La siesta es un nirvana portátil. Entras en ella prendido de un globo y sales iluminado por la desnudez de Lucy, de pechos dorados, de pechos tersos como sólo la juventud sabe tenerlos. No te atreves a abrir los ojos, pero la taimada te dice: “No te hagas el dormido, viejo. He venido a cambiarme de ropa. Me voy.” Seco como un palo seco, cuando aún no he aterrizado. “No hace falta que te levantes.” -remata despejada de toda moral rudimentaria- “Algún día volveré, pero ahora me voy, que viene El Lobo”.