Honor para el hombre consecuente – día 281

 Honor para el hombre ejecutado
 de improperios, criminalizado
 por la libertad de su opinión
 no concurrida, por su descaro
 en no doblegarse a los hurones
 que lo acechan, por sus altos álamos
 invencibles, fúlgidos y airosos,
 por su crisol de ardor entregado,
 su vigor ante la adversidad,
 su sueño a los pies de los caballos,
 la ceniza y el mar de su rostro
 consecuente con la fe del hado. 

Deshonor para el fisgón – día 280

 Vergüenza para el hombre fisgón
 espía alevoso como gato
 si no tiene otra cosa que hacer
 que meter las narices en plato
 ajeno, ratón de queserías,
 pringoso corajudo del sapo,
 síndico macabro de la mosca
 que, deliberando sobre el asno,
 viene a posarse bonzo en las ancas
 y, con justo certero sopapo,
 cae derribada por el suelo
 y la mantis la coge de un salto. 

Honor para el hombre solitario III – día 279

 Honor para la sal de su sueño,
 la lenta acritud de su transporte
 que demanda sol y soledad,
 para su carreta de signos torpes,
 que esconden su lengua del intento
 de poner agua sincera y orden
 a la terrible desolación  
 de la mente al fondo de los odres,
 alejada de la luz, obtusa,
 perdida en el tiempo del orbe.
 Yo quisiera abrir la primavera
 con el preclaro don de la noche.     

Honor para el hombre solitario II – día 278

 Honor para sus soles censados
 que van conservando sus nocturnas
 auroras, sus solicitaciones
 febriles, sus meditadas lunas, 
 su espigada decisión que invierte
 su acritud en la fe de la música,
 el amor posible entre la niebla,
 en la incardinación de la duda
 que se resuelve en la luz del tiempo
 entrando con su rayo en la bruma,
 sumando las cosechas del hambre
 bajo un sueño de materia y lluvia.
    

Honor para el hombre solitario I – día 277

 Honor para el hombre solitario 
 que ejerce su oficio de silencio,
 que mantiene el rumbo enajenado,
 las urdimbres de un ajedrez ciego,
 arduas jarcias del empuje bruto
 que cifran la batida del viento
 y lo domeñan hacia la calma,
 sin que nadie entre en el ajetreo
 de su disidencia, de su ardicia,
 que busca bajo la tierra lentos
 tesoros de fulgores nocturnos
 que alumbren una lengua de fuego. 

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