Los rostros del mundo (237) Oración LI

Oración LI 

Qué hacer, Señor, cuando el mal entra 
en el jardín de nuestra vida y lo enmaraña
de resentimiento y amargura?
Señor, 
¿Cómo podemos evitar el daño del mal
cuando el mal ya está hecho?

Hace días que nos dieron la noticia
de que la peste de la pederastia
entró en nuestra comunidad.

No hay nada más sagrado que la infancia.
Tan sagrada como tú, Señor,
que eres nuestra infancia redimida.

¿Quién le devolverá la inocencia
al niño mancillado?
¿Cómo volverá la paz a las mentes
de su familia, que somos todos?

Señor, tú enseñas el perdón; 
a nosotros nos impulsa la venganza. 
Por eso tú eres Dios 
      y nosotros simples mortales.

¿Cómo volver al jardín ordenado
después de la catástrofe?
No hay retroceso en la flecha 
      del tiempo que nos lleva,
pero sí hay vuelta atrás 
      en el recuerdo de la memoria.
¿qué hacer? ¿cómo reparamos el daño?

Nosotros necesitamos sanación, Señor,
restaurar el camino hacia nosotros mismos,
volver al jardín ordenado por la mirada y la palabra,
rescatar el tiempo de la ilusión que nos impulsa,
permanecer siempre en los inicios.

El malvado no nos importa, Señor.
Caigan sobre él, todos los desprecios,
todas las maldiciones, todas las iras del mundo;
que le sea devuelto y duplicado
todo el daño que hizo,
o todos los perdones, si tú quieres Señor.
No nos importa su destino.
Importan nuestros hijos, importa nuestra infancia,
      importamos nosotros.

Entremos nosotros, pues, en el tiempo de la sanación.
Dejemos la maldad en manos de la justicia.

Los rostros del mundo (236) Oración L

Oración L 

A veces me digo:
“Deja a Dios en paz, gilipollas,
céntrate en lo que debes de centrarte,

¿Con cuántas personas te llevas mal?
No implores a Dios y aprende a llevarte bien;
¿Cuántas personas no te soportan?
No pidas ayuda a Dios y aprende 
      a dar más de lo que dabas,
      a sonreír a la adversidad,
a silbar sin resentimiento en la arboleda,
a buscar la paz de las cerezas dodecafónicas,
a pasear por los prados celestiales,
a dar de comer a los seres 
      inferiores a la semilla,
a sacrificar al cierzo su dominio frío,
a cantar el rapto sonoro del aljibe,
a buscar la paz, ¿ya lo he dicho? 
A buscar la paz boliviana de la menta.

Los rostros del mundo (235) Oración XLIX

Oración XLIX

Ayer, Señor, presenté mi libro de poemas
“Las Canciones del Timonel” y no estabas tú.
Como aquella canción de Víctor Jara:
“Vi gente correr y no estabas tú”
La ausencia es un tema especular,
es la imagen reflejada de la presencia. 
A veces se notan más los que no están
      que los que están, aunque los que están
sean la bendición de la tierra, la sal de la vida.

Un libro de canciones que, 
si solo fuera mío, no valdría la pena.
Huyamos de la gente que dice:
“Qué hay de lo mío”
Las canciones nunca son de nadie.
El canto es la memoria del pueblo.
Permite, Señor, que mis canciones 
      sean eso o no sean. 

Los rostros del mundo (234) Oración XLVIII –

Oración XLVIII

No entiendo nada, Señor,
nada entiendo, Señor, de la vida,
su variedad insondable, su impensable complejidad. 

Nudos que se encuentran con nudos
y quedan enredados en nudos superiores
imposibles de desenmarañar;

lo que se estructura, por un lado,
se desencaja por el otro,
de forma que, el edificio de la vida,
está siempre en un equilibrio precario.

La perfección, si existe,
no está en nosotros.
De ahí, nuestro afán de conocerte,
       nuestro deseo de encontrarte,
       nuestro impulso de ir más allá
de nuestra ignorancia congénita de ti, que es un nosotros.   

Los rostros del mundo (233) Oración XLVII

Oración XLVII

Infúndenos valor 
      para asumir nuestra mediocridad,
Señor, 
Siempre queremos ser 
      más de lo que somos,
ser elevados como las altas cumbres,
nubes que bogan por el cielo
      dejando sombras tendidas por la tierra,
veleros que surcan los mares de la aventura
      sin manchar de sangre los asentamientos.

He aquí nuestro perfil:
Hechos a tu imagen y semejanza.
Por eso no entendemos 
      las zarzas de mediocridad que nos atrapan
a esta vida vulgar, gritona, simiesca y futbolera.
¿Es esa tu imagen,
puesto que nosotros estamos hechos a tu semejanza?

Los rostros del mundo (232) Oración XLVI

Oración XLVI

Señor, devuélvele la dignidad al rey,
o instáurala en nosotros que lo padecemos.
Es del todo inadmisible comprobar el abismo
que existe entre las palabras y los hechos.
Si no son dignos de sus palabras
seamos nosotros dignos de nuestros hechos 
y acabemos con su reinado de mentira y corrupción.

Sirva esta imploración, también, para los políticos
que proponen una cosa y hacen otra,
para los sacerdotes de tu iglesia
que predican el bien y hacen el mal,
para los policías, médicos y otros servidores públicos
      que juran proteger y matan,
para los cocineros que insisten en alimentar y envenenan,

para todos cuantos dicen una cosa y hacen la contraria
con un claro afán de sacar provecho,
de ser victimarios que se aprovechan de las víctimas.

Sea para ellos, Señor, el mismo castigo que para el Rey 
que se aprovecha y abusa del pueblo que lo alimenta.
Todo un mundo de ventajas y un solo inconveniente:
si no cumplía su palabra, 
      el pueblo tenía derecho a decapitarlo.
Antes eran realidades, ahora son metáforas.

Los rostros del mundo (231) Oración XLV

Oración XLV 

Si Dios es la más grande, elevada y sublime
invención del hombre, ¿por qué
no suscita unanimidad entre todos los seres
del planeta?
¿De dónde salen estos incrédulos?
¿Estos irredentos negacionistas?
¿Estos faunos famélicos que no se preguntan nunca
      por la realidad primera, esencial?

En un principio era la ignorancia,
después vino la revelación, el desvelo,
las averiguaciones, el primer 
sustrato del conocimiento, bajo cuyo árbol
estamos sentados como nómadas
decidiendo si hemos de ir 
al Desastre De Todas las Probabilidades o a Marte.

¿No es evidente que hemos de amarte?

Los rostros del mundo (230) Oración XLIV

Oración XLIV 

Aliado de la muerte, Señor Dios,
que no se la perdonaste ni a tu hijo,
que ni siquiera le privaste de la agonía,
que lo hirieron
con una sañuda lanza en el costado,
¿qué te hubiera costado salvarle de la muerte?

¿No quisiste, o te lavaste las manos, 
      o fuiste cómplice?
¿No podías, o no lo intentaste o eres servidor
      de un dios que está por encima de ti?

Ni tú ni nadie puede evitarla.
¿Esa parece ser 
      la gran enseñanza de la humanidad,
la senda inevitable, el dios invencible?

Canetti la negó.
Yo no pienso darle ni un duro.

Los rostros del mundo (229) Savater

SAVATER

Quien te ha visto
Y quien te ve
Fernando Savater

De ácrata infinito
A devoto sacristán
Del Ayusismo

De lúcido lucido
A ínclito matacán
Del Sanchismo

De hombre valiente
Enfrentado al miedo,
A este presente

De dron sensato
En dirección contraria
Al desacato

De maestro pensador
A rancio redentor
De la corona

Sesgado y entregado
A la derecha que, en España,
Siempre es estrecha 
y decimonona

Quién te ha visto
Y quién te ve
Fernando Savater

Defensor de la libertad
Para acabar diciendo
Bobadas en vertical

Envejeces como un lirio
Yo me borro de leer
El futuro de tus libros.

Los rostros del mundo (228) Sí es sí 2

SÍ ES SÍ 2

Sí es sí.
No es no.
Queda claro. 

Pero, a veces,
el no, es sí,
y el sí, es no.

¿O acaso
todo sigue igual
bajo el cielo
de una sociedad
en blanco y negro,
simplista,
sin matices,
con las maneras oblicuas
y los pesos decantados,
donde el rico es rico para siempre
y el pobre es pobre sin paliativos,
y el moribundo vuelve a la vida
y el sano la palma al instante,
y el crimen lleva corbata
y el salvaje es bondadoso por naturaleza,
y no hay buenos con narices rotas
y no hay malos impolutos,
y hay gente que pasa por delante de un espejo
y no se ve?

¿Acaso 
todo tiene la claridad
del idealismo que conserva
un cristal translúcido
en el cielo platónico
y los hombres nacimos sin pecado
y somos ejemplo de comportamiento
con estatus de nobleza
y no nos equivocamos nunca
por el camino 
que no lleva a ninguna parte?

Lo sencillo no es sencillo
y lo simple suele ser una sombra
que aparenta una verdad parecida,
pero que no lo es.

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