Dudo sobrevivir en medio de una reyerta. No me gustaría morir a manos de un cretino por una improvisada pelea de necedades, por una borrachera de confusiones, por una resaca de mal sueño en las barricadas de la suciedad, pero veo que no sería lo suficientemente rápido, que no sabría defenderme con la suficiente celeridad. No sería contundente. El pensamiento moral me retraería. Ralentizaría el tiempo de reacción. Querría dar una oportunidad al malevo. Que se lo pensara. Quizás pudiera convencerlo. Pausar y ver que es absurdo llegar hasta las últimas consecuencias, que es estúpido morir por una imbecilidad. Pero ese segundo de razón sería inútil ante quien, en plena vorágine de adrenalina, lanzaría la puñalada mortal, el cuchillo asesino. Un segundo de razón inútil. Un segundo para morir y perder la razón. Un segundo para que la razón se vea, otra vez, pisoteada por la reacción posesiva, por la ciega necesidad de sobrevivir a toda costa. La muerte es demasiado perentoria en medio de una reyerta, demasiado definitiva para mi gusto.