Pudo salir bien, pero salió mal. Dejé lo que tenía que hacer para estar con una mujer y cuando quise darme cuenta me vino encima una tormenta y tuve que escapar pues salió un marido pistolero gritando que a ti te quiero pero a ese menda primero lo tengo que matar. Me pilló desprevenido y corriendo a calzón caído tuve que escapar antes de que un accidente fatal acabara con mi alma muerta o mi cuerpo mal herido si salía por la puerta. Salté por la ventana con tan mala gana sabiendo que fuera dormía un mastín que desde que me vió no tenía otro fin que morderme los huevos y dárselos crudos al cabrón de su dueño. Así que corrí y corrí sin haberme corrido oyendo detrás de mi un disparo y un aullido gimiente de perro abatido que murió por accidente del ciego invidente por celos del marido. No me mató a mí, mató a su perro el aturdido guerrero que me quería matar tan solo por intentar echar un polvo con su mujer que me lo había pedido por gozarse y por satisfacer su deseo morboso y por el que había dejado un curro bien pagado y acaso, por acoso, yo era más inocente que un monje penitente en la celda de un convento que es un buen invento para dejar de pecar o pecar para siempre.