Del agua del mar
se han dicho cinco cosas:
Que cura las heridas de los cuchillos oxidados;
Que desprende las costras que provoca el sol
en la cabeza de sus adoradores;
Que refleja el espejo de la luna en el rostro
de los adolescentes acongojados;
Que disgusta a las caballerías sedientas del desierto:
Que arde en el suspiro de los barcos que huyen
del horizonte común a la aventura personal.
Algunos también añaden
que corroe las construcciones de la avidez,
de los especuladores de las pasiones ajenas.
Los muchachosLos políticos siempre quieren quedar bien.
Quedar bien es buscar un equilibrio
entre la mentira y la falsedad.
Un lugar para equilibristas, es decir, para políticos.
La mayoría son unos cobardes:
azuzan a las masas
y después nos llevan como perros de presa
para controlarlas.
Una esquizofrenia en la que siempre
cae alguien malherido o muerto.
Y no son ellos.
Ellos pueden perder el escaño, es decir, el salario,
de ahí sus componendas
entre la ley y la desobediencia.
A mi me expedientaron porque intenté
convencer a los compañeros,
de que cuando cargaran las hordas juveniles
contra los bancos y los comercios de lujo,
nosotros nos retiráramos y no reprimiéramos
ningún exceso de la juventud desaforada.
Muchos de ellos son sus hijos aburridos,
desengañados de sus padres.
Una guerra que no es la nuestra.
Que la diriman ellos.
Nosotros reculando y sin tirar ni una pelota.
Y cuando lo tengan claro,
que lo digan de verdad,
y no con la boca pequeña del mentiroso,
del manipulador.
Al final, corría el riesgo de afianzarme
entre los desesperados.
Un poco más de concienciación y hubiera acabado
ayudando a esos muchachos
en su labor de destrucción o limpieza.
La culpa
De pronto, ante un silencio demasiado extenso,
me siento culpable.
Hace un tiempo,
le hubiera dado vueltas a la consciencia
para saber dónde estaba la ofensa, la herida
que no me permitía dormir en paz.
Ahora sé que las acusaciones son fantasmas.
Que los reproches, aun pudiendo ser ciertos,
se agrandan en la mente de los ofendidos,
supuestas víctimas o víctimas reales
que se realizan o se entretienen en el victimismo.
Ahora sé, que los mecanismos de la culpa
no necesitan que haya un crimen verdadero
para llevarte al tribunal
que va a sentenciarte,
aunque ignores los cargos.
Tu propio tribunal, el tribunal de tu conciencia,
al que ahora le hago dimitir en bloque.
Quién quiera acusarme de algún delito,
que traiga las pruebas que lo demuestre.
Yo ya tengo otras cosas en las que ocupar mi vida.
Así que bay bay, pájaro azul, ahí te quedas,
enramado silbo sin sustancia, cremallera crónica
que sólo cierras la maldad minuciosa.
La FronteraSoy un hombre de frontera.
Hasta el límite donde se encuentra
la fiebre arbórea y el liquen insondable
no llegan los pasos de los novelistas necios.
Una cosa es el cine
y otra ver un cuerpo en descomposición.
Una cosa es narrar la muerte abstracta del ingenio,
y otra es taparse las narices por el sudor
de las bacterias de la corrupción.
Una cosa es descender
por el abismo salpicado de helechos,
y otra es sostener el perfil de la fortuna
en el muro de la desesperanza.
Soy un hombre de frontera.
En una parte declinan los que matan,
y en la otra,
los impertérritos que mandan matar.
La frontera entre la vida y la muerte
no natural, ejecutada por sicarios,
es una frontera en la que vivimos
nosotros y los lobos.
Los demás podéis disfrutar
del oprobio y el fútbol.
Busco su sombraDemasiadas raíces para la libertad,
demasiadas caléndulas para respirar,
demasiados gemidos para poder dormir,
demasiados éxtasis para poder morir.
Pocas las personas a las que tengo respeto.
Menos las personas a las que iré a su entierro.
Ninguna a las que saludaré con mis despojos.
Nadie verá el bordado lugar donde me alojo.
Jamás a sus pies rendiré ni una pleitesía.
Tengo una máscara cambiante para los días
que salgo a buscar el placer que me corresponde.
Busco su sombra perdida en un lugar sin nombre.
El nicho de la eternidadNos llamaron para levantar un cadáver
que un cazador encontró en una maleza
arbórea en medio de los Monegros.
Una curiosa mancha verde ferruginoso
rodeada de arena blanca, como una isla.
Se identificó al muerto: un lugareño
sin antecedentes, muerto por una brecha
en la cabeza. Un desaparecido desde
hacía una semana del pueblo de V.
sito a veinte kilómetros de allí.
En los trabajos de rescate se encontraron
un auténtico arsenal macabro de huesos
y armas oxidadas de todas clases:
una pistola Walman calibre 7,65
fabricación española, de los años 30,
una Charola Anitua semiautomática, una Glisenti
italiana, utilizada por las tropas de CTV, varios
revólveres desvencijados, 6 obuses de 75 mm,
en una caja abierta, aún sin explosionar,
fusiles Mauser M93, tirados como a la carrera,
“mexicanskis”, Paraviccini-Carcano, todo
de la última guerra civil. Cuchillos, machetes,
granadas, bombas, hachas, azadas, rastrillos…
Armas de los dos bandos medio enterradas,
cubiertas por una vegetación rala.
Huesos aguantando el perfil de sus propietarios abatidos.
Cráneos con sempervivum pegadas como lapas,
cuencas con polígolas, sutiles ramondas o sexifragas
abiertas como alcachofas. Occipitales florecidos,
tibias armónicas como flautas prehistóricas.
Helechos y musgos ramificados, fotocopias del cerebelo.
Un sustrato de materia orgánica.
Fascistas y antifascistas alimentando
la flora y la fauna de Aragón.
Bajo toda aquella tierra quemada por el sol,
los especialistas encontraron más cosas diseminadas:
Relicarios, exvotos de bolsillo, cruces de madera,
medallas religiosas, militares, conmemorativas,
urnas, estelas funerarias, porta velas romanos,
vasijas de ungüentos, de barro cocido, aspilleras,
ropa raída, gramíneas, huellas de incienso…
todo en aquellos treinta metros cuadrado
de matorrales cercados por los vientos de la historia,
vientos que habían llevado hasta allí
la memoria perdida de las desapariciones.
Un oscuro y aislado santuario dedicado a la muerte.
La muerte anónima que huye de la solemnidad.
Así como los vivos tenemos inclinación a juntarnos,
desde los pequeños pueblos a las grandes urbes,
así los muertos tiene la misma tendencia a pasar
el desgaste de la eternidad juntos y hasta revueltos.
La eternidad, intuimos, debe ser un tiempo muy largo,
y un lugar estrecho y muy frío.
Lo que yo creoYo nunca aprendí a obedecer a mi madre.
Yo nunca aprendí a querer a mi padre.
Yo nunca aprendí la lección de la paciencia.
Yo nunca he querido tener una familia.
Yo no creo en dios ni en la madre que lo trajo.
Yo no creo en los ángeles custodios del amor.
Si alguien quiere explicarme qué es el amor,
yo podría explicarle qué es el deseo.
A dios no lo he visto en mi vida.
Creo más en el diablo
porque lo encuentro casi todos los días.
Estoy harto de recibir órdenes y órdenes y órdenes.
Solo quiero que me dejen en paz y que no me jodan.
No quiero buscar otra manera de decirlo.
Soy mejor que muchos de los que están fuera.
No me cambiaría por ninguno de ellos.
Hay fuerzas más fuertes que el fuego del infierno.
No necesito cálidas palabras.
Siento el impulso de hacer lo contrario
de lo que me mandan.
Es un llamado de la sangre
al que no quiero renunciar.
Todo me constriñe. Necesito desfogarme
en completa libertad.
El mundo es una melaza que me empasta el sabor.
Hasta aquí llega mi poema o lo que sea y adiós
La DelincuenciaAlguna vez lo he pensado:
Los delincuentes, esa masa, la delincuencia,
son como un estrato de la sociedad,
un pueblo con sus códigos culturales,
sus fórmulas de comportamiento,
su lengua específica, su identidad al margen,
sus maneras de relacionarse,
una dimensión compacta, con más entidad
que una nacionalidad cualquiera,
con más patria que una patria cualquiera,
solo le falta el himno y la bandera
y un territorio propio, aunque lo tiene
dentro de propio territorio de un país cualquiera.
Ellos están allí, entre medio del poder y la gente.
El poder los usa para dar miedo a la gente.
El capital los usa para vender cámaras, verjas,
guardias de los almacenes, policías verdes,
policías azules, de todos los colores,
planes de pensiones, seguros de hogar,
perros guardianes, perros asesinos,
lugares para huir.
¿Me puedo imaginar un país sin delincuencia?
Si, me lo puedo imaginar, un país sin delincuencia.
Con algún ladrón, con algún asesino y poco más.
Un país en que esos pocos individuos no formaran
esa masa compacta y abrumadora llamada delincuencia.
Claro que para eso, el poder no debería estar
en manos de los mayores delincuentes,
esos que propician la delincuencia como barrera.
El PerfumeEl crimen perfecto de la nostalgia.
Hay dolor y muerte. Hay pasado.
El cadáver es la desaparición
que perdura en el tiempo
con un aura dorada
que envuelve las imágenes
que se conservan en el sueño.
Una presencia indefinida
que gravita en la mente.
Un recuerdo perfumado
por una colonia evaporada.
Volveremos una y otra vez
a encender el fuego del hogar.
A sentir el calor de aquel invierno
quemándonos la piel en compañía.
La muerte no desaparece nunca.
El RescateConozco el miedo de la oscuridad,
es el miedo de lo indeterminado,
de lo imprevisto, del gato y sus tijeras.
Sin ojos que avizoren, nunca sabes
por dónde te atacan las garras,
por dónde puede venir la dentellada.
Hasta el más leve roce del ala de un murciélago
bastaba para entrar en la asfixia
agónica de la muerte inminente.
Estuve en una mazmorra ciega.
Cualquier ruido se agranda
y te llena de espanto.
Oía el metal oxidado de los cerrojos, un eco
de laberintos con celdas de prisioneros.
Oía el gemir de un moribundo.
Oía el caminar seco del escarabajo.
Oía la voz de mi madre diciéndome despacio
“sal de ahí, sal de ahí”
Oía a las águilas que movían el aire de las cumbres.
Oía la respiración del mar y el rumor de las olas.
Oía la risa de mi infancia junto al río
y el coro de los juncos y los tamarindos.
Y al fin, oí la voz de Dios que me dijo:
"somos la séptima"
“prepárate para el rescate”
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