
Oración XXXVI
Señor, te comparo a la muerte.
Atiendes, imprevisible, aleatoriamente.
Nadie puede confiar en una respuesta exacta,
en una norma precisa, en una regla, en un guion.
Tú decides cómo, cuándo y dónde.
A los demás no nos queda otra postura
que la del paciente,
el que queda a la espera, el pasivo.
Como tu hijo, que sufrió la pasión
y aguantó hasta la muerte
la acción de los otros y tú,
a tus cosas, como si todo eso no fuera contigo,
que vaya dios a saber en qué consisten tus cosas.