Oración XXXIX
Señor, déjalo en su solipsismo.
Así es su ser, no lo toques.
Mantenlo en los límites de su estar enraizado.
No dejes que sus días se salgan del sótano
de sus intereses acordados consigo mismo.
No le permitas salir para escuchar otras voces.
Permanécelo cercado de sí propio.
Déjalo ser como es. Que no cambie.
Conserva sus manías, sus dicterios de autoridad,
sus coleópteros suspendidos de sus labios,
sus matrices y metopas familiares,
sus filiaciones de cerámica obsoleta,
sus antenas deterioradas por el mal uso,
sus peces decolorados por los periódicos,
sus percepciones de cotilla encorsetada,
sus verdades de verdulero ensimismado,
fiel siempre a sí mismo, fiel a sus paranoias,
a sus lucideces de lucio encharcado, sí,
fiel y orgulloso de sí como un oso polar.
Para qué, si el sólo quiere ser obedecido.
Oración XXXVIII
Señor, conserva en su felicidad, en su sapiencia,
en su bondad, en su equilibrio, al amigo Ramón:
La alegría de su amistad la comparo
a la de un buscador de oro del Yukón
que encuentra una pepita que lo redime para siempre,
de todo el frío incisivo del hombre solitario en la montaña.
Señor, haz todo para que siga siendo
ejemplo de humor, señor cabal y presentable, orgullo
de conocimiento:
la alegría de su amistad la comparo
a la del micólogo que encuentra
la madre de todos los níscalos del bosque imaginado.
Señor, preserva su fidelidad a las buenas causas:
la alegría de su amistad la comparo
a la del ciclista que se escapa al inicio del puerto
y llega a la meta de Alpe d’Huez ganando la etapa y el Tour.
Señor, mantenlo rico de afectos y hermandades telúricas:
la alegría de su amistad la comparo
al que anda en el desierto, y de una manera inesperada,
y tal vez, inmerecida,
recibe la gracia del maná, el dinero y el sexo.
Señor, mantenlo firme para todas las celebraciones
de la comida, la bebida y la tertulia de sobremesa,
al amigo Ramón García, y para más señas, Mateos.
Oración XXXVII
Que Dios te dé un poco de mugre,
caballero voluntario,
que suelte para tu boca una retahíla
de luces lacerantes,
que una estela de crecientes cocodrilos
te hagan compañía,
que las estrellas de metal hiriente ciñan
el cuello de tus méritos
y refuercen la certidumbre de los ocasos
inherentes a tu pasiva desidia,
y ya en silencio de árbol sin fruto
permanezcas perpetuado
bajo la sombra robusta del ciprés.
Oración XXXVI
Señor, te comparo a la muerte.
Atiendes, imprevisible, aleatoriamente.
Nadie puede confiar en una respuesta exacta,
en una norma precisa, en una regla, en un guion.
Tú decides cómo, cuándo y dónde.
A los demás no nos queda otra postura
que la del paciente,
el que queda a la espera, el pasivo.
Como tu hijo, que sufrió la pasión
y aguantó hasta la muerte
la acción de los otros y tú,
a tus cosas, como si todo eso no fuera contigo,
que vaya dios a saber en qué consisten tus cosas.
Oración XXXV
Padre nuestro que estás en todas partes,
al que dirigimos ruegos y pedimos soluciones
como pánfilos mendicantes de favores fúnebres…
es tan egoísta y lamentable el tonito de nuestras oraciones,
tan pobre moral e intelectualmente
el contenido de nuestros mensajes,
tan desequilibrante la intención que pretendemos,
que acepto con humildad y fortaleza
que no nos hagas ni puto caso,
que te sean indiferentes nuestras lamentaciones,
que nos dejes al libre albedrío de las tempestades
y todos los desastres naturales que nos aniquilan.
Sea así ahora y para siempre
a ver si somos capaces de aprender
de nuestros propios errores y no pretendamos la eternidad
sin saber el valor de nuestras ideas de pacotilla.
Oración XXXIV
Comprendo Señor, que no escuches mis ruegos,
que no hagas caso a mis peticiones y demandas,
que no se cumplan mis deseos expresados
con oraciones y velas,
bastante tienes con atender a los verdaderos necesitados
como para perder el tiempo con las exigencias
de mi debilidad y cobardía.
Te agradezco que me dejes en la libertad de mis pecados
y en la superación de mis errores.
Yo sé que, secretamente, velas por mí,
como esos queridos muertos que interfieren
para que mi vida no vaya por el camino
de la baratura y la bancarrota.
BANDERAS IV
Ninguna bandera para los hombres que sufren las banderas
Ninguna bandera para las cimas del pueblo que sea un reclamo,
una publicidad, un demonio que proclama su plan o su delirio
Ninguna bandera para lugares donde hay hambre,
donde campa la pobreza, donde no hay río
Ninguna bandera para el crimen organizado de la política real
Ninguna bandera para los que juegan ajedrez en el parque
Ninguna bandera para los que alimentan a los pájaros
Ninguna bandera en los recreos de los niños y la pelota
Ninguna bandera para las grandes aves que circunvalan por el cielo
dejando una estela invisible de poder innombrable
Ninguna bandera para el océano que cobija a los rebeldes que buscan
el alimento del amor en los límites de la fraternidad y el destierro
Ninguna bandera para ninguna frontera ni siquiera que sea
la primavera de la libertad.
BANDERAS III
Tres banderas
Para plantar en el monte Ararat
Tres banderas
Para los mártires de plástico
Tres banderas
Para el que no tenga suficiente con una
Tres banderas
Para los prostíbulos de pueblo
Tres banderas
Para los que vigilan a los albatros
Tres banderas
Para los simios del agua bendita
Tres banderas
Para el que toma el vermut con su serpiente
Tres banderas
Con dieciséis colores subalternos
Tres banderas
En el ocaso del desierto de las acacias
Tres banderas
Para la ascensión al corazón del perro.
BANDERAS II
Dos banderas
Para el sudario de los dictadores
Dos banderas
Para animar el aterrizaje de los días ciegos
Dos banderas
Para la pureza de una sifilítica
Dos banderas
Para entelar el corazón de los cobardes
Dos banderas
Para librar a los animales de los animalistas
Dos banderas
Para llegar al final del túnel melancólico
Dos banderas
Para el bullicio de la ciudad sumergida
Dos banderas
Para librar batallas perdidas
Dos banderas
Para el navegante que ama el mar y conoce los vientos
Dos banderas
Para el crematorio de las estrellas.
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