Los muchachos Los políticos siempre quieren quedar bien. Quedar bien es buscar un equilibrio entre la mentira y la falsedad. Un lugar para equilibristas, es decir, para políticos. La mayoría son unos cobardes: azuzan a las masas y después nos llevan como perros de presa para controlarlas. Una esquizofrenia en la que siempre cae alguien malherido o muerto. Y no son ellos. Ellos pueden perder el escaño, es decir, el salario, de ahí sus componendas entre la ley y la desobediencia. A mi me expedientaron porque intenté convencer a los compañeros, de que cuando cargaran las hordas juveniles contra los bancos y los comercios de lujo, nosotros nos retiráramos y no reprimiéramos ningún exceso de la juventud desaforada. Muchos de ellos son sus hijos aburridos, desengañados de sus padres. Una guerra que no es la nuestra. Que la diriman ellos. Nosotros reculando y sin tirar ni una pelota. Y cuando lo tengan claro, que lo digan de verdad, y no con la boca pequeña del mentiroso, del manipulador. Al final, corría el riesgo de afianzarme entre los desesperados. Un poco más de concienciación y hubiera acabado ayudando a esos muchachos en su labor de destrucción o limpieza.
Mes: abril 2021
Poemas Carcelarios 8 – día 243
La culpa De pronto, ante un silencio demasiado extenso, me siento culpable. Hace un tiempo, le hubiera dado vueltas a la consciencia para saber dónde estaba la ofensa, la herida que no me permitía dormir en paz. Ahora sé que las acusaciones son fantasmas. Que los reproches, aun pudiendo ser ciertos, se agrandan en la mente de los ofendidos, supuestas víctimas o víctimas reales que se realizan o se entretienen en el victimismo. Ahora sé, que los mecanismos de la culpa no necesitan que haya un crimen verdadero para llevarte al tribunal que va a sentenciarte, aunque ignores los cargos. Tu propio tribunal, el tribunal de tu conciencia, al que ahora le hago dimitir en bloque. Quién quiera acusarme de algún delito, que traiga las pruebas que lo demuestre. Yo ya tengo otras cosas en las que ocupar mi vida. Así que bay bay, pájaro azul, ahí te quedas, enramado silbo sin sustancia, cremallera crónica que sólo cierras la maldad minuciosa.
Poemas Policíacos 7 – día 242
La Frontera Soy un hombre de frontera. Hasta el límite donde se encuentra la fiebre arbórea y el liquen insondable no llegan los pasos de los novelistas necios. Una cosa es el cine y otra ver un cuerpo en descomposición. Una cosa es narrar la muerte abstracta del ingenio, y otra es taparse las narices por el sudor de las bacterias de la corrupción. Una cosa es descender por el abismo salpicado de helechos, y otra es sostener el perfil de la fortuna en el muro de la desesperanza. Soy un hombre de frontera. En una parte declinan los que matan, y en la otra, los impertérritos que mandan matar. La frontera entre la vida y la muerte no natural, ejecutada por sicarios, es una frontera en la que vivimos nosotros y los lobos. Los demás podéis disfrutar del oprobio y el fútbol.
Poemas Carcelarios 7 – día 241
Busco su sombra Demasiadas raíces para la libertad, demasiadas caléndulas para respirar, demasiados gemidos para poder dormir, demasiados éxtasis para poder morir. Pocas las personas a las que tengo respeto. Menos las personas a las que iré a su entierro. Ninguna a las que saludaré con mis despojos. Nadie verá el bordado lugar donde me alojo. Jamás a sus pies rendiré ni una pleitesía. Tengo una máscara cambiante para los días que salgo a buscar el placer que me corresponde. Busco su sombra perdida en un lugar sin nombre.
Poemas Policíacos 6 – día 240
El nicho de la eternidad Nos llamaron para levantar un cadáver que un cazador encontró en una maleza arbórea en medio de los Monegros. Una curiosa mancha verde ferruginoso rodeada de arena blanca, como una isla. Se identificó al muerto: un lugareño sin antecedentes, muerto por una brecha en la cabeza. Un desaparecido desde hacía una semana del pueblo de V. sito a veinte kilómetros de allí. En los trabajos de rescate se encontraron un auténtico arsenal macabro de huesos y armas oxidadas de todas clases: una pistola Walman calibre 7,65 fabricación española, de los años 30, una Charola Anitua semiautomática, una Glisenti italiana, utilizada por las tropas de CTV, varios revólveres desvencijados, 6 obuses de 75 mm, en una caja abierta, aún sin explosionar, fusiles Mauser M93, tirados como a la carrera, “mexicanskis”, Paraviccini-Carcano, todo de la última guerra civil. Cuchillos, machetes, granadas, bombas, hachas, azadas, rastrillos… Armas de los dos bandos medio enterradas, cubiertas por una vegetación rala. Huesos aguantando el perfil de sus propietarios abatidos. Cráneos con sempervivum pegadas como lapas, cuencas con polígolas, sutiles ramondas o sexifragas abiertas como alcachofas. Occipitales florecidos, tibias armónicas como flautas prehistóricas. Helechos y musgos ramificados, fotocopias del cerebelo. Un sustrato de materia orgánica. Fascistas y antifascistas alimentando la flora y la fauna de Aragón. Bajo toda aquella tierra quemada por el sol, los especialistas encontraron más cosas diseminadas: Relicarios, exvotos de bolsillo, cruces de madera, medallas religiosas, militares, conmemorativas, urnas, estelas funerarias, porta velas romanos, vasijas de ungüentos, de barro cocido, aspilleras, ropa raída, gramíneas, huellas de incienso… todo en aquellos treinta metros cuadrado de matorrales cercados por los vientos de la historia, vientos que habían llevado hasta allí la memoria perdida de las desapariciones. Un oscuro y aislado santuario dedicado a la muerte. La muerte anónima que huye de la solemnidad. Así como los vivos tenemos inclinación a juntarnos, desde los pequeños pueblos a las grandes urbes, así los muertos tiene la misma tendencia a pasar el desgaste de la eternidad juntos y hasta revueltos. La eternidad, intuimos, debe ser un tiempo muy largo, y un lugar estrecho y muy frío.