Los rostros del mundo (212) Oración XLIII

Oración XLIII 

Han pasado Señor, los años de la fe ciega,
de las creencias iluminadas, 
de la devoción sumida en el oro 
      que reitera su brillo y su besamanos.
Has vivido Señor, largos años escondido
en la bruma del misterio, en el aura vaporosa
      de lo inaprensible,
en un espacio de claro-obscuros sólo discernible
      para pastorcillos de los recónditos valles.

Es hora llegada que muestres tu rostro.
Tu rostro físico o metafísico.
Tu presencia invisible o totémica.
Tu voz sonora interpelando directamente
      a la persona que te convoca,
dando la cara directamente, sin intermediarios,
sin hologramas, sin plasmas
      como un vulgar presidente español.

Si aparecieras en tu magnitud luminosa,
con tu rostro de pan cotidiano, 
sin deslumbramientos que nos cieguen,
despejarías todas las múltiples especulaciones
que te han hecho oscuro e inasequible.

Da la cara, Señor, no nos tengas
en una incertidumbre permanente
como si fuéramos empleados de la Bolsa
que confían en el valor de sus papeletas
que no sirven más que para arruinar a los incautos.

Los rostros del mundo (211) Oración XLII

Oración XLII 

Dios, hazlo caer en la tentación.
Ya entregó su testimonio fehacientemente. 
Ya cerró sus credenciales de resultados.
Ya fue cumplido su ciclo sin compensaciones. 

Toda una vida disciplinada en el deber del amuleto
lo ha hecho ordenado, rígido, metódico, sufriente.
Lo ha privado del placer y acaso, ¿una vida
sin placer, es una vida?

Deslúmbralo, Dios, 
permítele un desborde de sensualidad, 
déjalo caer en la intemperie del río
que lleva las aguas sonoras al límite del entendimiento,
déjale la miel de un tiempo improductivo,
aunque sea el de una contemplación, un paisaje
diferente, una ciudad diferente, un cuerpo inesperado.

Los rostros del mundo (209) Oración XL

Oración XL 

Dale Señor, todos los caprichos que te pida.
Sus deseos desmedidos, sus gustos delirantes,
      sus ansias de placer, su desbordamiento.
No importa que lleven un exceso de azúcar,
      más alcohol que una bodega, más resina
de la que los pulmones puedan soportar.
El nació para establecer un dominio, para
      mandar sobre su destino, para hacer 
su voluntad de líder consentido y, con sentido.

Si quiere café de la digestión de la jineta, dale café.
Si quiere agua micelar de las lágrimas de la beluga,
      dale los decilitros que te pida, 
Si quiere arena, dale desierto.
¿Que son para ti, las decadencias de un sátrapa?
Nada y menos que nada.
Y si la finalidad es que reviente, dale Señor,
todos los caprichos que te pida.

Los rostros del mundo (208) Oración XXXIX

Oración XXXIX 

Señor, déjalo en su solipsismo.
Así es su ser, no lo toques.
Mantenlo en los límites de su estar enraizado.
No dejes que sus días se salgan del sótano
      de sus intereses acordados consigo mismo.
No le permitas salir para escuchar otras voces.
Permanécelo cercado de sí propio.
Déjalo ser como es. Que no cambie.
Conserva sus manías, sus dicterios de autoridad,
sus coleópteros suspendidos de sus labios,
sus matrices y metopas familiares, 
sus filiaciones de cerámica obsoleta,
sus antenas deterioradas por el mal uso,
sus peces decolorados por los periódicos,
sus percepciones de cotilla encorsetada,
sus verdades de verdulero ensimismado,
fiel siempre a sí mismo, fiel a sus paranoias,
a sus lucideces de lucio encharcado, sí,
fiel y orgulloso de sí como un oso polar.

Para qué, si el sólo quiere ser obedecido.

Los rostros del mundo (207) Oración XXXVIII

Oración XXXVIII 

Señor, conserva en su felicidad, en su sapiencia,
en su bondad, en su equilibrio, al amigo Ramón:

La alegría de su amistad la comparo
      a la de un buscador de oro del Yukón
que encuentra una pepita que lo redime para siempre,
      de todo el frío incisivo del hombre solitario en la montaña.

Señor, haz todo para que siga siendo
      ejemplo de humor, señor cabal y presentable, orgullo 
de conocimiento:

la alegría de su amistad la comparo
      a la del micólogo que encuentra
la madre de todos los níscalos del bosque imaginado.

Señor, preserva su fidelidad a las buenas causas:

la alegría de su amistad la comparo
      a la del ciclista que se escapa al inicio del puerto
y llega a la meta de Alpe d’Huez ganando la etapa y el Tour.

Señor, mantenlo rico de afectos y hermandades telúricas:

la alegría de su amistad la comparo
      al que anda en el desierto, y de una manera inesperada,
y tal vez, inmerecida, 
      recibe la gracia del maná, el dinero y el sexo.

Señor, mantenlo firme para todas las celebraciones
      de la comida, la bebida y la tertulia de sobremesa,
al amigo Ramón García, y para más señas, Mateos.

Los rostros del mundo (206) Oración XXXVII

Oración XXXVII

Que Dios te dé un poco de mugre,
caballero voluntario,
que suelte para tu boca una retahíla
de luces lacerantes,
que una estela de crecientes cocodrilos
te hagan compañía,
que las estrellas de metal hiriente ciñan 
el cuello de tus méritos 
y refuercen la certidumbre de los ocasos
inherentes a tu pasiva desidia,
y ya en silencio de árbol sin fruto
permanezcas perpetuado
bajo la sombra robusta del ciprés.

Los rostros del mundo (205) Oración XXXVI

Oración XXXVI

Señor, te comparo a la muerte.
Atiendes, imprevisible, aleatoriamente.
Nadie puede confiar en una respuesta exacta,
      en una norma precisa, en una regla, en un guion.
Tú decides cómo, cuándo y dónde.
A los demás no nos queda otra postura 
      que la del paciente,
el que queda a la espera, el pasivo.

Como tu hijo, que sufrió la pasión 
     y aguantó hasta la muerte 
la acción de los otros y tú, 
a tus cosas, como si todo eso no fuera contigo,
que vaya dios a saber en qué consisten tus cosas.

Los rostros del mundo (204) Oración XXXV

Oración XXXV

Padre nuestro que estás en todas partes,
al que dirigimos ruegos y pedimos soluciones
como pánfilos mendicantes de favores fúnebres…

es tan egoísta y lamentable el tonito de nuestras oraciones,
tan pobre moral e intelectualmente 
      el contenido de nuestros mensajes,
tan desequilibrante la intención que pretendemos,

que acepto con humildad y fortaleza
que no nos hagas ni puto caso,
que te sean indiferentes nuestras lamentaciones,
que nos dejes al libre albedrío de las tempestades
y todos los desastres naturales que nos aniquilan.

Sea así ahora y para siempre
a ver si somos capaces de aprender
de nuestros propios errores y no pretendamos la eternidad
sin saber el valor de nuestras ideas de pacotilla.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies