
Amo a los animales, por eso me los como. Pollos, conejos, ocas, patos, cabritos, terneros, vacas, bueyes, corderos, aves, truces, trenes, del mar, del río, del aire, de la tierra, cerdos, el ave más bella del mundo si volara, como dijo Cunqueiro. La humanidad entera, yo el primero, o el último, qué más da, debemos estarles eternamente agradecidos. Ellos contribuyeron, en gran medida, a que el cerebro de los primeros primates pasara de 450 cm3 a los 1800 actuales. Ello permitió las habilidades del habla y las herramientas, y todas las invenciones desde el fuego y la rueda a este teclado en el que escribo estas palabras de un troglodíta depredator, que, aclaro, no soy yo. Desde aquí se van oyendo los gritos de los veganos o vegetarianos o animalistas que dicen amar a los animales y viven con cocodrilos. Si solo hubiéramos comido hierbas ahora seríamos apacibles como rumiantes, cobardes como conejos, acuosos líricos entre las garras del tigre. Pero, no, decidimos comer carne hacernos agresivos para combatir a los predators que nos tenían en su dieta. Quisimos ser como ellos y aquí estamos, decididos a acabar nuestros días consumidos por el amor, el amor a los animales.







l mercurio que me sube
Con el ansia de su centro
El mar que se desafuera
De sus faltas y sus fueros
Para alzarse por escalas
Que me elevan a sus pechos
Esos corzos desatados
Que brincan como corderos
Retozantes y felices
Por los prados del deseo.
El dibujo de la arena
Circunscribe el gran suceso
De un meteorito que baja
Velocísimo en su fuego
Como mastines feroces
Llorando por su consuelo
En los límites del mal
Y los márgenes del cielo
Que la pasión del amor
Se desintegra en los cuerpos
Celestiales en las fraguas
Que incendian el universo.
Quien podrá decir jamás
Inocentes y perversos,
Llevados por las corrientes
Que no detienen los muertos,
Ni los gallos que delatan,
Ni las huestes del desierto,
Ni las damas represoras,
Ni los tanques del ejército,
Pues no quieren, no obedecen,
Convenios y juramentos
Si no son los suyos propios,
Que la furia del deseo
Es atávica y tan fresca,
Tan indómita y sin freno
Que arrasaría con toda
Presa, orden, impedimento
Que quisiera represarlo
Que quisiera reprenderlo
Que no hay alcance más alto
Que no te lleve más lejos
Que el vuelo del corazón,
Que el caballo del deseo.
