Escriben bien los retóricos, los gramáticos sin alma, los administradores de las catástrofes cíclicas, los secretarios de sus señorías, los alumnos limosos del prestigio piramidal, los escribas aduladores del poder sublime, los reseñistas que perpetúan los bostezos de la trilla meridional. El retórico construye un acueducto sin agua, un aeropuerto sin aviones, un libro de necias vacuidades. No es suficiente escribir bien. Es necesario una inteligencia que sobrevuele por encima del argumento y su gramática. Los idiotas también escriben bien. Por eso el rabino Aira dejó caer: “Hay que dejar que desfilen los oropeles de la inteligencia, del valor aparente. Hay que escribir mal para escribir bien”