Habernos elegido es el amor.
La suerte regalada es el amor.
El pájaro en tu ventana es el amor.
La salud de los pulmones es el amor.
Cogernos de la mano es el amor.
La natación submarina es el amor.
La cigüeña de los campanarios es el amor.
La salud del hígado es el amor.
Las barajas de tus piernas es el amor.
La metalurgia de tus pechos es el amor.
Los delfines que te conducen es el amor.
La fuerza de tus riñones es el amor.
Presentirnos a la misma hora es el amor.
Satisfacer tu deseo y tus zapatos es el amor.
El sol de las avenidas y los castores es el amor.
Comer juntos ordinariamente es el amor.
La necesidad de todos tus harapos es el amor.
Los límites precisos y los domingos es el amor.
La flores que riegas en la distancia es el amor.
Dormir juntos es el amor.
Dormir juntos espanta a la muerte.
El amor espanta a la muerte.
Ven y tráeme tu lluvia de fuego y mansedumbre,
la púrpura que despliega
el rubor escondido del sigilo,
la mano de las fronteras en los márgenes del bosque,
rigor de hambre y sepultura en el precipicio de la sangre.
Ven y haz propicia la noche
de la absolución en la derrota y el comercio,
en el grito de las volubles aguas, de las ufanas aguas,
brincando por la devoción de las rocas insumisas,
durmientes verticales de cipreses centinelas
del aroma que perfuma tu axila de fuente oscura,
siniestros avances de los hijos de la mandrágora
que se complacen en un altar de velas asmáticas,
mientras las músicas del veneno se infiltran
en las venas que levantan el asombro de los días.
Si me dejas tendido
entre la sal y el muérdago,
en esta extensión de sándalo y crematorio,
levantaré un viento de venturosas instancias
por los desiertos que se rindieron a la esperanza
de hallar agua en las espinas del vacío;
surcaré los mares incrédulos
en grupas de mercurio
para llegar al tiempo de las rendiciones,
al sol de las entregas de la seda y el ardor.
No será necesario que abras las puertas de tu casa.
Entraré volando por las ventanas del norte,
flotando en la finura del aire que respiras,
con el crepúsculo de lilas que se demoran en tus labios,
prendido de tus equilibrios de cristal y luna.
El amor es el machete que abre el sendero,
la tea que lo ilumina y quema las zarzas,
el viento que levanta las cornisas del hambre,
la inundación que arrasa con esa costumbre
de araña en su rincón, de moho en su humedad,
de caballo masticando hierba soledad,
de mañanas perdidas en su mansedumbre.
Cruces que gimen por el frío de febrero
buscan su verano en el sueño de las garzas,
allá donde el abandono deviene estambre,
vertical asunción de languidez y lumbre
que combate las corrientes de oscuridad,
que demoniza los libros de la verdad,
que libera las almas de la pesadumbre.
Ven a verme, azul escondido
en los enredos crepusculares
de la nieve apagada por el farol de la noche.
Ven a verme en el lago de los narcisos
ahogados por un septiembre sin nombre,
con tus arpegios de maderas indecisas,
con los párpados gritando tu deseo
en las moléculas que el aire desperdiga.
Ven a verme, que los animales duermen
hambrientos de celo y cortesía,
con los caminos encendidos de alquitrán,
en las herramientas del oxígeno que oxida
las fórmulas del decoro y el sol de las celosías.
Ven y dime el fuego de tus puñales, el rubor
del alba en los mastines del júbilo,
tu rumor de paloma, tu llamada de abismo,
mi cólera de azafrán en la memoria lábil
de tu cuerpo o razón de ser en la materia.
La elección en medio de los torbellinos, los afanes,
las tribulaciones del bosque, los brillos
y las joyas del mundo, los carros del óxido
y la humedad de los azules retratos,
apuntan a la vida del amor
más que los simulacros del prisma circular.
Elegir en la vorágine, el delirio del intrépido desastre,
las colonias de insectos en el vórtice del mal,
los cítricos en el alma de los consejos, las alondras
perdiendo su límite de bóveda celeste
en las agitaciones del mar que claman del amor
su servidumbre de entrega y festín inmortal.
La elección que nombra la sombra del árbol,
su fronda de cadáveres acumulados en el hielo,
su arborescencia en los sustratos del helecho,
su cincha de cálido sepulcro, su rótula que gira
en la dimensión interminable del prodigio,
su retorno por las veredas de la música y la lluvia.
El amor elige su presagio de muerte, el corazón
en el que deposita su semilla y su huracán,
su escorpión y su dolor de frío en la médula,
su paciente desencanto, su criba centinela,
la duna donde copia sus caricias de misterio,
la casa de penumbra donde esconde su fortuna.
Si no es compartido
El delirio de amor
Se alza a las alturas
Del abismo lunar
Si sigue sus pasos
De brinco circular
De ciervo cercado
Por rosas sin olor
Acabará herido
En manos del dolor
Cielos sin sentido
En orillas sin mar.
Raptos y presagios
De absurdo regidor,
Sumisas presencias
De pájaro y azar.
Entre pasos regios,
Sombras de un malestar
Caminos del hambre,
Mareas del error.
Si me preguntas amor, si te quiero,
te diré que hay océanos de luz
más esplendorosos que tus ojos,
pero yo prefiero tus ojos;
que hay mujeres más bellas que tú,
más inteligentes, más espléndidas,
pero eres tu quien cautiva mis sentidos
y eres tú la que requiero en cada instante;
que hay ciudades, salones de turbidez y humo,
enjambres de matemáticas más precisas,
desiertos y palmeras con acequias
que circundan el paraíso,
que están vacías si tú no estás ahí,
y yo contigo.
Entre tu piel y el aire, la exacta temperatura
donde la vida se significa y adquiere un poder
que resuelve la ecuación
de la nada y el infinito.
Una verdad de instantes con sabor a eternidad.
Un espejismo de luces que prometían un sentido.
Un rumor de olas cantando en el susurro
de la más cercana lejanía.
Tus ojos reflejando la profundidad del universo.
Una constelación que nos contenía
en el misterio de estar vivos.
Entre tu piel y mi piel la certidumbre del fuego,
su hacer y deshacer en el fulgor efímero de la noche
sintiendo con el tacto la promesa
de la verdad que sueña la esperanza:
ser siempre y sin demora
estrellas de la misma inmensidad.
Practico la disciplina de los diez mil pasos.
Podría ir a contemplar la laguna
de las diez mil garzas, que cada día
pescan diez mil peces para su colación.
Con diez mil pasos podría alejarme diez mil perros
de la sumisión al ganadero del porvenir;
subirme a diez mil nubes para evanescerme
de la persecución de los moralistas
que pretenden dominar el mundo con sus diez mil
trillones de hongos fungibles.
No diez mil, sino diez mil millones daría para andar
por todos los bosques del mundo
o para venir a verte tricotar calcetines
para todos los pájaros que se acercan a tu ventana.
Diez mil pasos como los trescientos hoplitas
para cerrar todos los estrechos que pretenden
invadir el orden mental de pensar en ti y poco más.
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