Poemas Talmúdicos 4 – día 248

 Para evitar las malas cosechas
 se aconsejan estos proverbios
 de la experiencia neolítica:
  
 No entierres ningún animal doméstico
       en la tierra preparada para la siembra;
 No cerques tus tierras con higueras, reserva una
       para dar sombra a tu casa;
 Recibe los rubís de los granados 
       a la orilla de los caminos;
 No te prives del agua, tu eres tu propia cosecha;
 Haz trabajar a tus demonios
       a favor de tus promesas incumplidas;
 Restituye y conserva las semillas,
       ellas son el don irrenunciable.
  
 Otros añaden:
 Quienes no cuiden su propia tierra
       no comerán en los malos tiempos.
   

Poemas Talmúdicos 3- día 247

 De los crepúsculos se han dicho seis cosas:
  
 Orientan el crecimiento de las montañas;
 Regalan éxtasis de fortuna diversa
       entre los adictos a la melancolía;
 Ayudan a comprender la belleza
       destructiva del fin del mundo;
 Comunican horizontes a la comunidad extrema
       de los hombres serenos;
 Diversifican la suerte de los muertos 
       antes de partir;
 Elevan la certidumbre al nivel de la incertidumbre.
  
 Y algunos añaden:
 Morir lejos de casa añade extrañeza a la extrañeza,
 pero el crepúsculo, como un agua de luz, la apacigua.
         

Poemas Talmúdicos 2- día 246

 En una hoja apócrifa de un libro de Jabès
 que no llegó nunca a ver la luz de las imprentas,
 se leen estos versos referidos a los riesgos morales:
  
 Las pruebas del destino no son en vano;
 Los animales que te acompañan en el sufrimiento
       también necesitan tu compasión;
 Aprovecha el dolor ajeno para adelgazarte 
       con el dolor propio;
 No practiques la fornicación 
       en presencia de tus invitados;
 Procura no darte un golpe en la cabeza 
       con el tronco de una higuera;
 No corras, es de cobardes, pero date prisa,
       es de diligentes;
 Si aceptas el dinero de la corrupción
       no admitas la traición de tus principios.
 No comas mucho pan, guarda un poco
       para los que te acompañan, gorriones y hormigas.
 Las pirámides, que te preservan del desierto,
       conectan a los muertos  con sus dioses,
       y a sus dioses, con el polvo y la nada.
 Solo hay un dios verdadero que no conoces.
       Él te conoce. No te creas importante.
   
          

Poemas Talmúdicos 1- día 245

 
  Del agua del mar 
       se han dicho cinco cosas:
  
 Que cura las heridas de los cuchillos oxidados;
 Que desprende las costras que provoca el sol
       en la cabeza de sus adoradores;
 Que refleja el espejo de la luna en el rostro
       de los adolescentes acongojados;
 Que disgusta a las caballerías sedientas del desierto:
 Que arde en el suspiro de los barcos que huyen
       del horizonte común a la aventura personal.
  
 Algunos también añaden
 que corroe las construcciones de la avidez,
       de los especuladores de las pasiones ajenas.
   
       

Poemas Policíacos 8 – día 244

  Los muchachos
  
  
 Los políticos siempre quieren quedar bien.
 Quedar bien es buscar un equilibrio 
       entre la mentira y la falsedad. 
 Un lugar para equilibristas, es decir, para políticos.
  
 La mayoría son unos cobardes: 
 azuzan a las masas
 y después nos llevan como perros de presa
                                                     para controlarlas. 
 Una esquizofrenia en la que siempre
 cae alguien malherido o muerto. 
 Y no son ellos.
 Ellos pueden perder el escaño, es decir, el salario,
 de ahí sus componendas 
       entre la ley y la desobediencia.
  
 A mi me expedientaron porque intenté 
       convencer a los compañeros,
 de que cuando cargaran las hordas juveniles 
       contra los bancos y los comercios de lujo,
 nosotros nos retiráramos y no reprimiéramos 
 ningún exceso de la juventud desaforada.
 Muchos de ellos son sus hijos aburridos,
       desengañados de sus padres.
 Una guerra que no es la nuestra. 
 Que la diriman ellos.
 Nosotros reculando y sin tirar ni una pelota.
 Y cuando lo tengan claro, 
       que lo digan de verdad,
 y no con la boca pequeña del mentiroso, 
      del manipulador.
  
 Al final, corría el riesgo de afianzarme 
       entre los desesperados.
 Un poco más de concienciación y hubiera acabado
      ayudando a esos muchachos 
 en su labor de destrucción o limpieza. 
       

Poemas Carcelarios 8 – día 243

 La culpa  
  
 De pronto, ante un silencio demasiado extenso,
 me siento culpable. 
 Hace un tiempo,
 le hubiera dado vueltas a la consciencia
para saber dónde estaba la ofensa, la herida
 que no me permitía dormir en paz.
 Ahora sé que las acusaciones son fantasmas.
 Que los reproches, aun pudiendo ser ciertos,
 se agrandan en la mente de los ofendidos,
 supuestas víctimas o víctimas reales
 que se realizan o se entretienen en el victimismo.
 Ahora sé, que los mecanismos de la culpa 
 no necesitan que haya un crimen verdadero
 para llevarte al tribunal 
       que va a sentenciarte, 
 aunque ignores los cargos.
 Tu propio tribunal, el tribunal de tu conciencia,
 al que ahora le hago dimitir en bloque.
  
 Quién quiera acusarme de algún delito,
 que traiga las pruebas que lo demuestre.
 Yo ya tengo otras cosas en las que ocupar mi vida.
 Así que bay bay, pájaro azul, ahí te quedas,
 enramado silbo sin sustancia, cremallera crónica
 que sólo cierras la maldad minuciosa. 
 
   

Poemas Policíacos 7 – día 242

 La Frontera
  
 Soy un hombre de frontera.
 Hasta el límite donde se encuentra
        la fiebre arbórea y el liquen insondable
 no llegan los pasos de los novelistas necios.
 Una cosa es el cine 
       y otra ver un cuerpo en descomposición.
 Una cosa es narrar la muerte abstracta del ingenio,
 y otra es taparse las narices por el sudor
       de las bacterias de la corrupción.
 Una cosa es descender 
       por el abismo salpicado de helechos,
 y otra es sostener el perfil de la fortuna
       en el muro de la desesperanza.
  
 Soy un hombre de frontera.
 En una parte declinan los que matan,
       y en la otra, 
 los impertérritos que mandan matar.
 La frontera entre la vida y la muerte 
 no natural, ejecutada por sicarios,
 es una frontera en la que vivimos 
 nosotros y los lobos.
 Los demás podéis disfrutar 
 del oprobio y el fútbol.
   

Poemas Carcelarios 7 – día 241

 Busco su sombra
  
  
 Demasiadas raíces para la libertad,
 demasiadas caléndulas para respirar,
 demasiados gemidos para poder dormir,
 demasiados éxtasis para poder morir.
  
 Pocas las personas a las que tengo respeto.
 Menos las personas a las que iré a su entierro.
 Ninguna a las que saludaré con mis despojos.
 Nadie verá el bordado lugar donde me alojo.
  
 Jamás a sus pies rendiré ni una pleitesía.
 Tengo una máscara cambiante para los días
       que salgo a buscar el placer que me corresponde.
 Busco su sombra perdida en un lugar sin nombre.

Poemas Policíacos 6 – día 240

  El nicho de la eternidad
  
 Nos llamaron para levantar un cadáver
 que un cazador encontró en una maleza
 arbórea en medio de los Monegros.
 Una curiosa mancha verde ferruginoso 
 rodeada de arena blanca, como una isla.
 Se identificó al muerto: un lugareño 
 sin antecedentes, muerto por una brecha
 en la cabeza. Un desaparecido desde
 hacía una semana del pueblo de V.
 sito a veinte kilómetros de allí.
  
 En los trabajos de rescate se encontraron
 un auténtico arsenal macabro de huesos
 y armas oxidadas de todas clases:
 una pistola Walman calibre 7,65
       fabricación española, de los años 30,
 una Charola Anitua semiautomática, una Glisenti
 italiana, utilizada por las tropas de CTV, varios
 revólveres desvencijados, 6 obuses de 75 mm,
 en una caja abierta, aún sin explosionar,
 fusiles Mauser M93, tirados como a la carrera,
 “mexicanskis”, Paraviccini-Carcano, todo
 de la última guerra civil. Cuchillos, machetes, 
 granadas, bombas, hachas, azadas, rastrillos…
 Armas de los dos bandos medio enterradas, 
 cubiertas por una vegetación rala.
 Huesos aguantando el perfil de sus propietarios abatidos.
 Cráneos  con sempervivum pegadas como lapas,
 cuencas con polígolas, sutiles ramondas o sexifragas
 abiertas como alcachofas. Occipitales florecidos,
 tibias armónicas como flautas prehistóricas.
 Helechos y musgos ramificados, fotocopias del cerebelo.
 Un sustrato de materia orgánica. 
 Fascistas y antifascistas alimentando
 la flora y la fauna de Aragón. 
  
 Bajo toda aquella tierra quemada por el sol,
 los especialistas encontraron más cosas diseminadas:
 Relicarios, exvotos de bolsillo, cruces de madera,
 medallas religiosas, militares, conmemorativas,
 urnas, estelas funerarias, porta velas romanos, 
 vasijas de ungüentos, de barro cocido, aspilleras, 
 ropa raída, gramíneas, huellas de incienso…
 todo en aquellos treinta metros cuadrado 
 de matorrales cercados por los vientos de la historia, 
       vientos que habían llevado hasta allí
 la memoria perdida de las desapariciones.
 Un oscuro y aislado santuario dedicado a la muerte.
 La muerte anónima que huye de la solemnidad.
  
 Así como los vivos tenemos inclinación a juntarnos,
 desde los pequeños pueblos a las grandes urbes,
 así los muertos tiene la misma tendencia a pasar
       el desgaste de la eternidad juntos y hasta revueltos.
 La eternidad, intuimos, debe ser un tiempo muy largo,
       y un lugar estrecho y muy frío.
  
    

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