Epigramas Líricos 16 – día 165

  Celebremos al hombre vulgar  
 que escribe un poema.
 Hombres vulgares somos todos.
 Todos somos humanos 
 en la vulgaridad mayor de morir.
  
 El simple hecho de que coja
 un instrumento de escritura
 -pluma de ganso, carboncillo de abedul-
 y escriba un poema, denota
 que el hombre vulgar tiene
 un ansia de elevación, un deseo
 de salirse de sí para verse otro,
 otro que no sea vulgar,
 que tenga una mirada limpia
       y un sentimiento noble.
  
 El hombre vulgar que escribe un poema,
 no quiere ser vulgar.
 Desea tener una inteligencia superior,
 que tal vez sí tenga, aunque no la haya
       experimentado todavía,
 porque, hasta hoy, no se le había ocurrido
       escribir un poema.
 Un poema sirve para ese tipo de descubrimientos.
  
 Y aquí se produce una pequeña encrucijada perversa
       que divide el camino de los poetas
 entre los que desean tener una inteligencia más lúcida
 para ir más allá de su vulgaridad,
 y ver qué se esconde al otro lado de sí mismos,
 y los que desean tener una inteligencia más lucida,
 para que lo vean a él, para ser él, el centro de las miradas,
 subido al plinto vanidoso, al pedestal
 como una efemérides de disecadas intenciones.
   

             

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