Yo también tengo un objetivo en la vida:
respirar la paz de la somnolencia celestial
bajo una parra de frutos regalados;
seguir vivo contra todos los estados del alma;
no dejarme socavar la delicada moral,
demasiado expuesta a lo sensible;
resistir a las impertinencias y desengaños
del pérfido mundo. (Esa palabra
la saqué de una telenovela mejicana).
Del amor solo se decir
que viene y va como un viento desordenado,
que trae la semilla de una buena vida
y se lleva el sueño de una vida mejor.
Siempre diré que prefiero
que sople su furioso desacato
a que resguarde mi complacencia
detrás de los muros del olvido.
Ya sé que no voy a contribuir a inventar una vacuna,
ni a remontar ríos y descubrir montañas,
ni civilizaciones perdidas, subir a la luna, construir
barcos, o simplemente diseñar una silla…
aunque he hecho más de una con maderas recicladas.
Yo no soy un héroe, ni creo que el destino me reserve
un lugar entre los hombres dignos de memoria.
Me basta con trabajar para vivir
y si es posible, vivir sin trabajar,
y aunque no sé cómo, sigo aquí tumbado
y pensando la fórmula chamánica de lograrlo.
Pudo salir bien, pero salió mal.
Dejé lo que tenía que hacer
para estar con una mujer
y cuando quise darme cuenta
me vino encima una tormenta
y tuve que escapar
pues salió un marido pistolero
gritando que a ti te quiero
pero a ese menda primero
lo tengo que matar.
Me pilló desprevenido
y corriendo a calzón caído
tuve que escapar
antes de que un accidente fatal
acabara con mi alma muerta
o mi cuerpo mal herido
si salía por la puerta.
Salté por la ventana
con tan mala gana
sabiendo que fuera
dormía un mastín
que desde que me vió no tenía otro fin
que morderme los huevos
y dárselos crudos
al cabrón de su dueño.
Así que corrí y corrí
sin haberme corrido
oyendo detrás de mi
un disparo y un aullido
gimiente de perro abatido
que murió por accidente
del ciego invidente
por celos del marido.
No me mató a mí, mató a su perro
el aturdido guerrero
que me quería matar
tan solo por intentar
echar un polvo con su mujer
que me lo había pedido
por gozarse y por satisfacer
su deseo morboso
y por el que había dejado
un curro bien pagado
y acaso, por acoso,
yo era más inocente
que un monje penitente
en la celda de un convento
que es un buen invento
para dejar de pecar o pecar para siempre.
La agonía del pez
fuera del agua,
nos afecta menos
que la agonía del mamífero
boqueando el oxígeno
que le falta,
perro, gato, caballo,
y no digamos ya
la de El Lobo
con su roto occipital
o la del padre
en la cama del hospital
boqueando como almas
fuera del cielo.
Tantos días con el mismo bicho
que yo también me puse a pensar.
Dos funciones de este virus
que nos afecta, que nos quiere,
más a nosotros que a los gatos.
No sé cual de los dos es la más
acertada:
a) acabar con la actual civilización de la tierra
b) o poner a prueba nuestra salud y prepararnos
para una futura aventura,
dentro o fuera del planeta.
Dejar de ser lo que somos
o ser ya otra cosa para otros planetas.
Desaparecer o ser insignes.
El riesgo de la recaída
está a la vuelta de la esquina.
Sabemos que no debemos ir
pero vamos y cometemos
el mismo error mil veces.
El error es un círculo
que nos atrapa en su retorno.
Su magnetismo es nuestro
fatal deseo, nuestra perdición.
Volví a estar con la Lucy
el mismo día del entierro de El Lobo.
La tristeza une tanto o más que la alegría.
ELEGÍA PARA EL LOBO
Quiero decir una oración para Samuel
al que el mundo innecesario le apodó El Lobo.
Una oración sin estridencias
ni falsas palabras de halago.
¿Cómo poder saber cómo vamos a ser?
¿Cómo vamos a comportarnos entre la gente?
¿Cómo encontrar a la gente con la que vamos
a compartir nuestros silencios, nuestras miradas,
con quién vamos a cantar, a discutir, a entrar en el mar
en las noches cálidas de cervezas frías?
Samuel estaba fuera de lugar
como cualquiera de nosotros.
Este mundo no es nuestro mundo, por eso hemos huido,
por eso hemos construido esta apartada
cabaña de soñadores, donde podemos estar descalzos
y usar negligencia y pereza y amor por las cosas sencillas.
Samuel era más lobo que pastor, huérfano de afectos,
aullaba en las noches solitarias,
se dolía por las traiciones del amor
como el niño mal humorado cuando le quitan el juguete,
bebía en exceso con la idea de olvidar y no olvidaba nada,
cuando despertaba, todo el dolor seguía allí.
Entre la sensatez y la locura triscaba los días El Lobo
sin que nunca acabaras de saber, cuando aparecía por esa puerta,
si era la hora generosa o la hora iracunda.
Si siempre hubiera vivido en la hora generosa,
hubiera sido el hombre más excepcional de la tierra,
algo insoportable para este planeta encorvado de miserias.
La hora desencajada lo compensaba de su excepcionalidad.
Nosotros hemos bebido de las dos botellas.
Ahora que ha ingresado en nuestra memoria,
sólo recordaremos aquellos momentos en que fue
nuestro mejor colega.
Conmemoremos a nuestro amigo Samuel.
Su inquietud no le permitió disfrutar de la paz del campo.
Prefería el alcohol al canuto. Intuía que la salvación
estaba más en el campo que en la ciudad.
Pero volvió a la ciudad y allí encontró la muerte.
En una reyerta que tal vez el mismo provocó.
Cambió la contemplación de las estrellas
por la ruta suicida de la noche.
Los malos son siempre un poco menos malos
de lo que quieren aparentar.
Conmemoremos a nuestro amigo Samuel.
Que los dioses de la música lo tengan en su gloria.
Que Jonny Cash lo reciba en el cielo.
Que J.J. Cale lo mantenga en la calma de las complacientes
estrellas azules.
Que Lou Reed lo santifique con su sangre.
Nosotros tendremos noches de luna en que recordaremos
sus aullidos. Esos aullidos que nos recordarán
que hay mucha mala suerte repartida por el mundo.
Esto que tú nos recuerdas
ya lo sabemos.
El problema está
en cómo llevamos a la vida
aquello que ya sabemos;
en cómo nuestro cuerpo
asume lo que nuestra mente sabe.
El saber mental
no es suficiente.
Con la mente he cruzado
la meta del Tourmalet
con el maillot amarillo,
y he flotado por encima
de los tejados de Narbonne y Carcassonne
como un diablo cojuelo
en busca de un reloj de oro
que solo marque las horas del placer.
En realidad, no hace falta que lo diga,
no me moví del sofá de mi casa,
un lugar estupendo
para hacer el mejor deporte del mundo:
soñar que eres un héroe
con muchas mujeres que te adoran.
De qué iba, ¡ah sí! de que la mente nos engaña.
La mente y cualquiera que sepa
manejar la mentira.
No hay nadie en el mundo que pueda afirmar
que nunca ha sido engañado.
Ni nadie tampoco que pueda decir
que no ha perpetrado alguna mentira.
Mentir y engañar, ¿es lo mismo?
No.
La mentira viene primero.
Primero se miente,
a veces, con intención de engaño
y a veces no.
La primera es un congrio imbatible,
forma parte de la vida.
Como decía el gordo Tomás:
yo soy alto, guapo y rubio
y el que diga lo contrario, miente.
El gordo irónico y santurrón de Tomás,
murió atropellado por un camión.
Esto último es una mentira,
era solo un efecto sorpresivo
para acabar este poema sobre el engaño.
Sueño con huir lejos,
a una playa de blancas arenas,
al lado de Lucy, de pechos dorados,
de pechos tersos como solo la juventud
sabe tenerlos.
Sueño que sueño tumbado
en la hamaca, tomando
combinados de sabores limítrofes
del ácido y la sal,
entrando en el mar con mi tabla pulida,
acompañando delfines que me abren
caminos de agua y amistad salvaje.
Sueño con ese paraíso de amor en la tierra
pero llaman a la puerta y se presenta
El Lobo con su largo lamento desesperado:
ya le importa todo un carajo
y está dispuesto para la muerte o la fiesta
y acabar de reventarse la vida
o acabar con la del cabrón
que le ha quitado a su chica, Lucy
de pechos dorados, de pechos tersos
como solo la juventud sabe tenerlos.
Me alivia la aprensión de que sus celos
me enfoquen, saber que esa hermosura
se está desparramando por el mundo
y de que yo no he sido más que una estación de paso
en esta vida de ferrocarril de vía muerta
en la que sigo varado, perfecta
para seguir soñando, salvo por Los Lobos
que nunca superan el dolor del abandono.
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