enviar al infierno a todo aquel que se desvíe
de tu pauta moral digna, exigente.

Pero…gracias debo darte, Señor, 
por no haberme elegido como tu profeta, 
porque el comportamiento que exijo para mí,
no quiero ir por la vida exigiéndoselo a los otros,

bastante tengo con mi rabia y mi sufrimiento
como para descargarlo en los demás.
Los dos sabemos
que sería peor el remedio que la enfermedad.
Así que, mejor dedicarme a la depuración
de mis emociones y dejar que el prójimo
se drapee contra el viento de la vida.

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