Camino a la superstición me encontré un cristal medio enterrado en la arena. Era de color verde opaco con las aristas redondeadas, pulido por una intemperie de lunas y serpientes, pasos de centuriones y dromedarios. Conservaba la calidez de los muchos soles acumulados, de melazas derramadas en los agostos de los desiertos insomnes. Era un auténtico amuleto de duración y salud. Lo conservé en mi bolsillo acariciando la rugosidad virtuosa que emanaba al menor roce. Lo volví a dejar a la puerta de una casa triste. El amuleto que yo buscaba era otro y tenía que ver contigo. No pararía hasta encontrarlo aunque perdiera la salud en el intento.