Poemas Carcelarios 2 – día 231

 Sebastián
  
 Compartí la celda con uno de esos personajes
 obsesionados con la muerte de los otros.
 Un sicópata, un asesino en serie,
 Sebastián se llamaba y ya estaba hecho a la idea
 de que se iba a quedar encerrado para siempre.
 Yo me lo quedaba mirando y no podía dejar
 de hacerme algunas preguntas insidiosas.
 Parecía un hombre tranquilo…pero, 
 ¿y si esa pulsión de muerte seguía allí,
 enroscada en alguna circunvolución de su cerebro?
 ¿ qué causa o motivo podía hacerle saltar? ¿por qué,
 cómo y cuándo podría volver a matar? 
 ¿Qué despertaba su instinto asesino?
 A lo mejor no había una razón o esta era tan simple
 como el placer de ver la muerte cerca y saber
 que no era él quien se moría. No descarto 
 la idea del placer. De ser el dispensador de la muerte,
 un dios menor pero eficiente y exacto cumplidor
 de un poder superior, terrible y definitivo.
 El poder del único dios verdadero: la Muerte
 de la que él era su profeta perfecto, su enviado,
 su más fiel servidor.
  
 Todas estas ideas hervían en mi cabeza,
 pululaban por mi cerebro como ratas hambrientas 
 comiéndome el sentido y la tranquilidad y el sueño.
 Así que obedecí a mi instinto de conservación,
 esa voz nítida que me decía “acaba con él, acaba con él”
  
 Cuando llegó el carcelero oí que se exclamaba:
 ¡Pero qué has hecho, Sebastián, qué has hecho!
 Yo solo quería que se callara 
       aquella voz de mi cabeza.
  
   
    

Deja un comentario

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies