La culpa De pronto, ante un silencio demasiado extenso, me siento culpable. Hace un tiempo, le hubiera dado vueltas a la consciencia para saber dónde estaba la ofensa, la herida que no me permitía dormir en paz. Ahora sé que las acusaciones son fantasmas. Que los reproches, aun pudiendo ser ciertos, se agrandan en la mente de los ofendidos, supuestas víctimas o víctimas reales que se realizan o se entretienen en el victimismo. Ahora sé, que los mecanismos de la culpa no necesitan que haya un crimen verdadero para llevarte al tribunal que va a sentenciarte, aunque ignores los cargos. Tu propio tribunal, el tribunal de tu conciencia, al que ahora le hago dimitir en bloque. Quién quiera acusarme de algún delito, que traiga las pruebas que lo demuestre. Yo ya tengo otras cosas en las que ocupar mi vida. Así que bay bay, pájaro azul, ahí te quedas, enramado silbo sin sustancia, cremallera crónica que sólo cierras la maldad minuciosa.