El placer del agua – día 8

El primer homínido
      que cayó al agua
y empezó a chapotear de miedo
y a salpicar a los miembros
      asustados de la tribu
y sintió que hacía pie, que tocaba tierra,
y que el agua no era una oscura mano
que lo atrapaba y lo llevaba
a lo insondable, a lo ignoto,
descubrió, como tantas veces por azar
      o inesperadamente,
descubrió, digo, el placer del agua.
 
Y el primero, tal vez el mismo,
que sintió que flotaba
y podía entrar en las aguas que lo cubrían
y movió los brazos y las piernas
y avanzó inventando la natación,
nos proporcionó el más limpio placer
compensatorio de las frustraciones de la vida.
 
Placer que aún dura,
que nos da una felicidad de esplendor y verano,
tan hermoso como el mar o el amor.

 

Trato o truco – día 7

Me acerqué al precipicio
y oí la voz del abismo
que me decía:
“sé valiente, tírate”.
 
Me aparté con precaución.
 
Mi experiencia me dice
que todos aquellos que te piden 
que seas valiente,
que te atrevas,
te están tendiendo una trampa:

quieren que te signifiques,
quieren que te delates,
quieren saber quién es el Viriato anónimo
que no se vende
para poder abatirlo
y honrarlo como a un héroe.

Un héroe muerto, claro.
 

Advocaciones apócrifas – día 5

San Colofón de las Falsas Promesas,
      retorna a tus mentiras narcisistas.
Santa Lerdicia de los Pasos Lentos,
      que las maratones te sean leves.
San Crepúsculo de los Cromosomas Cruzados,
      acércate a los críticos con mansedumbre.
Santa Bóvila del Crecimiento Precoz,
      practica tus libaciones en otras fuentes.
San Perifollo del Orgullo Gay
      que tu nombre preceda tus procesiones.
Santa Emérita de los ojos tristes,
      búscate otro rey de verbigracia.
San Patrocinio de las Causas Efímeras
      que los humos te sean propicios.
Santa Lutecia de los Vicios Ocultos
      que tus llagas públicas sean gozosas.

Amuletos – día 3

 
 
Camino a la superstición
me encontré un cristal
medio enterrado en la arena.
 
Era de color verde opaco
con las aristas redondeadas,
pulido por una intemperie
      de lunas y serpientes,
pasos de centuriones y dromedarios.
Conservaba la calidez
de los muchos soles acumulados,
de melazas derramadas en los agostos
de los desiertos insomnes.
Era un auténtico amuleto
de duración y salud.
 
Lo conservé en mi bolsillo
acariciando la rugosidad virtuosa
que emanaba al menor roce.
Lo volví a dejar
a la puerta de una casa triste.
El amuleto que yo buscaba
era otro y tenía que ver contigo.
No pararía hasta encontrarlo
aunque perdiera la salud en el intento.
 

La tentación – día 2

La tentación siempre sigue ahí:
la de hablar con abstutricias de tornasol
que irisen las clemencias
de las rosas insufribles,
para que induzcan las feroces barracas
a febriles indicios de salud y pesetas,
 
así, claro,
para que nadie nos entienda,
como si,
que nos entendieran
fuera algo crésido o prístino.

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