ORACIÓN LXI En estos dominios en los que somos súbditos de la muerte, en que nuestro destino es asumir y perseverar, sin que, lo que hacemos, sea decisión de nuestro parecer, sino que las órdenes vienen envueltas en una sonoridad interior que aceptamos como nuestra, aunque nuestra tan solo sea la acción de obedecer, callando o gritando, hiriendo o perdonando, animales sutiles de pesadas huellas, que solo llegamos al pozo sin fin, al abismo de nosotros mismos, obedientes o exaltados según el espejo del que somos reos o verdugos acidulados por capricho ¿de quién Señor? ¿de qué instancia? ¿de qué poder? ¿de qué dominio? Te ruego Señor, con todos los respetos, que me des una respuesta, si quieres, si puedes, a no ser que Tú también seas súbdito y estés condenado a no saber. .