He dejado – día 1

He dejado
la puerta de mi casa abierta
para que se entre por ella
toda la arborescencia
de una aurora sin consigna
y un latido sin penitencia.


Abierta y abierta
para que se vaya entrando
todo el bosque con su niebla,
la oruga, el zorro, el inspector
y la alimaña tensa,
para que pasen y vean
en un horizonte desnudo
las miradas que los reflejan,
el conmovido, el que tiene sed,
el que nada tiene y el que sólo sueña,


para que entren a la luz
de una lumbre dispuesta
y miren y se sienten y conversen y duerman
y digan que mi casa no es una casa
que mi casa es una ausencia,
un sencillo lugar de paso
como tantos en la tierra
donde no se discuten razones
ni se reparten sentencias.

Nuevo blog: La casa del lenguaje

Este bloc, si los dioses benevolentes lo permiten, tendrá la duración de un año. Cada día, si mi pereza benevolentemente lo permite, subiré el dibujo de una casa y un poema.

Un poema es un prisma de luz que uno se encuentra en las arenas del camino. Más o menos sucio, rudimentario, transparente u opaco, procuraré que esté lo suficientemente limpio para que haga su función de reflejar la luz, que es como darla de nuevo, o penetrar en una oscuridad y dar claridad y consuelo, o permanecer como un objeto bello, talismático, que oriente la confusión y la deshaga entre la luz del día y permita asumir la realidad con el menos daño posible.

De pequeño, yo tenía un sueño recurrente: encontraba monedas enterradas en la tierra. Bastaba escarbar un poco y aparecían aquellas monedas de cinco pesetas o de cuatro duros de nuestra infancia. Al verme recoger tantas monedas, otros se acercaban a escarbar a mi alrededor. Yo seguía sacando monedas de más valor que los que se afanaban a mi lado.

No sé muy bien por qué relaciono aquel sueño de encontrar monedas con este propósito de hacer poemas. Yo veo un hilo conductor entre una cosa y otra. Tal vez tenga que ver con que ambas cosas se encuentran escarbando un poco. La realidad y lo onírico se juntan en el brillo de una moneda o de un poema. En fin, dilucidar. Lo dejo para otro día. Me interesa la cción. Ponerme en marcha con el dibujo y el poema. La teoría, otro día.

Romance del diputado tuitero

regunto, sin que me importe,
de dónde salió el mancebo
que usa palabras hirientes
como dagas de tuitero
que a todas luces se ve
que arremete con denuedo
para dar al su señor
versión de buen escudero
que aprendió bien su lección
para bien comer primero
que la vida está muy dura
y es refugio un parlamento.
 
Gasta maneras serviles
y argucias de pendenciero,
palabras de ingenio prestado
usadas con menosprecio,
útiles para servir
como se sirven los hierros,
para hacer del contrincante
un enemigo sin precio
que siempre contra los otros
se nos define el rastrero,
con ideas adaptadas
a su feroz falseamiento.
 
Cómo insiste el mancebo,
contumaz en el comercio
de palabras consumidas
en refritos sin refresco
en frasecitas de cortos
y simplones pensamientos
en chulerías menores
y en refranes rufianescos
que denotan a la vista
la pobreza de intelecto
que mueve sus intenciones
más propias de un cuatrero
que las que se le demandan
a un elegido del pueblo.


Romance del policía multoso

irculando con su moto
de guardia municipal
se pasea por las calles
como si fuera un sultán,
dueño y señor del entorno
donde impone su autoridad
a base de poner multas
por delante y por detrás
que los abusos son siempre
por no saber controlar
que la ley no es la razón
para mandar y mandar
que quien no sabe sus límites
siempre quiere castigar.
 
Si lo miras sin desprecio
ves a un cherif literal,
si le acercas la mirada
ves sus ojos de maldad
sus ansias de predador
sus maneras de patán
sus deseos de hacer daño,
sus zarpas de rapiñar
los dineros del incauto
que caen en trampa fatal
para que el los remate
aséptico y sin piedad
como una plaga de egipto
que te llueve sin jamás
para dejarte el bolsillo
mojama de un funeral.
 
Allá por donde circula
se refugia el personal
pues su celo justiciero
no los deja respirar.
El solito con sus multas
deja limpia la ciudad,
los que caen una vez
ya no vuelven nunca más,
preferirán otra villa
para pasear o cenar
donde la fiesta les salga
por un coste más normal.
 
¿Acaso cree ser un ángel
de la guardia vecinal?
¿Un apuesto servidor
de la limpieza moral?
¿Un devoto de la causa
de la justicia cabal?
Desengáñese enemigo
usted es solo mordaz
palo de recaudación,
un funcionario fatal
para víctimas votantes
del poder municipal,
que en diciéndose demócrata
puede empezar a robar
con la conciencia tranquila,
con total impunidad.
 
No hablo por boca de ganso,
que hablo desde mi verdad:
por tomarme un cafelito
(cinco minutos no más),
me endosó una papeleta
de dos cientos pavos real.
Pudo asistirle la norma
no la justicia moral.
Mejor haber entregado
los pavos a otro corral,
por ejemplo al negociado
de un instituto ejemplar
de víctimas propiciadas
por el abuso estatal
o, sin ir más lejos y aquí
a un vecino del lugar
que es un sombrío parado
de extrema necesidad.
Otros antes que perderlos
en manos de un capellán
ceñido por su demencia,
de celo profesional,
el primo de un tal Torrente,
la sombra de un carcamal,
asistente del poder
con ansias de recaudar.
¿Acaso cree ser un ángel
de la guardia vecinal?
Que vaya y que se lo mire,
que se lo vuelva a mirar:
sus víctimas del presente
solo piensan con soñar,
una venganza imposible,
una maldición del mal.
 

Romance del que no sabe a dónde va (II)

¿  dónde va la gente
que no sabe a dónde va?


Los que afirman las condiciones
¿qué se creen que van a encontrar?
¿reverencias? ¿exaltaciones?
¿el son de la flauta frugal?
¿golondrinas que los orienten?
¿el sagrado pan del maná?
¿o el monstruo que ya estaba allí
al segundo de despertar?
Un fantasma que nos persigue
desde el nacimiento hasta el final
Confundiendo lo que imaginas,
el rostro claro de la cal,
Con los deseos que el misterio
nunca acabará de alumbrar.


¿A dónde va la gente
que no sabe a dónde va?


Tan perdidos por los deslumbres
del imposible celestial,
con los pies en los precipicios,
en los abismos sin piedad,
(que así son los raptos el miedo
erizados como el coral),
paupérrimos de estrellas, torpes
en el arte de navegar,
tan mezclados y confundidos
como las raíces del mal,
¿a dónde seremos llevados?
¿al tiempo de la obscuridad?
¿al prados de los elegidos
o al pasto de la eternidad?


Cantemos, amigos, cantemos
que la discordia elemental
está haciendo bien su trabajo
de entrarnos en la vacuidad
donde seremos los más momios
de la codicia fantasmal
de querer ser lo que nos sueñan
los señores del capital
borregos lustrosos en orden
dispuestos para batallar
las guerras de sus intereses
disfrazadas de dignidad:
la de ellos luciendo en el pecho
y la nuestra en el pedregal.


¿A dónde va la gente
que no sabe a dónde va?


¿Serán arrebatados raudos
al cielo de la claridad,
o caerán en el crudo invierno
de la pura imbecilidad?
¿quién puede controlar las reglas
que hacen del viento un huracán?
¿quién propone que tu destino
sea un producto del azar?
No parece un dilema fácil
que podamos dilucidar.
Si ellos mismos no lo saben
ya los mandarán a votar
que votar es lo que quieren
los perdidos en su desván,
inquilinos de las incurias
de no saber por dónde van,
las turbulencias con sus puentes
las corrientes con su piedad.

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