ORACIÓN XXXII
Señor, siempre te he sido fiel,
fiel como esas velas que parpadean
en tus iglesias,
suspiros que están
a punto de apagarse,
que titubean en su fe
pero resisten
en su voluntad de dar
testimonio de luz,
en su cumplida promesa
de alumbrar un logro,
una petición íntima y secreta,
susurrada o anunciada en silencio.
Señor, como esas velas
que navegan en la penumbra
de los deseos apaciguados,
que zozobran y están a punto
de apagarse,
pero reviven y vuelven a la luz
para seguir dando testimonio
de que nuestra paciencia
(aunque esclava y agónica
del esfuerzo y el tiempo),
puede ser amorosa como la tuya,
pero sin la eternidad.
Como esas velas, Señor,
hasta su apagamiento final.