Dejar correr – día 73

Dejar correr todo lo que obstruye.
 
Que fluyan y se alejen
las aguas depauperadas, las materias grasas,
las sombras, sus indecisiones de lagarto movedizo,
los fantasmas, sus reflejos de vanidad merovingia,
las falsas mitologías, sus devociones de cera usada.
 
Dejar correr lo que obstruye,

las ideas machacadas de los plásticos de cuneta,
las colillas de purpurina esquinada,
los padres de la patria
      que se miran al espejo del ombligo,
los líderes de barro, sus mensajes definidos
      por una mística de sacristán de la “new age”.
 
Dejar correr todo, que todo se vaya
y pierda su rastro de memoria usada por el sudor,
que deje la playa limpia para otras pisadas,
adiós, pálidas fauces del comercio que explota
      la hilatura,
adiós, agujas venales, estadios de bruma,
      ruletas aleatorias,
adiós, bargueños y melancolías,
      cerramientos y sedas negras,
adiós, maderas sin consuelo, voces de garlopa,
      gentes hacinadas.
 
Que el desagüe del tiempo os lleve,
que os lleven sin desconsuelo
      los vientos de los desastres,
que os arrastren por el suelo pantanoso
      de la historia de la malaria,
que no volváis con los pies de barro y la bruma
      en la mirada.
Adiós y hasta nunca, malestar infame,
     miseria doliente, crecido marasmo insuperable.
 
 

 
 

 
 

     
 

  

Romance del silencio

odo el mundo te lo dice
todo el mundo te lo da
el silencio es un acento
que se calla por no hablar
que el peligro está en la boca
como el agua está en el mar
que ya te enseñan de niño
que lo mejor es callar
no vaya a ser que les digas
por chiripa una verdad
que les ponga muy nerviosos
y les rompas el cristal
del espejo en que se miran
-pavorosa vanidad-
del linaje que los nombra
señores del capital
dueños de muchos destinos,
ejecutores del mal.

La ley del deseo – día 72

Si no despiertas
el deseo de una mujer
habla con los árboles.
 
Ellos saben el secreto
de la duración solidaria.
 
Los hombres,
encerrados en sus dilemas delirantes,
no saben nada de la decadencia
aunque la practican todos los días.
 
Habla con los árboles,
ellos saben de elevación,
de dar luz y consuelo,
de elegir el silencio
en los momentos decisivos,
de llegar hasta la copas airosas
y brindar por la vida.
 
El deseo de la mujer
nos elige por encima de la herrumbre
y nos salva
de la misma muerte que vivimos
todos los días.
 
La de los grandes ojos sin defensa
también será,
consunción de placeres
      antes del adiós definitivo.
 
 

 
 

     
 

  

Aprender a vivir – día 71

Nunca se aprende a vivir.
Uno se muere antes.
 
No se aprende a vivir
      como se aprende enología
o matemáticas, lecciones
que se repiten en una cátedra.
Algo que se recita y se vuelve
      a enseñar.
 
Vivir es una asignatura
      pendiente siempre.
Vivir es, permanentemente,
      la prueba de un instinto,
un zafarse de la muerte,
      un aprender a morir.
 
Y nunca se aprende lo suficiente,
tantos sitios, tantos intentos,
tanto lo improbable, tanta la paradoja,
tanto lo inestable del sustento, tanto el azar,
tanto lo indeterminado del frío,
del calor, del afecto.
 
Los otros orientan.
Los maestros orientan.
La experiencia, las circunstancias,
la climatología, la herencia, orientan.
La dirección la eliges tú y las piedras.
 
 

     
 

  

El mar – día 70

Desde fuera es magnético cuando brama,
      lírico cuando en calma.
Desde dentro es posesivo cuando brama,
      durmiente cuando en calma.
 
Los que no navegamos sólo entendemos el mar
      de los contemplativos, que a lo mejor no es
ni mar, sino una postal en movimiento.
 
Los que no pertenecemos al mar,
los que somos hijos de la tierra seca y el olivo,
vamos al mar del verano a poner nuestros pies
devotamente -es decir, con miedo- en las aguas
      mansas del mar.
El mar nos los besa
como el perro de San Roque,
      franciscano y milagroso.
 
Así es el mar cuando se abandona
y se deja mecer por la brisa.
Tiene la mansedumbre del tigre,
el reposo del fuerte.
Pero el mar tiene resortes imprevisibles,
otro día nos hubiera tratado,
-tigre desatado-
con la intemperancia de un mal borracho
y nos hubiera echado sus espumas a la cara.
 
El mar es, inagotable, insobornable, indócil,
de una fertilidad, de una inmensidad
que nos apabulla,
con esa combinación de placidez e iracundia
que no hay dios que lo entienda.
Tal vez porque él mismo es un dios
que hace lo que quiere, lo que le da la gana,
      que para eso sirve ser un dios.
 

  

69 – día 69

El amor reversible
fluyendo por la piel
de un planeta cerrado.
 
Las llaves los cerrojos
en órbitas no existen
ni límites ni intrusos.
 
Medusas en el mar
navegando sin muerte
por las aguas del tiempo
 
Elíptica sin fin
dueña que nos aleja
sin salirse del sitio.
 
Ciencia de nácar sueño
de sentir en el otro
el amor de uno mismo.
 
 
  

Advocaciones Apócrifas nº 4 – día 68

San Platinero Volantín,
      vela por la cometa,
Santa Brújula Nonata
      orienta a las prostitutas.
San Coleóptero Verde
      ama tus deposiciones.
Santa Piojosa de los Despojos,
      da de comer a los gatos.
San Pútrido Perfecto,
      saca la basura por la noche.
Santa Lerda Política,
      copia mil veces o más
      “este no es país para corruptos”
San Capelo Calvo,
      inventa un crece-pelos instantáneo.
Santa Joanna de Letrina,
      gracias por los desagües si atascos.
San Yosolohablodeconomía,
      explícale el déficit fiscal
      a los deficitarios o a los fiscales.
Santa Catalina de Cartagena,
      canta la memoria de tu belleza.
San Devoto Público,
      cuélate en la escuela del suburbio.
Santa Lutecia del Alumbrado,
      vuélvete a París y enciende las farolas.
San Alfredutto de las Piscinas Comunitarias,
      báñate en las aguas del mar y nada.
 


 
  

La caza – día 67

El aristócrata sale a cazar
      y mata por matar.
El campesino sale a cazar
      y mata para comer.
 
El aristócrata caza mayor,
      jabalís, ciervos y tal.
El campesino caza menor,
      conejos, tordos y tal.
 
Las armas del aristócrata
      tiran con balas
y apuntan con mira telescópica.
Las armas del campesino
      tiran con perdigones
y apuntan cerrando un ojo.
 
Los aristócratas, los que sean,
      son pocos.
Los campesinos, son el resto,
      los otros, muchos más.     
 
Ambos comparten la misma afición.
El aristócrata caza por diversión.
El campesino caza por necesidad.
Esto es, resumidamente, una falsa verdad.
 
A los dos les gusta matar al animal
      con su arma, con su mano, con su gatillo.
Matar al animal les evita matar a su vecino.

 
  

Rimas – día 66

La amapola no vive sola.
El alacrán divaga en el desván.
El mosquito me tiene frito.
Cuando Medea tiene una idea.
Si me persigo viene el enemigo.
El oro no era un tesoro.
Con el sueño de las nubes, te subes, te subes.
La cremallera sigue a la espera.
La niña cretina era hermosa y divina.
El alma no sabe, su suerte de nave.
Dolor, última forma del amor.
Se despierta tu misión cuando enfocas la visión.
El aristócrata sale a cazar y mata por matar.
Consejo pueril, ajo con perejil.
La sombra protectora, seduce al sol y se demora.
Bajo el ciprés, las lilas de tus pies.
Bajo la rama, los aros de una dama.
Tanto vales, lagarto de los canchales.
En Las Batuecas, te invitan a pecar y pecas.
El Can Cerbero, mordiendo tu sombrero.
El perro en la oscuridad, no pierde tu amistad

 
  

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