Poemas Talmúdicos 1- día 245

 
  Del agua del mar 
       se han dicho cinco cosas:
  
 Que cura las heridas de los cuchillos oxidados;
 Que desprende las costras que provoca el sol
       en la cabeza de sus adoradores;
 Que refleja el espejo de la luna en el rostro
       de los adolescentes acongojados;
 Que disgusta a las caballerías sedientas del desierto:
 Que arde en el suspiro de los barcos que huyen
       del horizonte común a la aventura personal.
  
 Algunos también añaden
 que corroe las construcciones de la avidez,
       de los especuladores de las pasiones ajenas.
   
       

Poemas Policíacos 8 – día 244

  Los muchachos
  
  
 Los políticos siempre quieren quedar bien.
 Quedar bien es buscar un equilibrio 
       entre la mentira y la falsedad. 
 Un lugar para equilibristas, es decir, para políticos.
  
 La mayoría son unos cobardes: 
 azuzan a las masas
 y después nos llevan como perros de presa
                                                     para controlarlas. 
 Una esquizofrenia en la que siempre
 cae alguien malherido o muerto. 
 Y no son ellos.
 Ellos pueden perder el escaño, es decir, el salario,
 de ahí sus componendas 
       entre la ley y la desobediencia.
  
 A mi me expedientaron porque intenté 
       convencer a los compañeros,
 de que cuando cargaran las hordas juveniles 
       contra los bancos y los comercios de lujo,
 nosotros nos retiráramos y no reprimiéramos 
 ningún exceso de la juventud desaforada.
 Muchos de ellos son sus hijos aburridos,
       desengañados de sus padres.
 Una guerra que no es la nuestra. 
 Que la diriman ellos.
 Nosotros reculando y sin tirar ni una pelota.
 Y cuando lo tengan claro, 
       que lo digan de verdad,
 y no con la boca pequeña del mentiroso, 
      del manipulador.
  
 Al final, corría el riesgo de afianzarme 
       entre los desesperados.
 Un poco más de concienciación y hubiera acabado
      ayudando a esos muchachos 
 en su labor de destrucción o limpieza. 
       

Poemas Carcelarios 8 – día 243

 La culpa  
  
 De pronto, ante un silencio demasiado extenso,
 me siento culpable. 
 Hace un tiempo,
 le hubiera dado vueltas a la consciencia
para saber dónde estaba la ofensa, la herida
 que no me permitía dormir en paz.
 Ahora sé que las acusaciones son fantasmas.
 Que los reproches, aun pudiendo ser ciertos,
 se agrandan en la mente de los ofendidos,
 supuestas víctimas o víctimas reales
 que se realizan o se entretienen en el victimismo.
 Ahora sé, que los mecanismos de la culpa 
 no necesitan que haya un crimen verdadero
 para llevarte al tribunal 
       que va a sentenciarte, 
 aunque ignores los cargos.
 Tu propio tribunal, el tribunal de tu conciencia,
 al que ahora le hago dimitir en bloque.
  
 Quién quiera acusarme de algún delito,
 que traiga las pruebas que lo demuestre.
 Yo ya tengo otras cosas en las que ocupar mi vida.
 Así que bay bay, pájaro azul, ahí te quedas,
 enramado silbo sin sustancia, cremallera crónica
 que sólo cierras la maldad minuciosa. 
 
   

Poemas Policíacos 7 – día 242

 La Frontera
  
 Soy un hombre de frontera.
 Hasta el límite donde se encuentra
        la fiebre arbórea y el liquen insondable
 no llegan los pasos de los novelistas necios.
 Una cosa es el cine 
       y otra ver un cuerpo en descomposición.
 Una cosa es narrar la muerte abstracta del ingenio,
 y otra es taparse las narices por el sudor
       de las bacterias de la corrupción.
 Una cosa es descender 
       por el abismo salpicado de helechos,
 y otra es sostener el perfil de la fortuna
       en el muro de la desesperanza.
  
 Soy un hombre de frontera.
 En una parte declinan los que matan,
       y en la otra, 
 los impertérritos que mandan matar.
 La frontera entre la vida y la muerte 
 no natural, ejecutada por sicarios,
 es una frontera en la que vivimos 
 nosotros y los lobos.
 Los demás podéis disfrutar 
 del oprobio y el fútbol.
   

Poemas Carcelarios 7 – día 241

 Busco su sombra
  
  
 Demasiadas raíces para la libertad,
 demasiadas caléndulas para respirar,
 demasiados gemidos para poder dormir,
 demasiados éxtasis para poder morir.
  
 Pocas las personas a las que tengo respeto.
 Menos las personas a las que iré a su entierro.
 Ninguna a las que saludaré con mis despojos.
 Nadie verá el bordado lugar donde me alojo.
  
 Jamás a sus pies rendiré ni una pleitesía.
 Tengo una máscara cambiante para los días
       que salgo a buscar el placer que me corresponde.
 Busco su sombra perdida en un lugar sin nombre.

Poemas Policíacos 6 – día 240

  El nicho de la eternidad
  
 Nos llamaron para levantar un cadáver
 que un cazador encontró en una maleza
 arbórea en medio de los Monegros.
 Una curiosa mancha verde ferruginoso 
 rodeada de arena blanca, como una isla.
 Se identificó al muerto: un lugareño 
 sin antecedentes, muerto por una brecha
 en la cabeza. Un desaparecido desde
 hacía una semana del pueblo de V.
 sito a veinte kilómetros de allí.
  
 En los trabajos de rescate se encontraron
 un auténtico arsenal macabro de huesos
 y armas oxidadas de todas clases:
 una pistola Walman calibre 7,65
       fabricación española, de los años 30,
 una Charola Anitua semiautomática, una Glisenti
 italiana, utilizada por las tropas de CTV, varios
 revólveres desvencijados, 6 obuses de 75 mm,
 en una caja abierta, aún sin explosionar,
 fusiles Mauser M93, tirados como a la carrera,
 “mexicanskis”, Paraviccini-Carcano, todo
 de la última guerra civil. Cuchillos, machetes, 
 granadas, bombas, hachas, azadas, rastrillos…
 Armas de los dos bandos medio enterradas, 
 cubiertas por una vegetación rala.
 Huesos aguantando el perfil de sus propietarios abatidos.
 Cráneos  con sempervivum pegadas como lapas,
 cuencas con polígolas, sutiles ramondas o sexifragas
 abiertas como alcachofas. Occipitales florecidos,
 tibias armónicas como flautas prehistóricas.
 Helechos y musgos ramificados, fotocopias del cerebelo.
 Un sustrato de materia orgánica. 
 Fascistas y antifascistas alimentando
 la flora y la fauna de Aragón. 
  
 Bajo toda aquella tierra quemada por el sol,
 los especialistas encontraron más cosas diseminadas:
 Relicarios, exvotos de bolsillo, cruces de madera,
 medallas religiosas, militares, conmemorativas,
 urnas, estelas funerarias, porta velas romanos, 
 vasijas de ungüentos, de barro cocido, aspilleras, 
 ropa raída, gramíneas, huellas de incienso…
 todo en aquellos treinta metros cuadrado 
 de matorrales cercados por los vientos de la historia, 
       vientos que habían llevado hasta allí
 la memoria perdida de las desapariciones.
 Un oscuro y aislado santuario dedicado a la muerte.
 La muerte anónima que huye de la solemnidad.
  
 Así como los vivos tenemos inclinación a juntarnos,
 desde los pequeños pueblos a las grandes urbes,
 así los muertos tiene la misma tendencia a pasar
       el desgaste de la eternidad juntos y hasta revueltos.
 La eternidad, intuimos, debe ser un tiempo muy largo,
       y un lugar estrecho y muy frío.
  
    

Poemas Carcelarios 6 – día 239

  Lo que yo creo
  
  
 Yo nunca aprendí a obedecer a mi madre.
 Yo nunca aprendí a querer a mi padre.
 Yo nunca aprendí la lección de la paciencia.
 Yo nunca he querido tener una familia.
  
 Yo no creo en dios ni en la madre que lo trajo.
 Yo no creo en los ángeles custodios del amor.
 Si alguien quiere explicarme qué es el amor,
       yo podría explicarle qué es el deseo.
  
 A dios no lo he visto en mi vida.
 Creo más en el diablo 
       porque lo encuentro casi todos los días.
 Estoy harto de recibir órdenes y órdenes y órdenes.
 Solo quiero que me dejen en paz y que no me jodan.
  
 No quiero buscar otra manera de decirlo.
 Soy mejor que muchos de los que están fuera.
 No me cambiaría por ninguno de ellos.
 Hay fuerzas más fuertes que el fuego del infierno.
  
 No necesito cálidas palabras.
 Siento el impulso de hacer lo contrario
       de lo que me mandan.
 Es un llamado de la sangre 
       al que no quiero renunciar.
 Todo me constriñe. Necesito desfogarme
       en completa libertad.
  
 El mundo es una melaza que me empasta el sabor.
 Hasta aquí llega mi poema o lo que sea y adiós
 
 
        

Poemas Policíacos 5 – día 238

 La Delincuencia
  
 Alguna vez lo he pensado:
 Los delincuentes, esa masa, la delincuencia,
 son como un estrato de la sociedad, 
 un pueblo con sus códigos culturales, 
 sus fórmulas de comportamiento, 
 su lengua específica, su identidad al margen,
 sus maneras de relacionarse,
 una dimensión compacta, con más entidad
 que una nacionalidad cualquiera,
 con más patria que una patria cualquiera,
 solo le falta el himno y la bandera
 y un territorio propio, aunque lo tiene
 dentro de propio territorio de un país cualquiera.
  
 Ellos están allí, entre medio del poder y la gente.
 El poder los usa para dar miedo a la gente.
 El capital los usa para vender cámaras, verjas,
 guardias de los almacenes, policías verdes,
 policías azules, de todos los colores, 
 planes de pensiones, seguros de hogar,
 perros guardianes, perros asesinos,
 lugares para huir.
  
 ¿Me puedo imaginar un país sin delincuencia?
 Si, me lo puedo imaginar, un país sin delincuencia.
 Con algún ladrón, con algún asesino y poco más.
 Un país en que esos pocos individuos no formaran
 esa masa compacta y abrumadora llamada delincuencia.
  
 Claro que para eso, el poder no debería estar
 en manos de los mayores delincuentes,
 esos que propician la delincuencia como barrera.
 
        

Poemas Carcelarios 5 – día 237

  El Perfume
  
  
 El crimen perfecto de la nostalgia.
 Hay dolor y muerte. Hay pasado.
 El cadáver es la desaparición 
       que perdura en el tiempo
 con un aura dorada 
       que envuelve las imágenes
 que se conservan en el sueño.
  
 Una presencia indefinida 
       que gravita en la mente.
 Un recuerdo perfumado
       por una colonia evaporada.
  
 Volveremos una y otra vez
       a encender el fuego del hogar.
 A sentir el calor de aquel invierno
       quemándonos la piel en compañía.
  
 La muerte no desaparece nunca. 

Poemas Policíacos 4 – día 236

  El Rescate
  
 Conozco el miedo de la oscuridad,
 es el miedo de lo indeterminado, 
 de lo imprevisto, del gato y sus tijeras.
 Sin ojos que avizoren, nunca sabes
 por dónde te atacan las garras,
 por dónde puede venir la dentellada.
 Hasta el más leve roce del ala de un murciélago
 bastaba para entrar en la asfixia
       agónica de la muerte inminente.
  
 Estuve en una mazmorra ciega.
 Cualquier ruido se agranda 
       y te llena de espanto.
 Oía el metal oxidado de los cerrojos, un eco
 de laberintos con celdas de prisioneros.
 Oía el gemir de un moribundo.
 Oía el caminar seco del escarabajo.
 Oía la voz de  mi madre diciéndome despacio
       “sal de ahí, sal de ahí”
 Oía a las águilas que movían el aire de las cumbres.
 Oía la respiración del mar y el rumor de las olas.
 Oía la risa de mi infancia junto al río
       y el coro de los juncos y los tamarindos.
 Y al fin, oí la voz de Dios que me dijo: 
       "somos la séptima"
       “prepárate para el rescate”
       

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