A la espera – día 167

      
 En la gris oscuridad
       de un fondo marino
 vino un pez iridiscente recubierto
       de una coraza de espinas
 como un caballero medieval
       directamente lanzado 
 al choque, buscándome
       a una velocidad inverosímil
 para mi expectante y aturdido
       cuerpo.
  
 El pez no me impactó. Se acercó
       como si me oliera
 y comenzó a dar vueltas
       a mi alrededor, con unos giros
 que yo no podía seguir
       pues mis sentidos dentro del agua
 no podían jamás 
       igualarse a los del pez.
  
 Después que decidiera
       -vaya a saber Ud. por qué-
 que no iba a formar parte de su dieta
       se marchó a la misma velocidad
 y me quedé suspendido
       en medio de aquella inmensidad gris,
 inmerso, a la espera
       de que viniera a recogerme
 algún enviado del cielo.  
   

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