En la gris oscuridad de un fondo marino vino un pez iridiscente recubierto de una coraza de espinas como un caballero medieval directamente lanzado al choque, buscándome a una velocidad inverosímil para mi expectante y aturdido cuerpo. El pez no me impactó. Se acercó como si me oliera y comenzó a dar vueltas a mi alrededor, con unos giros que yo no podía seguir pues mis sentidos dentro del agua no podían jamás igualarse a los del pez. Después que decidiera -vaya a saber Ud. por qué- que no iba a formar parte de su dieta se marchó a la misma velocidad y me quedé suspendido en medio de aquella inmensidad gris, inmerso, a la espera de que viniera a recogerme algún enviado del cielo.