El nicho de la eternidad Nos llamaron para levantar un cadáver que un cazador encontró en una maleza arbórea en medio de los Monegros. Una curiosa mancha verde ferruginoso rodeada de arena blanca, como una isla. Se identificó al muerto: un lugareño sin antecedentes, muerto por una brecha en la cabeza. Un desaparecido desde hacía una semana del pueblo de V. sito a veinte kilómetros de allí. En los trabajos de rescate se encontraron un auténtico arsenal macabro de huesos y armas oxidadas de todas clases: una pistola Walman calibre 7,65 fabricación española, de los años 30, una Charola Anitua semiautomática, una Glisenti italiana, utilizada por las tropas de CTV, varios revólveres desvencijados, 6 obuses de 75 mm, en una caja abierta, aún sin explosionar, fusiles Mauser M93, tirados como a la carrera, “mexicanskis”, Paraviccini-Carcano, todo de la última guerra civil. Cuchillos, machetes, granadas, bombas, hachas, azadas, rastrillos… Armas de los dos bandos medio enterradas, cubiertas por una vegetación rala. Huesos aguantando el perfil de sus propietarios abatidos. Cráneos con sempervivum pegadas como lapas, cuencas con polígolas, sutiles ramondas o sexifragas abiertas como alcachofas. Occipitales florecidos, tibias armónicas como flautas prehistóricas. Helechos y musgos ramificados, fotocopias del cerebelo. Un sustrato de materia orgánica. Fascistas y antifascistas alimentando la flora y la fauna de Aragón. Bajo toda aquella tierra quemada por el sol, los especialistas encontraron más cosas diseminadas: Relicarios, exvotos de bolsillo, cruces de madera, medallas religiosas, militares, conmemorativas, urnas, estelas funerarias, porta velas romanos, vasijas de ungüentos, de barro cocido, aspilleras, ropa raída, gramíneas, huellas de incienso… todo en aquellos treinta metros cuadrado de matorrales cercados por los vientos de la historia, vientos que habían llevado hasta allí la memoria perdida de las desapariciones. Un oscuro y aislado santuario dedicado a la muerte. La muerte anónima que huye de la solemnidad. Así como los vivos tenemos inclinación a juntarnos, desde los pequeños pueblos a las grandes urbes, así los muertos tiene la misma tendencia a pasar el desgaste de la eternidad juntos y hasta revueltos. La eternidad, intuimos, debe ser un tiempo muy largo, y un lugar estrecho y muy frío.