RomanceLe pegué dos puñaladas
con pleno merecimiento,
ni siquiera con diez vasos
debe faltarme al respeto,
aunque yo pueda ser pobre
soy un hombre muy entero,
la priva no es una excusa
para faltarme al respeto,
dijo lo que no debía
yo no le debo dinero,
sus palabras son ofensas
por los diez años de encierro;
mi mujer es una santa
tengo dignidad y tengo
fe en sus manos, en sus ojos,
y amor seguro y del bueno,
no necesito que nadie
me venga con ningún cuento,
mi mujer es una santa
aunque tenga un hijo negro,
diez años son muchos años
para vivir un encierro,
ella vivía por mí
cuando yo ya estaba muerto.
No quieras saber la verdadNo tardé ni una semana en ser uno más
de los mendigos desahuciados
en el sucio callejón sin salida.
No me costó, tenía cierta inclinación
al abandono de toda esperanza.
El jefe lo intuía, por eso me nombró
para esa misión:
“infíltrate y averigua quién los mata”
Fue un descenso a un submundo,
la cara oculta de la gran ciudad
que miramos con asco a la luz del día,
la frontera donde el hombre y la rata
compiten por los mismo deshechos,
donde la miseria
es un hoyo en medio de la noche
en el que se cae como la hoja inexorable
del otoño.
Por el súbito resplandor comprobé
que la muerte salía del coche patrulla;
que el disparo era el juego macabro
de un policía psicópata, que tiraba al azar,
con esa mezcla de aburrimiento y desprecio
que se tiene por los mendigos degradados
de un callejón sin salida.
Esa era la solución.
Y hubo otra, más definitiva para mí:
el abandono de la que había sido mi profesión
desde que la soñé en mi infancia.
Había llegado a un límite. Una frontera líquida
en la que los buenos
-o los que trabajan para los buenos-
pueden ser malos, y los malos,
siguen siendo malos sin remisión.
Saber la verdad, te cambia, aunque no quieras.
Ahora soy libre para elegir mis propias misiones
y cuando disparo,
disparo convencido de la muerte
que voy a convocar.
Una mujerTengo ya diez hombres
perdidos en el ocaso de su locura.
A mi virginal entrega
no le importaba ni el delito
ni la cantidad.
Imperceptibles, borrados,
de paso en las hojas de mi conciencia,
verlos caídos no me conforta.
Todavía no sé de qué venganza
se nutre este juego de eros que erosiona
la solidez del hombre.
Cuando pierda la belleza
se acabará esta agónica espiral
que gira hacia el vacío interior.
Por ahora son diez, pero seguro
que caerá algún pájaro furtivo
con el rostro de los siglos oscuros
y su obscenidad queriendo lamer
mis labios de fervor y sangre entregada.
Solo soy una mujer, pero no he venido
a complacer a ninguna santidad,
a ningún diablo.
El eterno retornoLa ciencia vive de la repetición.
La medicina sabe qué es un hígado
porque todos los hígados son iguales.
Sus diferencias no importan.
Una silla es una silla aunque se vista
de mil diseños diferentes.
Esto me recuerda a Platón.
Los asesinos en serie
son como los pescadores serios:
vuelven a sus caladeros rentables.
Improvisan lo justo para seguir
llenando sus redes con buenas capturas,
víctimas nuevas, nuevos cadáveres.
A Sebastián lo cogimos en un acto
de crimen reiterado. Ningún diario
publicó ninguna noticia. Carmela
disfrazada se paseaba a contra luz
por la casa. Al verla, Sebastián
pensó que tal vez no la había matado.
Volvió al lugar del crimen y allí
nos encontró preparados para arrestarlo.
No es un tópico. Es verdad, los asesinos
siempre vuelven al lugar del crimen.
Tienen una vida cíclica, como las estaciones,
como las cosechas y su eterno retorno.
Vuelven para caer. Tal vez lo deseen.
SebastiánCompartí la celda con uno de esos personajes
obsesionados con la muerte de los otros.
Un sicópata, un asesino en serie,
Sebastián se llamaba y ya estaba hecho a la idea
de que se iba a quedar encerrado para siempre.
Yo me lo quedaba mirando y no podía dejar
de hacerme algunas preguntas insidiosas.
Parecía un hombre tranquilo…pero,
¿y si esa pulsión de muerte seguía allí,
enroscada en alguna circunvolución de su cerebro?
¿ qué causa o motivo podía hacerle saltar? ¿por qué,
cómo y cuándo podría volver a matar?
¿Qué despertaba su instinto asesino?
A lo mejor no había una razón o esta era tan simple
como el placer de ver la muerte cerca y saber
que no era él quien se moría. No descarto
la idea del placer. De ser el dispensador de la muerte,
un dios menor pero eficiente y exacto cumplidor
de un poder superior, terrible y definitivo.
El poder del único dios verdadero: la Muerte
de la que él era su profeta perfecto, su enviado,
su más fiel servidor.
Todas estas ideas hervían en mi cabeza,
pululaban por mi cerebro como ratas hambrientas
comiéndome el sentido y la tranquilidad y el sueño.
Así que obedecí a mi instinto de conservación,
esa voz nítida que me decía “acaba con él, acaba con él”
Cuando llegó el carcelero oí que se exclamaba:
¡Pero qué has hecho, Sebastián, qué has hecho!
Yo solo quería que se callara
aquella voz de mi cabeza.
MariposasCuando el inspector
-llegado a la escena del crimen-
preguntó quién era el fiambre
el comisario de la policía local
le leyó sus notas:
-mujer joven, blanca,
muerta por arma blanca,
herida limpia en el cuello,
sin rastro de sangre ni huellas alrededor,
como si…
más que caída en la nieve
hubiera bajado flotando.
En la raja del cuello encontramos
muchas mariposas, no sabría decir
si salían de dentro o estaban libando la herida…
-¿mariposas? ¿en este invierno?
-Sí, muchas, se fueron
cuando llegamos nosotros,
como si fueran repartiendo una señal del cielo
o una primavera improvisada…
El ángel exterminadorEn el espejo veo el reflejo
de un hombre inocente.
Lo sé yo y la víctima,
los dos presentes en el momento
de su defunción.
Cuando llegó la policía
yo estaba con la navaja en la mano,
aturdido por lo que presencié,
aunque yo no cometí el crimen.
Ella era mi esposa, cierto,
y estuvimos discutiendo
en medio del parque.
Ella me quería dejar
y no me daba las explicaciones
que yo le estaba pidiendo.
Su silencio era hiriente, agónico,
sus evasivas eran exasperantes,
estaba con los nervios alterados,
seguro que gritaba como un loco.
Saqué la navaja para amenazarla,
pero, lo juro, yo no podía matarla,
la amaba demasiado.
Solo tenía que decirme el por qué,
pero ella seguía callando.
Su silencio me enloquecía
y me enojaba hasta el extremo…
…y en eso pasó un tipo
con el rostro tapado, enérgico como un relámpago.
Me cogió la navaja y le rebañó el cuello a mi esposa.
Allí, delante de mí.
Quedé estupefacto, aterrorizado, mudo.
Me devolvió el arma al tiempo que me decía:
“Esto se hace así, marica, llorón de mierda,
que no tienes cojones para hacer lo que tienes que hacer,
mamarracho, asqueroso…”
Un fulgurante ángel exterminador
que se fue tan raudo como llegó, sin darme cuenta.
Esa es la verdad aunque parezca increíble.
Esa es la verdad aunque nadie me crea.
I
En este juego
de estar y no estar,
de fuego y desvelo
sin caridad ni consuelo
con amor y malestar,
es fatídico perverso
como la furia desquiciada
de domesticar un cangrejo
en el cómico esperpento
de la buena voluntad.
Nadie puede decir
si verdad o mentira,
si el cortejo que respira
lleva a la princesa
de la alcoba a la mesa
para decirle a sus pies,
eres la sangre que represa
mi corazón vienés,
eres la tumba de mis penas
que se alejan como un cometa
incendiado por la meseta
cuando te vuelvo a ver,
una, dos veces o cien.
II
La señora enferma
desvalija la lengua,
un reloj de madera
con horas verdaderas,
un sifón colosal
en la mesa del pan y la sal,
un cuadro costumbrista
visto por un equilibrista,
la señora enfermera
inaugura la primavera
y el señor animal
dice que la versoni
es una tonta del bote,
un soneto con estrambote
fervorosa integrista
corta de vista
y lerda integral.
I
Las raíces que yo tengo
no me salen de la tierra,
que son raíces que cuelgan
del árbol de las ideas.
II
Nadie se sienta ofendido
por lo que vengo cantando,
a veces canta un cretino
y a veces canta mi hermano.
Nunca un felón escondido
nunca un traidor traicionando
más bien por lo que parece,
es la ficción de un imago,
la ensoñación de mi mismo
con el que vengo callando
las verdades del amor
que van cantando los pájaros.
III
La belleza del reloj
se revela a su enemigo,
el tiempo se va veloz
y el amor viene furtivo.
Viene furtivo y nos dice,
a la manera del canto:
si lo tienes que vivir
échale guindas al pavo.
I
Con todo mi cariño
te quiero confesar
que tú me gustas mucho
y tu hermana mucho más.
II
Nuestro amor tiene un camino
que no podrás evitar,
que tu me quieras por siempre
y yo por siempre jamás.
III
Lo que no digo a la cara
te lo digo por escrito
eres altiva y hermosa
pero me importas un pito.
IV
Vida tonta
la de llevar
veinte cosas a la vez
y no hacer bien
ni una sola.
Mas me valiera
centrarme
y dirigir
mi película
de fantasmas
a buen fin.
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