El paraíso se esconde en una casa. Deja fuera los cumplimientos, los vínculos, los excesos y la púrpura de las devociones. La invaden luces del bosque, iridiscencias del fondo marino, penumbras que atesoran el recogimiento de las ermitas. La casa que quiero no la quiere un rey. Está pulida por el silencio de las maderas. Contiene una penitencia imbricada de velas, libros y abalorios. Los juzgadores tienen prohibida la entrada. Tiene un piano destartalado que unas manos del siglo diecinueve cerraron para alimentar a las carcomas. Tiene muebles decantados por el respeto de los siglos. Tiene música en los pasillos de la memoria. Tiene un corazón escondido en la buhardilla donde una niña desnuda su sexo al ángel callado del espejo. Los vientos soplan a su alrededor y ululan como reconocimiento de su firmeza, los árboles montan guardia y rinden pleitesía, la luna luce como un amuleto, la ciudad duerme y yo la miro en la distancia. La casa que quiero no la quieren las señoritas finas, los virtuosos de los recibimientos alejandrinos, los elegantes servidores de la adrenalina, los señores ricos de las perversiones privadas, los sensibles hombres que se exclaman por la insidia de las espinas en los rosales. Mi casa está abierta y cerrada. El alma de la paz es su portero. Algunas veces, tal vez demasiadas, está indispuesto.
Mes: enero 2021
Gaviotas – día 171
Paseo por el puerto. Veo las gaviotas haciendo una asamblea en medio del mar que despierta mi curiosidad o mi inquietud o mi sospecha. ¿Celebran una convención de especialistas en el hurto o el entierro de las sardinas? ¿Están serenas o están nerviosas? ¿Transmiten tranquilidad, o mascan la tragedia de la tarde televisiva? ¿Deliberan sobre la educación de las jóvenes gaviotas o sobre las misiones que han de realizar mañana? ¿distribuyen consignas, pactan responsabilidades o dan las claves de la invasión? ¿están pensando en emigrar, en fundar colonias, en conquistar paraísos árticos? Las veo como el turista que contempla el rito de una danza apache en medio de la pradera, o una reunión de druidas celtas, o una sesión del Senado Romano, sin saber si están ofreciendo un espectáculo, si rezan al dios de la tormenta o están preparando un ataque contra las islas lúdicas o los tiempos modernos.
Los oros del alma – día 170
Escarbar en la arena para encontrar, las monedas de la abundancia, escarbar para hallar alguna pepita de oro, austero en la lucha por sentir un mínimo de esplendor, minero de tu propia y oscura tierra, de tu abismo de fango sin estrellas, hurgar con una cuchara, servirse de un escalpelo, limpiando con una pluma de ave asustada, sin impaciencia, sin oscuridad, sin avidez, saber esperar el hallazgo, ser digno de él, al margen de los hilos y las reverencias, al margen del laudo y el delirio. Un claro y simple beneficio de luz y de monedas, para llevarlas y traerlas y tener pan y manta y calor, para ver los crepúsculos, los oros sin comercio, los oros del alma.
Contemplación – día 169
Ese intercambio continuo de monedas entre el álamo albar y el viento, allá arriba, sobre el anchuroso río de barbas blancas, nosotros, espectadores de la apacible bondad, de la economía de la naturaleza, transcurriendo en la lentitud de la luz demorada que brilla en el reflejo, de la plata y el oro, transacciones de una riqueza pobre, pobre y limpia, allá arriba, a la altura de nuestra alma que contempla la luz que viene y que va en las caras de las monedas, las hojas del álamo danzando con el viento, malabares de monedas, brillos de bodas generosas, riqueza pobre, pobre y limpia como nuestra infancia.
Romance de la niña coral
odo el mundo te lo dice aunque nadie diga ná, el silencio es tan espeso que calla por no hablar. Me pasé por la su calle no lo puedo remediar, ansias de verla me mueven, no me la puedo quitar. Niña de boca perversa, blanca de sombra y coral, que me quema los sentidos, no lo puedo remediar. Soy un caballo sin brida, un desacato animal, se agita toda mi sangre, me balancea su mar. Arderían las aceras que llevan a su portal si me reciben sus santos si me dejaran pasar. Se romperían los cielos, triunfaría la verdad, el mundo sería bueno si yo lo pudiera amar. Pero las almas traidoras que fingen la libertad, gritan contra mis senderos, me incluyen en su maldad. Pretenden domesticarme pretenden me condenar, pero yo sería salvo si le diera por me amar. Niña de boca perversa hembra se sombra y coral mi fuego en todas sus lunas lunas de mi eternidad.
Adelgazar – día 168
He decidido adelgazar, entrar en la esbeltez del junco pertinaz, flexible como un dandy que contempla el mar y siente que es fuerte como un acantilado. He pasado demasiado tiempo acumulando grasa, debilidad, egolatría. He pasado demasiado tiempo devocionando las manos perfumadas, los guantes del sándalo, reverenciando el orden de los dioses, creyendo en el crepúsculo de las herencias. He perdido el tiempo hablando de lo blando, de lo superfluo, de lo reiterativo, del fango. He perdido el tiempo practicando la bondad del crisol y su alquimia, la práctica que pretende hallar la sonrisa perenne, la complicidad del cuervo y el racimo de oro. He decidido adelgazar. Adelgazar no es sólo una cosa del cuerpo.
A la espera – día 167
En la gris oscuridad de un fondo marino vino un pez iridiscente recubierto de una coraza de espinas como un caballero medieval directamente lanzado al choque, buscándome a una velocidad inverosímil para mi expectante y aturdido cuerpo. El pez no me impactó. Se acercó como si me oliera y comenzó a dar vueltas a mi alrededor, con unos giros que yo no podía seguir pues mis sentidos dentro del agua no podían jamás igualarse a los del pez. Después que decidiera -vaya a saber Ud. por qué- que no iba a formar parte de su dieta se marchó a la misma velocidad y me quedé suspendido en medio de aquella inmensidad gris, inmerso, a la espera de que viniera a recogerme algún enviado del cielo.
Inspiración – día 166
Encontré una nueva fuente de inspiración tras los pliegues subterráneos de las apariencias; consiste en salir de mí sin dejar de ser yo, consiste en dejar de ser yo y ser el aire de la salvia, consiste en dejar la jaula del sufrimiento en manos de la contemplación y el óxido, el óxido siempre añade una especial emoción a los objetos usados por los muertos, consiste en dejar que el tiempo haga su trabajo de respeto, lucidez y transparencia, consiste en abrir el infierno y sentar a la mesa a todos los miedos que gritan en silencio, consiste en una escalera que sube y baja del lodo primigenio a la esperanza del nombre, consiste en un grito descarado y obsceno y volver de nuevo al seno de la familia real, consiste en la nuez navegando en el océano de la certidumbre y el asombro, consiste en salvar la semilla que hará de una planta un árbol de luz en las alturas, consiste en dejar que los muertes entierren a sus muertos y que alimenten a los vivos con su raíces, consiste en la cremación ceremonial de los aromas en el crisol del tiempo presente, consiste en añadir al encantamiento sonoro un entendimiento dinámico, consiste en que lo indeterminado acampe en el jardín de la casa…y así, dejar que el sol de las respuestas entre y salga sin perder la salud del cuerpo y la palabra.
Epigramas Líricos 16 – día 165
Celebremos al hombre vulgar que escribe un poema. Hombres vulgares somos todos. Todos somos humanos en la vulgaridad mayor de morir. El simple hecho de que coja un instrumento de escritura -pluma de ganso, carboncillo de abedul- y escriba un poema, denota que el hombre vulgar tiene un ansia de elevación, un deseo de salirse de sí para verse otro, otro que no sea vulgar, que tenga una mirada limpia y un sentimiento noble. El hombre vulgar que escribe un poema, no quiere ser vulgar. Desea tener una inteligencia superior, que tal vez sí tenga, aunque no la haya experimentado todavía, porque, hasta hoy, no se le había ocurrido escribir un poema. Un poema sirve para ese tipo de descubrimientos. Y aquí se produce una pequeña encrucijada perversa que divide el camino de los poetas entre los que desean tener una inteligencia más lúcida para ir más allá de su vulgaridad, y ver qué se esconde al otro lado de sí mismos, y los que desean tener una inteligencia más lucida, para que lo vean a él, para ser él, el centro de las miradas, subido al plinto vanidoso, al pedestal como una efemérides de disecadas intenciones.