Una mujer Tengo ya diez hombres perdidos en el ocaso de su locura. A mi virginal entrega no le importaba ni el delito ni la cantidad. Imperceptibles, borrados, de paso en las hojas de mi conciencia, verlos caídos no me conforta. Todavía no sé de qué venganza se nutre este juego de eros que erosiona la solidez del hombre. Cuando pierda la belleza se acabará esta agónica espiral que gira hacia el vacío interior. Por ahora son diez, pero seguro que caerá algún pájaro furtivo con el rostro de los siglos oscuros y su obscenidad queriendo lamer mis labios de fervor y sangre entregada. Solo soy una mujer, pero no he venido a complacer a ninguna santidad, a ningún diablo.