ORACIÓN LXI
En estos dominios en los que somos
súbditos de la muerte,
en que nuestro destino es asumir y perseverar,
sin que, lo que hacemos, sea decisión
de nuestro parecer,
sino que las órdenes vienen envueltas
en una sonoridad interior que aceptamos
como nuestra,
aunque nuestra tan solo sea
la acción de obedecer,
callando o gritando,
hiriendo o perdonando,
animales sutiles de pesadas huellas,
que solo llegamos
al pozo sin fin,
al abismo de nosotros mismos,
obedientes o exaltados según el espejo
del que somos reos o verdugos
acidulados por capricho
¿de quién Señor?
¿de qué instancia? ¿de qué poder?
¿de qué dominio?
Te ruego Señor, con todos los respetos,
que me des una respuesta,
si quieres, si puedes,
a no ser que Tú también
seas súbdito y estés condenado a no saber.
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