Nada que hacer,
nada que decir,
si las corrientes decisivas
son más fuertes.
Uno debe asumir
su limitado poder
y aceptar -evitando el dolor-
la verdad que se impone
sin caer en las trampas
de la amargura, del resentimiento.
Cuando el alma obedece
a su dios, único y solo,
la corriente te deja
a los pies del sosiego
y la vida se renueva, como la vid
en primavera.
Conducíamos, siempre arriba,
envueltos en niebla.
No nos dimos cuenta de que el asfalto
se había acabado y ya estábamos
circulando por una pista de tierra
bien arreglada. Envueltos de niebla
en la cima redondeada de un monte.
Nosotros, en medio de esa húmeda invisibilidad,
deambulamos como dóciles vobinos
pastando en las alturas,
en medio de la niebla.
Oímos las esquilas del ganado
y quedamos sorprendidos
de ver los percherones
gigantes y apacibles
a un metro de nuestras narices
a un metro de sorprendido espanto,
a un espanto asombrado por la fuerza
que respira a nuestro lado sin hacernos daño.
Apacibles caballos en medio de la niebla,
ellos sabían por qué estaban allí,
nosotros, tal vez no, pero al verlos
como una aparición majestuosa,
tal vez sí.
Es tanto el sufrimiento
que ha sobrellevado la humanidad
hasta este presente infecto,
que me parece deleznable
añadir ni una gota más de dolor
al dolor del mundo.
Desde la desnudez de la prehistoria
pasando por todas las enfermedades,
hambrunas, guerras, esclavitudes,
masacres, invasiones bárbaras y asesinas,
gulags, campos de concentración,
aniquilaciones, exterminios, holocaustos,
conquistadores, pandemias, pestes, desastres
naturales y provocados,
nazis, jémeres, hutus, tutsis y todos
los psicópatas que contribuyen
a derramar la sangre
de los hombres sobre la tierra
en una relación de continuidad
que no parece tener fin.
La Tierra y no Marte es el verdadero
Planeta Rojo.
Ahora reposa y piensa
en lo que enseñaba Epicuro,
evita el dolor
y añade placer, al placer de vivir.
El paisaje es un estado de alarma…perdón, del alma.
Subió a un caballo helado…perdón, alado.
Aquella mujer no tenía su cabello…perdón, teñía.
Al pan, pan y albino, vino…perdón, vino,
vino, vino de beber.
El argentino trabajaba de relaciones
púbicas…perdón, públicas.
Después de la carrera de caballos,
los mozos de escuadra…perdón, de cuadras.
Que disfrutéis de un buen coño…perdón, otoño.
Los carceleros sierran las puertas…perdón, cierran.
El obispo desfilaba bajo el palo…perdón, palio.
Un día te cantaré
las verdades del banquero…perdón, del barquero.
Cada cual tiene sus raciones…perdón, razones.
Todo estaba prefecto…perdón, perfecto.
Tenía un cuerpo sangrado…perdón, sagrado.
No quiero más conejo…perdón, consejo.
Salió de aquel asunto
muy agraciado…perdón, agraviado.
Buscaba la facilidad…perdón, la fatalidad…
perdón, perdón, la felicidad.
Ya veo que estás enferma…perdón, en forma.
Ya van saliendo al campo los juzgadores…perdón, los jugadores.
Cuando uno llega a interiorizar
aquella máxima de Romain Roland
de que “la verdad es siempre revolucionaria”
y entiende que el poema es un campo
en el que solo se cultiva la verdad,
entonces, todos los discursos
politiqueros o economicistas
no son más que fantochadas para fantoches,
trapos ridículos vendidos como banderas,
hierbas venenosas para caballos enfermos,
todos los discursos procesales o normativos,
moralizantes u ordenancistas
no son más que mugre mental y paranoide,
pienso malogrado de granos indigestos,
pan adulterado, fuego sin sustento,
todos los discursos, enredos y disenterías,
solo pretenden ganar tiempo y dinero
a costa de todos los incrédulos y cobardes
que se los tragan, por ignorancia o interés,
los que se oyen a sí mismos y se hallan competentes,
y se observan en los espejos
practicando sus discursos,
practicando su dicción, su compostura,
su parvedad escondida, su inteligencia lustrada
por el cepillo de la esposa que lo apoya…
a grandes mentiras, mayores desacatos.
No me interesan los pobres,
sus emociones, ventanas cerradas,
sus ideas, rodaduras en el barro,
sus hábitos, lentitudes de skay,
sus imágenes, heredades de orín.
No me interesan los ricos,
sus pretensiones de azúcar glasé,
sus valores de metopas antiguas,
sus parientes, galería de moscas,
sus posesiones, rimados de palacio.
No me interesan ni los pobres desclasados
ni los ricos elegidos,
ni la perorata lamentable de los unos,
ni el bastardeo subido de los otros,
ni los crespones dorados,
ni los plásticos aparentes,
ni la virtud sucia de las colmenas,
ni el espacio recamado de recuerdos.
No me interesan las reiteradas razones
que se retroalimentan y se enzarzan
y persisten y continúan y regurgitan de nuevo
la pobreza y la riqueza como un círculo
que inventaron los dioses y los demonios
jugando a las chabolas
y a los chalets con los humanos,
a los pies desnudos y a los zapatos,
a las guaguas y a los descapotables,
a las abulias y a los aburrimientos.
Seguro que hay manzanas para todos.
Por favor, sirvan manzanas para todos.
Manzanas sanas. Sin gusanos para todos.
¿De dónde sacan estos abstrusos
que son más listos, más preparados,
más inteligentes, más demócratas,
menos corruptos, menos sinvergüenzas,
menos violentos, menos tarados,
que los otros, tribalistas de cemento,
carnuzos de diseño, huertanos resilientes,
aforados de palimpsestos palúdicos,
si son bacterias de la misma secta, vituperios
de la mismo paradoja, carrizos de la misma riera,
sapos del mismo charco, lunáticos del mismo desfase,
iluminados y cobardes
de la misma cresta colorada?
Estos que no saben viajar a Venecia o Berenice
sin quedar como cariátides ojivales,
anguilas legalistas, caballeros del truco,
alarmistas incardinados
de supremacismo hereditario.
¿De dónde les viene tanto sectarismo empastillado,
tanta bucolismo bubónico, tanta pandémica pedestre,
tanto chovinismo de corcho,
tanta partenogénesis patógena,
si son un pábilo de cera intrusa,
una corte de aprovechados?
Era un ángel
del cielo de los lagartos.
Disparó a su padre
y mató a su abuelo.
La primavera llegó
con virus malignos.
Trató de esconderse
de su suerte absurda.
No halló consignas
detrás de los setos.
La prostitución pagaba
sus sueños de artista.
No podía soportar
su propia ignorancia.
Tenía un gato
de porcelana triste.
Solo se entendía
con los perfiles huecos.
Contestaba mal
con discreta elocuencia.
Tenía sus criterios
y alimentaba a las ratas.
Las devociones son propias
de gentes iluminadas.
Iluminadas o ilusas
en los callejones sin salida.
Con el tiempo, la materia viva
formó una barrera de luces
en la costa de la muerte.
Por más que se buscó
el cadáver del sueño
nunca se encontró.
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