Yo no puedo dar de comer al lagarto de los niños, no puedo hacer de espadaña de las palmeras flamígeras del sueño. Ya no puedo mantener las estrellas en las cimas del ave crepuscular, todo lo que debe morir merece un llanto efímero. ¿Quién recuerda el amor de la hechicera herida por las hachas que se refugió en el acero de las venas creciendo en el desierto? Soy un hombre amarrado a la balsa, navego las turbulencias de las diásporas, no creo en los crisantemos que llevan los que lloran a las tumbas. Ya no te buscaré en el laberinto del barro que se desmorona, ya el sol es una perdición de seguir las huellas de los hijos desterrados. Amanece el cristal en el frío de las malas decisiones, cristales rotos, hechos añicos, dolorosos como porcelanas hirientes, abriendo heridas en las manos, las manos siniestras del porvenir, el porvenir cayendo en el pozo invisible y sin retorno del cristal en el frío.