Oración XXXVI Señor, te comparo a la muerte. Atiendes, imprevisible, aleatoriamente. Nadie puede confiar en una respuesta exacta, en una norma precisa, en una regla, en un guion. Tú decides cómo, cuándo y dónde. A los demás no nos queda otra postura que la del paciente, el que queda a la espera, el pasivo. Como tu hijo, que sufrió la pasión y aguantó hasta la muerte la acción de los otros y tú, a tus cosas, como si todo eso no fuera contigo, que vaya dios a saber en qué consisten tus cosas.