El amor es el machete que abre el sendero, la tea que lo ilumina y quema las zarzas, el viento que levanta las cornisas del hambre, la inundación que arrasa con esa costumbre de araña en su rincón, de moho en su humedad, de caballo masticando hierba soledad, de mañanas perdidas en su mansedumbre. Cruces que gimen por el frío de febrero buscan su verano en el sueño de las garzas, allá donde el abandono deviene estambre, vertical asunción de languidez y lumbre que combate las corrientes de oscuridad, que demoniza los libros de la verdad, que libera las almas de la pesadumbre.