ORACIÓN XXXII Señor, siempre te he sido fiel, fiel como esas velas que parpadean en tus iglesias, suspiros que están a punto de apagarse, que titubean en su fe pero resisten en su voluntad de dar testimonio de luz, en su cumplida promesa de alumbrar un logro, una petición íntima y secreta, susurrada o anunciada en silencio. Señor, como esas velas que navegan en la penumbra de los deseos apaciguados, que zozobran y están a punto de apagarse, pero reviven y vuelven a la luz para seguir dando testimonio de que nuestra paciencia (aunque esclava y agónica del esfuerzo y el tiempo), puede ser amorosa como la tuya, pero sin la eternidad. Como esas velas, Señor, hasta su apagamiento final.