Los rostros del mundo (208) Oración XXXIX

Oración XXXIX 

Señor, déjalo en su solipsismo.
Así es su ser, no lo toques.
Mantenlo en los límites de su estar enraizado.
No dejes que sus días se salgan del sótano
      de sus intereses acordados consigo mismo.
No le permitas salir para escuchar otras voces.
Permanécelo cercado de sí propio.
Déjalo ser como es. Que no cambie.
Conserva sus manías, sus dicterios de autoridad,
sus coleópteros suspendidos de sus labios,
sus matrices y metopas familiares, 
sus filiaciones de cerámica obsoleta,
sus antenas deterioradas por el mal uso,
sus peces decolorados por los periódicos,
sus percepciones de cotilla encorsetada,
sus verdades de verdulero ensimismado,
fiel siempre a sí mismo, fiel a sus paranoias,
a sus lucideces de lucio encharcado, sí,
fiel y orgulloso de sí como un oso polar.

Para qué, si el sólo quiere ser obedecido.

Los rostros del mundo (207) Oración XXXVIII

Oración XXXVIII 

Señor, conserva en su felicidad, en su sapiencia,
en su bondad, en su equilibrio, al amigo Ramón:

La alegría de su amistad la comparo
      a la de un buscador de oro del Yukón
que encuentra una pepita que lo redime para siempre,
      de todo el frío incisivo del hombre solitario en la montaña.

Señor, haz todo para que siga siendo
      ejemplo de humor, señor cabal y presentable, orgullo 
de conocimiento:

la alegría de su amistad la comparo
      a la del micólogo que encuentra
la madre de todos los níscalos del bosque imaginado.

Señor, preserva su fidelidad a las buenas causas:

la alegría de su amistad la comparo
      a la del ciclista que se escapa al inicio del puerto
y llega a la meta de Alpe d’Huez ganando la etapa y el Tour.

Señor, mantenlo rico de afectos y hermandades telúricas:

la alegría de su amistad la comparo
      al que anda en el desierto, y de una manera inesperada,
y tal vez, inmerecida, 
      recibe la gracia del maná, el dinero y el sexo.

Señor, mantenlo firme para todas las celebraciones
      de la comida, la bebida y la tertulia de sobremesa,
al amigo Ramón García, y para más señas, Mateos.

Los rostros del mundo (206) Oración XXXVII

Oración XXXVII

Que Dios te dé un poco de mugre,
caballero voluntario,
que suelte para tu boca una retahíla
de luces lacerantes,
que una estela de crecientes cocodrilos
te hagan compañía,
que las estrellas de metal hiriente ciñan 
el cuello de tus méritos 
y refuercen la certidumbre de los ocasos
inherentes a tu pasiva desidia,
y ya en silencio de árbol sin fruto
permanezcas perpetuado
bajo la sombra robusta del ciprés.

Los rostros del mundo (205) Oración XXXVI

Oración XXXVI

Señor, te comparo a la muerte.
Atiendes, imprevisible, aleatoriamente.
Nadie puede confiar en una respuesta exacta,
      en una norma precisa, en una regla, en un guion.
Tú decides cómo, cuándo y dónde.
A los demás no nos queda otra postura 
      que la del paciente,
el que queda a la espera, el pasivo.

Como tu hijo, que sufrió la pasión 
     y aguantó hasta la muerte 
la acción de los otros y tú, 
a tus cosas, como si todo eso no fuera contigo,
que vaya dios a saber en qué consisten tus cosas.

Los rostros del mundo (204) Oración XXXV

Oración XXXV

Padre nuestro que estás en todas partes,
al que dirigimos ruegos y pedimos soluciones
como pánfilos mendicantes de favores fúnebres…

es tan egoísta y lamentable el tonito de nuestras oraciones,
tan pobre moral e intelectualmente 
      el contenido de nuestros mensajes,
tan desequilibrante la intención que pretendemos,

que acepto con humildad y fortaleza
que no nos hagas ni puto caso,
que te sean indiferentes nuestras lamentaciones,
que nos dejes al libre albedrío de las tempestades
y todos los desastres naturales que nos aniquilan.

Sea así ahora y para siempre
a ver si somos capaces de aprender
de nuestros propios errores y no pretendamos la eternidad
sin saber el valor de nuestras ideas de pacotilla.

Los rostros del mundo (203) Oración XXXIV

Oración XXXIV

Comprendo Señor, que no escuches mis ruegos,
que no hagas caso a mis peticiones y demandas,
que no se cumplan mis deseos expresados 
      con oraciones y velas,

bastante tienes con atender a los verdaderos necesitados
como para perder el tiempo con las exigencias
de mi debilidad y cobardía.

Te agradezco que me dejes en la libertad de mis pecados
y en la superación de mis errores.

Yo sé que, secretamente, velas por mí, 
como esos queridos muertos que interfieren 
para que mi vida no vaya por el camino 
de la baratura y la bancarrota.

Los rostros del mundo (201) Banderas IV

BANDERAS IV

Ninguna bandera para los hombres que sufren las banderas

Ninguna bandera para las cimas del pueblo que sea un reclamo,
      una publicidad, un demonio que proclama su plan o su delirio

Ninguna bandera para lugares donde hay hambre, 
      donde campa la pobreza, donde no hay río

Ninguna bandera para el crimen organizado de la política real

Ninguna bandera para los que juegan ajedrez en el parque

Ninguna bandera para los que alimentan a los pájaros

Ninguna bandera en los recreos de los niños y la pelota

Ninguna bandera para las grandes aves que circunvalan por el cielo
      dejando una estela invisible de poder innombrable

Ninguna bandera para el océano que cobija a los rebeldes que buscan
      el alimento del amor en los límites de la fraternidad y el destierro 

Ninguna bandera para ninguna frontera ni siquiera que sea
      la primavera de la libertad.

Los rostros del mundo (200) Banderas III

BANDERAS III

Tres banderas
Para plantar en el monte Ararat

Tres banderas
Para los mártires de plástico

Tres banderas
Para el que no tenga suficiente con una

Tres banderas
Para los prostíbulos de pueblo

Tres banderas
Para los que vigilan a los albatros

Tres banderas
Para los simios del agua bendita

Tres banderas
Para el que toma el vermut con su serpiente

Tres banderas
Con dieciséis colores subalternos

Tres banderas
En el ocaso del desierto de las acacias

Tres banderas
Para la ascensión al corazón del perro.

Los rostros del mundo (199) Banderas II

BANDERAS II

Dos banderas
Para el sudario de los dictadores

Dos banderas
Para animar el aterrizaje de los días ciegos

Dos banderas
Para la pureza de una sifilítica

Dos banderas
Para entelar el corazón de los cobardes

Dos banderas
Para librar a los animales de los animalistas

Dos banderas
Para llegar al final del túnel melancólico

Dos banderas
Para el bullicio de la ciudad sumergida

Dos banderas
Para librar batallas perdidas

Dos banderas 
Para el navegante que ama el mar y conoce los vientos

Dos banderas
Para el crematorio de las estrellas.





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