Los muchachos Los políticos siempre quieren quedar bien. Quedar bien es buscar un equilibrio entre la mentira y la falsedad. Un lugar para equilibristas, es decir, para políticos. La mayoría son unos cobardes: azuzan a las masas y después nos llevan como perros de presa para controlarlas. Una esquizofrenia en la que siempre cae alguien malherido o muerto. Y no son ellos. Ellos pueden perder el escaño, es decir, el salario, de ahí sus componendas entre la ley y la desobediencia. A mi me expedientaron porque intenté convencer a los compañeros, de que cuando cargaran las hordas juveniles contra los bancos y los comercios de lujo, nosotros nos retiráramos y no reprimiéramos ningún exceso de la juventud desaforada. Muchos de ellos son sus hijos aburridos, desengañados de sus padres. Una guerra que no es la nuestra. Que la diriman ellos. Nosotros reculando y sin tirar ni una pelota. Y cuando lo tengan claro, que lo digan de verdad, y no con la boca pequeña del mentiroso, del manipulador. Al final, corría el riesgo de afianzarme entre los desesperados. Un poco más de concienciación y hubiera acabado ayudando a esos muchachos en su labor de destrucción o limpieza.