ORACIÓN XXXIII Señor, sufro de una terrible tentación al desprecio y a la maldición: veo a un político que promete entregar su vida al servicio del pueblo y en automático me nace una repulsión moral irresistible, veo a un sacerdote de tu iglesia predicar el amor y la bondad y luego dedicarse a seducir niños o acumular riquezas de la rapiña de la muerte y en automático me nace una repulsión moral irresistible, y así, a este o al otro o al de más allá que viven en la indolencia o la mentira o el atraco o el aprovechamiento o el abuso, y no puedo reprimir la tentación del desprecio y la maldición, lleno de una pureza moral tan exigente que bien podría haber sido un profeta encendido de ira con una espada de fuego entre las manos. Un profeta con ganas de enviar al infierno a todo aquel que se desvíe de tu pauta moral digna, exigente. Pero…gracias debo darte, Señor, por no haberme elegido como tu profeta, porque el comportamiento que exijo para mí, no quiero ir por la vida exigiéndoselo a los otros, bastante tengo con mi rabia y mi sufrimiento como para descargarlo en los demás. Los dos sabemos que sería peor el remedio que la enfermedad. Así que, mejor dedicarme a la depuración de mis emociones y dejar que el prójimo se drapee contra el viento de la vida.