Cuando hay un iluminado que resucita
la vieja idea de la justicia universal
y el reparto de la riqueza,
salen a la luz todas las ratas del sistema
a ganarse el salario de los poderosos,
con sus ironías bien untadas,
con sus sarcasmos bien estudiados,
con sus poses de matones que se benefician
a las mujeres más hermosas entre las putas,
bellas mujeres fabricadas para sus gustos libidinosos.
La cohorte de los denigradores con micrófono
y sus sádicos secuaces…
-parece el nombre de un grupo musical,
“sádicos secuaces”-
dispuestos a defender los intereses de sus señoritos
y a dejar al pobre iluminado
a la altura del betún.
El brillo de la inteligencia de los adalides,
-cooperantes necesarios del poder,
transmisores de la bellaquería-
deslumbra, pero no da ni acierto ni calor.
Los que mandan, ni se manchan,
pixelados en sus plasmas suntuosos.
Ya están estos mandilones para hacer la faena.
Tanto los tontos.
Tanto los tirios.
Tanto los troyanos.
Tanto los tímidos.
Tanto los tercos.
Tanto los tupidos,
Tanto los tópicos.
Tanto los trenzas.
Tanto los troncos.
Tanto los trípodes.
Tanto los trileros.
Tanto los trasgos.
Tanto los tristes.
Tanto los tantos.
Tanto los todos.
Todos ellos, juntos, separados,
tarde o temprano, se morirán.
Con sus sublimes conclusiones, absurdas, inútiles,
ígneas, estúpidas, inguinales, delirantes, crónicas,
enfermizas, luminosas, malvadas o ditirámbicas.
Cangrejeando. Morirán.
Con sus elípticas reverencias, creativas, admirables,
cinéticas, pasmadas, cariñosas o elevadas.
Cangrejeando. Morirán.
Y a reclamar al maestro armero.
inete sin sosiego
por sendas desoladas,
qué buscas por los fríos
marjales de esta amarga
tierra que sin descanso
remueve sus entrañas.
Qué buscas en la noche
juntando las palabras,
minero de las nubes
de las sierras lejanas,
persiguiendo las huellas
de quimeras extrañas.
Husmeando como lobo
por ver la luna clara,
cernido por las sombras
preñadas de alimañas,
qué quieres de esta tierra
donde silban las hachas.
No oyes confundidos,
imberbe y sin coraza,
caballos reverentes
y espigas desbocadas,
líquenes de veneno
y amapolas sin ganas.
¡Huye, que no te entres
por estas tristes landas!
¿No sientes sus latidos,
no sabes que te aguardan
túneles de la muerte
y oscuridad sin alas?
Huye, amigo, que nadie
sabe tu sed tan rara.
Huye, que si los filos
del aire se propagan
solo quedará el rastro
sangriento de una espada,
y un cielo de marfiles
y una tierra callada.
Conocimiento
con toda
tu profundidad,
cristal
de escasas
convicciones
sigues
en la superficie.
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